Cara se despertó con el delicioso aroma de bacon, huevos y café recién hecho. Su estómago respondió con un ruido, y se imaginó a Gina preparando el desayuno. Se levantó de la cama con la intención de seguir aquel placentero olor. Pero primero se aseó en el cuarto de baño, pensando en lo mucho que le gustaba la comida de Gina después de dos semanas de estar allí. Aquella mujer podía hacer que hasta un tomate frito tuviera un sabor hedonista.
Tras un rápido vistazo al reloj del dormitorio, vio que eran más de las once y se sintió culpable por haber dormido de más y aún así esperar un buen desayuno. Pero había estado ocupada hasta bien entrada la madrugada con su nuevo cuadro, y no había probado bocado desde la cena.
Llegó a la cocina salivando, lista para atiborrarse con toda aquella comida de aroma celestial, cuando visualizó otro tipo de sabrosa ofrenda que le ocasionó una clase de salivación completamente distinta.
Logan estaba de espaldas a ella, con el torso desnudo y unos pantalones de chándal que dejaban a la vista sus pecaminosas y tonificadas caderas. Los ojos de Cara se quedaron clavados en sus anchos y musculosos hombros, y en la forma en que se movían los músculos de su espalda, justo por debajo del despliegue de tinta que adornaba su hermosa piel bronceada. El tatuaje era una insondable amalgama de
nudos alternados con motivos dispares como una cruz, una flor, una estrella, y hasta la cabeza de un tigre.
El diseño de los nudos seguía unas líneas que no parecían tener fin, lo que intrigó de inmediato a la artista; aunque, si era del todo sincera, no lo estaba admirando por el efecto artístico.
Cara había decidido hacía tiempo que no se parecía en nada a cómo se imaginaba que eran los multimillonarios blancos. La mayoría solía tener más de treinta años, enormes barrigas y entradas. Pero Logan era joven, en mejor forma que cualquier hombre que conocía, sexy, guapo, y completamente irreal.
Nunca se hubiera imaginado que llevara tanta tinta bajo aquellos trajes hechos a mano que siempre vestía.
Parecía que todas las historias sobre su pasado eran ciertas - historias de un clásico matón que había crecido en las calles de Dublín, hasta que un programador del centro comunitario se encargó de su educación. Logan Shane dejó atrás los delitos menores que había cometido durante su adolescencia, y ahora era el propietario de una empresa de software de enorme rentabilidad, gracias a la cual se había convertido en millonario.
A Cara no le impresionaba su éxito, al menos no tanto como su atractivo trasero. ¿Por qué demonios estaba soltero? ¿Y cómo iba a deshacerse de aquella desmesurada atracción sexual que sentía por él?
Avergonzada, Cara trató de salir de la cocina sin hacer ruido, pero Logan notó su presencia y la miró por encima del hombro.
-Ah, eres tú. Me preguntaba cuándo te ibas a levantar. ¿Tienes hambre? El apetito de Cara en aquel momento no era de comida, y su entrepierna se humedecía de forma sospechosa.
-Buenos días, Logan. Sí, tengo un poco de hambre.- Se sentía estúpida. ¿Por qué había salido de su cuarto llevando únicamente una enorme camisa vieja y sin ropa interior?
-He preparado suficiente para dos. A veces me entra mucha hambre después de hacer ejerciciodijo, colocando un plato en la encimera.
Sin pensarlo, Cara se acercó y se quedó mirando a la humeante comida. -Vaya. No diría que es lo más adecuado para después de un entrenamiento, pero tiene una pinta deliciosa.
-Un desayuno irlandés es lo más adecuado para cualquier momento- comentó Logan, entregándole una taza de aromático latte. -Come.
-Pero …- Cara se mordió el labio, insegura.
-No te preocupes, puedo hacer más para mí. Hay ingredientes de sobra.- Puso el ketchup junto a ella, y Cara echó un vistazo a sus marcados pectorales y abdominales, imaginándose que los rociaba con salsa de tomate y se servía el desayuno en ellos.
¿En serio, Cara? Controla esas malditas hormonas. ¿No has aprendido nada de tu vida amorosa?
Cara estaba allí para llevar a cabo un trabajo, y debía recordarlo. Dio las gracias a Logan y bajó la cabeza.
Tal vez aquella deliciosa comida le sirviera de distracción. Tras tomar el primer bocado, comprobó que era deliciosa.
Todo estaba perfectamente cocinado y sazonado. Los huevos eran exactamente como le gustaban, y le encantaron las rodajas de morcilla blanca que combinaban a la perfección con el tocino, las salchichas y los champiñones. Y, junto a las tostadas con mantequilla, el tomate frito y las alubias, todo era un auténtico festín. El hambre se apoderó por fin de Cara, que olvidó su retraimiento y empezó a comer.
Muy pronto, Logan se acercó con su propio plato. Habían comido juntos varias veces, pero aquella vez se respiraba una atmósfera distinta, creada en cierta manera por el hecho de compartir comida preparada por él.
Aquel hombre sabía cocinar, se cuidaba, era considerado y nada estúpido. Cara se sentía cada vez mejor con su decisión de ser su vientre de alquiler. Logan Shane iba a ser un padre estupendo, y era una pena que no deseara tener una familia tradicional, porque haría muy feliz a cualquier mujer. ¿Quién no iba a querer estar con un hombre apuesto, joven y rico, que además se desenvolvía tan bien en la cocina?
Cara miró a Logan con disimulo y pensó que le encantaba su barba casi rojiza. Le gustaba prácticamente todo de su rostro y cuerpo, aunque nunca dejaba que sus pensamientos fueran más allá.
Evitaba imaginar cómo se sentiría con aquel atlético cuerpo encima de ella, o debajo, o fundidos los dos ¿Cómo podía pensar en sexo en una situación como aquella?
Casi gruñó de consternación cuando antes de comenzar a comer, Logan se disculpó y se fue a por una camisa. Quiso decirle que no se preocupara, que si él no se sentía incómodo, ella tampoco. Pero no lo hizo.
En su lugar, dedicó aquellos minutos de respiro a intentar controlar su palpitante sexo.
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Editado: 30.09.2021