El deseo que nunca esperé

La Granja

Era imposible localizarlo sin una foto.

Eso fue lo primero que pensé cuando intenté preguntarle a la señora que me llevaba a su casa, mi móvil había desaparecido...

Viéndome forzada a hablar italiano, me di cuenta que sabía más de lo que pensaba, aunque aún se me escapaban palabras, cada vez entendía mejor y, gracias a Anna, la señora de que trabajaba en Trasqua y me había salvado de dormir debajo de un puente, cada vez aprendía más.

Me sentía extraña siendo ayudada por una amable señora de 53 años que limpiaba las habitaciones del castillo de Trasqua. Pero no me quería dejar abandonada y escuchó que no tenía recursos para llegar de nuevo a Milán. A su familia tampoco le sobraba el dinero, pero tenían un corazón enorme.

Anna me dijo que no podía pagarme, pero como su hijo se había ido a estudiar en Roma, su habitación estaría libre y si llegaba por Navidad, le haría dormir en el sofá. Me compartió de su propia ropa, dijo que era la que ella llevó una vez de joven. El segundo día que estuve allí, empezó a buscar en cajas que guardaban en el almacen, y me contaba emocionada la historia de sus vestidos, como uno celeste que llevaba en las fiestas de la vendimia hacía muchos años, cuando conoció a su marido; o un vestido negro floreado que solía llevar a las fiestas de campiña.

Anna era un amor de persona, y sentía que era como tener a mi propia madre cerca.

Su marido, Fabriccio era también muy amable y tenía paciencia enseñándome a cuidar de las gallinas y corderos. No era muy hablador, pero creo que pasó una semana cuando empezó a conversar conmigo. Me dijo que le empezaba a caer bien, porque era muy hacendosa, aunque la mayoría del tiempo se burlaba de mis errores sin malicia.

Me compartían de su comida y me sentía en deuda con ellos, realmente quería ayudarles, aunque era muy mala al principio, huyendo de las gallinas que no querían que tocará sus huevos... Mi retribución consistía en enseñar a su hija pequeña, Martina de 16 años, inglés y algunas cosas de la escuela. Era temporal, pero era algo maravilloso disfrutar de una familia de nuevo, y por ninguna razón querían dejarme pasar Navidad sola, de sólo mencionarlo, casi le da un infarto a Anna... Y así pasaron casi 3 semanas en Chianti, con mi amorosa familia adoptiva...

Cuando llamé a mis padres de una cabina un día que fuimos a comprar al mercado, me regañaron por no haberlos llamado antes, les mentí diciendo que estaba aburrida en Milán sin hacer nada, que perdí mi móvil y... fui tan cobarde que no pude decirles que estaba embarazada de su primer nieto. Nunca les había fallado y esto era pasarse tres pueblos... Era la oportunidad número 14 que perdía de decirles.

Todo estaba normal ese 20 de diciembre, salvo que un deportivo rojo rubí con una melena rubia dentro de un coche muy familiar me sorprendió y, sin pensar, empecé a seguirlo. Se movía lento entre la gente, pero cuando logró salir se fue veloz como un rayo.

-¡Melissa!-me llamó Martina con bolsas en las manos corriendo apurada-vamos a casa.

-¿Viste ese coche rojo?-pregunté muy enojada.

-¡Ah! ¿Esa cosa ruidosa y brillante?-me preguntó refiriéndose al coche de Fabiola- A veces pasa por Trasqua, cada vez ha venido menos, siempre va en dirección oeste, pero no sé a dónde llegara...

Continuó hablando, pero yo estaba que hervía de rabia y lo único que quería era retorcer el cuello de una Barbie rubia egoísta y caprichosa.

-Enojarse es malo para el bebé - me regañó Anna-, luego tienen un carácter horrible. ¿Qué te pasó niña?- me regañó cuando me alcanzó y me dio unas bolsas ligeras.

-Nada, Anna. Creo que tengo hambre-le mentí y empecé a contar hasta diez respirando.

Al dejar la compra en la casa, me puse mis zapatos unos cómodos zapatos que Anna me regaló y empecé a caminar... Hacia el oeste.

Mi barriga no era grande, pero si te fijabas bien, ya se notaba lo abultado de mi vientre de 14 semanas y me era más difícil caminar, me presionaba la vejiga y me daban muchas ganas de ir al baño. Además que el frío no ayudaba en nada y no pude avanzar casi nada. Decidí volver a la casa, y esperar a que se pasara la vetisca, pero después del almuerzo el sueño me venció. Al día siguiente me dieron náuseas como nunca, y el que le seguía, tuve que acompañar a Martina a hacer un deber en internet. Me repetía que no estaba siendo una cobarde, sólo eran cosas que pasaban por algo. No estaba en fase de negación como cuando no quise hacerme la prueba de embarazo... ¿verdad?

Aproveché para revisar mi red social, pero a parte de algunas conversaciones, no había mayor cosa. Luca y Charlotte no me hablaban, pero me habían avisado que tenía un par de deberes y un examen para el reinicio de clases, nada muy difícil; pero no sé por qué, no les dije donde estaba. Al menos se relajaron un poco al saber que estaba viva y no estaba con ánimos de contarles todo por un chat.

Iba a cerrar mi cuenta, pero por puro masoquismo, abrí Instagram y me puse a revisar las actividades de Fabiola... Había ido de compras, se había hecho la manicura, había comido un par de cosas para vomitarlas después seguramente, pero no había rastro de Arnoldo en sus fotos... Y me alegré por eso.




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