10
La siguiente vez que recupera la conciencia debería alarmarle. Se siente envuelta en algodón y todo a su alrededor parece ahogarla en un mar de estática. Nunca algo tan simple como abrir sus ojos había parecido una tarea tan imposible. Los abre suavemente una, dos veces. Es inútil ante la brillantez en su entorno. Pero se obliga a continuar, porque eso es lo que hacen los Riddle y malditos son los que se rinden sin intentarlo al menos cien veces. Las extremidades le pesan como si fuesen de plomo y en la confidencialidad de su conciencia ella misma admite que no sabe cómo es que logra enderezarse. Para ella parece un esfuerzo enorme realizado en segundos, pero la verdad es que ha pasado un tiempo considerable, lo suficiente para que sus ojos pudiesen acostumbrarse a la intensidad de la luz.
Lo que en un delirio pudo haber confundido con el cielo ahora cobra claridad, y no es nada más que un infierno en vida: un hospital.
—No debería de hacer eso, aún está muy delicada —recomienda una voz cálida detrás de ella, junto al marco de la puerta. Una mujer de mediana edad, sonrisa cansada y uniforme prístino.
— ¿Delicada? —logra articular de manera raposa.
La enfermera levanta el dedo índice y vuelve a sonreír. ¿Por qué sonríe, estando yo en un estado tan lamentable?
—Voy por el doctor.
Si Elisbeth pensaba hacer un comentario, la mujer no le permite hacerlo al salir de inmediato de la habitación. Suspira con cansancio y cierra los ojos para tratar de sosegarse. Tanto misterio, se dice con cansancio, siempre es lo mismo. Esa es la razón por la que demoniza los hospitales, o bueno, al menos la segunda de la lista que tiene.
—Al parecer eres más fuerte de lo que pensé —susurra una voz a su lado. Un escalofrío le recorre el cuerpo.
La puerta se había cerrado detrás de la enfermera y no recuerda que la habitación fuese compartida. Tratando de disimular la tensión dirige su atención hacia su izquierda. No puede apreciar sus rasgos con nitidez, pero un cuerpo delgado con una mata desordenada de cabello oscuro le hace frente. Ahora bien, no sabe si es la iluminación del lugar o qué rayos, pero parece como si estuviera en presencia de un cadáver, pálido y sin movimiento.
— ¿Quién eres y qué haces aquí? —pregunta con voz áspera, las palabras le raspan el paladar en su camino de salida, evita que el miedo se viera reflejado en su tono, porque esta persona extraña se mueve de pronto, invadiendo su espacio personal. Si bien su mala percepción de imagen no era debida a la iluminación, sino a sus ojos en sí, la proximidad le permite advertir una sonrisa en ese rostro sin color.
— ¿Nerviosa, Eli?
¿Disculpa, qué?
— ¿Quién eres? —vuelve a preguntar, esta vez más lento.
—Soy... —El chico (al que asigna así por la gravedad de su voz) se aleja un poco y dirige su atención a la puerta, como si viera más allá de ella—. Bueno, al parecer me tengo que ir, pero no quiero que digas que estuve aquí. No nos conviene.
— ¿Nos? —cuestiona completamente confundida. No entiende nada de lo que dice él.
—Sí, nos —afirma—. Afuera hay un par de policías, detectives, como los quieras llamar.
—Entonces el afectado serás tú, no yo —logra contestar con la lógica que resta en ella.
Él ríe con amargura, provocando que su estómago se revuelva con un sentimiento desagradable.
—No, Eli. Parece que me oyes, pero no me escuchas. Afuera está lleno de policías que día y noche han estado vigilando. Si tú llegas a decir que un chico con tales características estuvo en esta habitación, ellos sabrán que no. Pero eso no es el problema. Te conozco y sé que les seguirás insistiendo con eso. Te tacharían de loca, te meterán a un psiquiátrico y a ninguno de los dos nos convendría eso. —Suspira, tomándole la muñeca; como acto reflejo Elisbeth retira su brazo con violencia, a lo que el cuerpo de él responde con una sacudida casi imperceptible—. Aunque sé que de todas maneras, no dirás nada.
— ¿Y eso por...?
— ¿Acaso quieres terminar en un centro psiquiátrico sin nadie que te visite? —Eleva sus oscuras cejas y acomoda sus brazos en jarras mientras se inclina hacia atrás como señal de victoria.
—Puede ser, es tranquilo y a mí me gusta el silencio. Además —agrega. Esta vez es ella la que sonríe—, mi novio iría a verme. Él me ama como no tienes idea.
La imagen de un Drake burlándose de ella en esa situación imaginaria le hizo revolotear el estómago. El chico se reserva una contestación y se crea un silencio pesado que la incomoda demasiado. Después de unos largos segundos en los que él encuentra la puerta del cuarto lo más interesante del mundo, retoma la conversación.
—Igual, una vez que entres en el loquero, no podrás salir. —Elisbeth se encoge de hombros y cierra los ojos, haciendo caso omiso a lo que dice su interlocutor—. Pero una vez que tu bebé nazca, lo arrancarán de tu lado y no lo volverás a ver.
La respiración se atora a medio camino de sus pulmones. ¿Un bebé? ¿Bromeaba, no es así? No puede estar embarazada. Aún tiene que terminar su carrera, seguir disgustando a su padre, tal vez formalizar lo suyo con su actual novio. Tiene que seguir disfrutando su juventud, no pasarse los fines de semana cambiando pañales. Es...
—Oh, pero si es la futura madre que vino ayer, ¿cómo se siente? —dice un alegre y regordete doctor, entrando por la puerta y cerrándola detrás de él, sacándola de su vómito de pensamientos.
Aprieta la sabana con nerviosismo. Está en tensión, esperando a que Drake aparezca en cualquier momento y le diga que no es más que una broma. Una muy mala broma.
Decide ignorar su pregunta y se atraganta antes hablar.
— ¿Madre?
Los diminutos ojos del doctor se engrandecen a través de la montura de sus gafas.
Editado: 02.02.2020