Los platos llegaron a la mesa de Becky. Costillas de cerdo; papas fritas; arroz; ensalada de col y helado de chocolate. Todo servido en grandes cantidades. Cinco personas podrían alimentarse con toda esa comida sin problemas.
—Solo lo mejor para mi pequeña princesa, a la que he extrañado durante años.
—Gracias, papá — dijo Becky con los ojos aguados. No perdió más tiempo y empezó a comer.
Las costillas de cerdo eran tan suaves que un bebé podría comerlas sin necesidad de masticarlas. Robert Colan miraba muy feliz como su hija se alimentaba. Estaba dispuesto a complacer a su hija y a responder todas sus preguntas.
—Me alegro mucho que te guste la comida.
—Me encanta — Becky terminó las costillas de cerdo y otro plato vino enseguida.
—No vinimos solo a comer, ¿No es así? Estoy seguro que querías preguntarme un par de cosas. Puedes empezar.
Becky se aclaró la garganta. Tenía una hoja escrita con todas las preguntas que quería hacerle. Estaba escritas de ambos. No la necesitaba. Las había memorizado.
Antes de que pudiera empezar una luz roja le golpeó los ojos. Tan fuerte que casi derrite sus córneas.
Becky abrió los ojos y un rayo de luz le llegó directamente a los flojos oculares. La adolescente de 16 años chilló de dolor y se cubrió los ojos. Una sombra le cubrió la cara y Becky se mostró agradecida.
Una joven de cabello recogido y expresión sería le dijo:
—Por favor no grites — la joven tenía la garganta seca —. Nos vas a meter en problemas a todas.
Becky no estaba sola.
A la derecha había nueve chicas y la izquierda, diez. Todas estaban sentadas con las rodillas levantadas, no había mucho espacio. Todas las chicas eran más jóvenes que Becky, algunas niñas eran de diez años para abajo.
—¿Qué es todo esto?
Becky se sentía mareada. Todo esto era tan extraño. ¿Dónde diablos estaba? Trató de ponerse de pie; sus piernas eran de gelatina. Cayó al suelo de golpe. El suelo no dejaba de moverse ni temblar. Dos chicas se levantaron y la ayudaron a sentarse, apoyada a una de las barras.
Becky se encontraba en una jaula en medio del desierto. La jaula estaba encima de un carro, transportado por un par de camellos. Una mano se puso en su hombro. Era la chica que le había dicho que se callara.
—¿Debe ser una gran sorpresa despertar aquí, no es así? — le preguntó.
—¿Qué?
—Cuando entramos a la jaula estabas durmiendo. Jamás había visto a una persona dormir tan profundamente como a ti.
—Hasta dabas envidia — dijo otra chica, sus ojeras daban a entender que ella no había experimentado una noche completa de sueño.
—No tanto, seguramente te drogaron.
Todas estuvieron de acuerdo. Becky sentía náuseas.
—¿Adónde nos dirigimos? — preguntó Becky, asegurándose de medir su timbre de voz.
—Al infierno — le dijo la joven del cabello recogido.
—Creí que se llamaba “El palacio rosa”.
Shauna se frotó el puente de la nariz.
—Eso ya lo sé, Emily. Solo estaba tratando de crear suspenso — se quejó Shauna —. A veces eres tan tonta.
Shauna se dirigió a Becky y volvió a golpearle en el hombro.
—Estaba exagerando cuando dije que nos dirigíamos al infierno. Bueno, si es un infierno, pero… — Shauna pensaba en una forma de confortar a una asustada Becky —. Míralo de este modo. De todos los círculos que hay en el infierno, este es el primero. ¿Qué te parece?
Si ese era un plan para calmarla, no funcionó con Becky.
—¿El palacio rosa es un burdel? — preguntó Becky sin estar segura de querer saber la respuesta.
—No exactamente — respondió Fernanda, una joven delgada de preciosos ojos azules y cabello castaño corto —. Es un negocio de compra y venta, y nosotras somos la mercancía. Cuando lleguemos nos van a vender a un grupo de millonarios para ser sus esclavas. Son gente vieja con disfunción eréctil que tienen hambre de carne joven y tienen el dinero y las influencias y conseguirla.
—¿Entonces es un burdel? — preguntó Becky mirando a Fernanda.
Becky no entendía nada de lo que estaba pasando. Lo último que recordaba era que iba a comer costillas de cerdo con su padre y…
Su padre. ¿No será que…?
Becky volvió a sentirse mareada.
—Ya te lo dije. Esto no es un burdel — dijo Shauna obligando a Becky a mirarla a la cara. Tenía manchas coloridas en las mejillas.
—Si lo piensan bien. Es mejor que cualquier burdel en Medox.
—¿Medox? – preguntó Becky.
No, no, no…
Becky sentía que su piel estaba en llamas. Con el calor del desierto, eso podría ocurrir en cualquier momento.
—¿Eso quiere decir que no estamos en Lomas?
Las diez chicas de la jaula comenzaron a reírse. Risas en voz baja, casi todas se cubrían las bocas con sus manos. Eran como un grupo de niñas que contaron un chiste en el salón de clases y se cubrieron la boca para reírse porque no quería que el profesor escuche sus carcajadas.
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Editado: 30.08.2024