Felipe reaccionó rápido cuando vio a Ylva desplomarse. Sin dudarlo, se apresuró a ayudar a Ethan, guiándolo a una habitación cercana donde pudieran atenderla con más calma.
Ethan, que apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo, observó cómo Felipe tomó la temperatura de Ylva. El resultado fue alarmante.
—Esto no es normal… —murmuró Felipe, frunciendo el ceño.
La temperatura de Ylva era extremadamente baja, tan fría que incluso pensó que si dejaba el termómetro demasiado cerca, podría congelarlo. Un escalofrío recorrió su propia piel al darse cuenta de la gravedad de la situación.
Sin perder tiempo, llamaron a uno de los médicos imperiales, esperando alguna explicación. Sin embargo, cuando el médico analizó el estado de Ylva, su expresión reflejó una incertidumbre y asombro.
—Nunca había visto a un licántropo con una temperatura tan helada —admitió el médico, sacudiendo la cabeza—. Esto es algo completamente fuera de lo común. Necesita ser examinada por un médico licántropo. Ellos comprenderán mejor lo que está ocurriendo.
La noticia solo aumentó la angustia de Ethan, que se encontraba de pie, con los puños apretados, luchando contra la impotencia de no poder hacer nada.
Ignis llegó corriendo, preocupada. Felipe la había avisado de inmediato, y al escuchar lo que el médico imperial había dicho, ella comprendió que la única opción era llevar a Ylva a Lycandar.
—No podemos perder más tiempo —dijo con firmeza—. Deben ir a Lycandar.
—¿Crees que podamos llegar lo más rápido posible? —pregunto Ethan.
El tiempo estaba en su contra, y el único camino de tierra que conectaba al Reino licántropo estaba cerrado. Solo los habitantes de Lycandar podían transitarlo, o al menos aquellos que poseyeran una invitación. Para Ethan y Ylva, eso no era una opción.
La única alternativa era volar, pero para eso necesitaban un dragón que los llevara a través del inmenso mar que separaba ambos reinos, y buscar uno tomaría demasiado tiempo, pues requerian dos cosas, si el dragón tenía jinete, este tendría que dar el permiso y si no lo tenia, el dragon debe sentirse cómodo con ellos, pero cada segundo era crucial.
Felipe, comprendiendo la urgencia de la situación, tomó una decisión sin titubeos.
—Mi dragón los llevará —dijo, con determinación mirando a su amada—. No podemos perder más tiempo.
Y así fue como Ignis se convirtió en su salvación. Pero Ignis no era cualquier dragón. Entre todos los dragones, aparte de su hermano, su velocidad era incomparable. Lo que a cualquier otro le tomaría horas de vuelo, Ignis lo hizo en media hora.
La pregunta de Ignis atravesó la mente de Ethan como un rayo, arrancándolo de los recuerdos que habían consumido su pensamiento. Regresó al presente, a la angustiosa realidad de Ylva tendida en esa habitación, luchando contra su propio poder desbordado.
Ignis, con su porte imponente pero su mirada cargada de preocupación, dio un paso adelante, su voz firme pero llena de intención, sabía que regresar a su Reino no era la mejor opción. Ethan no se alejaría tanto de su mate.
—¿Puedo ayudar? —preguntó—. Tal vez con mi fuego pueda calentar más la habitación o, si hago contacto con su cuerpo, podríamos ralentizar el congelamiento.
Ethan la miró fijamente, el peso de la desesperación aún marcando su expresión. La idea tenía lógica, y cualquier acción que ayudara a Ylva era bienvenida, pero el miedo lo detenía.
¿Y si el contacto con el fuego de Ignis causaba una reacción inesperada? ¿Y si la combinación de calor y frío desestabilizaba aún más su cuerpo en lugar de ayudarla?
Sin embargo, el tiempo no estaba de su lado, y esperar demasiado podría significar perderla.
Ethan apretó los dientes, sus pensamientos debatiéndose en una lucha interna. Cada segundo contaba, pero él no podía quedarse de brazos cruzados.
Ethan e Ignis entraron rápidamente a la habitación. La tensión en el aire era palpable, cada segundo se sentía como una cuenta regresiva que nadie sabía cuándo terminaría.
Ethan le dijo la sugerencia de Ignis a Katrina, quien asintió sin titubeos. Sus ojos reflejaban la urgencia del momento. Sin perder tiempo, señaló algunas lámparas que estaban distribuidas por la habitación.
—Enciéndelas con fuego —indicó con rapidez—. El calor nos ayudará a combatir la temperatura extrema.
Ignis no dudó. Con un simple chasquido, el fuego emergió en las lámparas, iluminando la habitación con un resplandor cálido. La luz danzante contrastaba con la pálida figura de Ylva en la cama.
Ethan avanzó lentamente, su mirada atrapada en un detalle que lo dejó sin aliento: el cabello de Ylva, antes completamente blanco, ahora tenía mechones azules.
—¿Qué significa eso? —preguntó, sin apartar la vista.
Katrina se acercó un poco, su expresión grave.
—Es el reflejo de su poder —explicó—. Ha estado buscando la manera de salir, de expandirse. Pero como ella aún no sabe cómo controlarlo, se ha vuelto contra su propio cuerpo.
Ethan sintió un nudo en la garganta. El poder de Ylva no sólo era formidable, era devastador.
—El elemento hielo, tiene la particularidad de que sus ráfagas son extremamente gélidas —continuó Katrina— son capaces de congelar hasta al más poderoso de los ejércitos e incluso el corazón. Y lo peor es que su poder se acrecienta a medida que el invierno se acerca, cuando no se maneja bien.
Ignis entrecerró los ojos, comprendiendo lo que Katrina quería decir.
—Pero ya estamos en invierno —murmuró Ethan, su tono cargado de preocupación, cuando un pensamiento lejano lo invadio.
Katrina asintió lentamente.
—Por eso mismo… el caos de su poder se ha desatado en ella —dijo en voz baja—. Su propia fuerza la está consumiendo.
Ethan sintió como la realidad lo golpeaba con fuerza. Ylva no estaba simplemente inconsciente, estaba librando una batalla contra sí misma, contra el poder descontrolado que amenazaba con destruirla desde adentro.
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Editado: 10.05.2025