El Despertar I

|Capitulo seis|

|Desde la oscuridad|

Me encuentro lejos, apartada de todo lo que alguna vez conocí. Sin embargo, no siento tristeza, pues una neblina oscura recubre mi cabeza y no me permite pensar. Mi alma es silenciada, el recuerdo se pierde junto con todo lo demás. Por un momento, solo existe el vacío.

Pero luego llega la oscuridad.

—Bien, muchachos. Deberían irse, Ada necesita descansar —la hermana Rita interrumpe el denso silencio que se había propagado en la habitación.

Parpadeo, desviando la mirada de la sonrisa del tal Alessandro y miro a la mujer.

—¿No podría irme a mi habitación? —pregunto, esperanzada de liberarme de tener que pasar una noche en este lugar que, lejos de tener algo cálido, solo me provoca incluso más frío que el exterior.

La monja sonríe suavemente, aunque comprendo bien el gesto. Es un no cortes y semi directo.

—Lo siento, linda —suspira y luego vuelve a insistir con la ida de Leandro y Alessandro. Ambos chicos me miran por un momento antes de asentir casi a la vez.

—¿Estarás bien? —me pregunta mi amigo tomándome de la mano de nuevo, aunque esta vez no presiona tanto. Asiento y sonrío solo para tranquilizarlo y, si es posible, también a mí —. Vendré mañana por la mañana para ir a desayunar —promete.

Me aprieta levemente la mano antes de soltarme y levantarse de la silla en la cual estaba sentado. Cuando Leandro camina y pasa junto a Alessandro, a nadie parece pasarle desapercibida la mirada sagaz y cruda que le regala. Y, recibiendo como única respuesta, el chico de los curiosos ojos verdes le da una sonrisa que, lejos de ser simple y sin capas, parecía contener una oscura y a la vez divertida verdad.

Un tiento al alma a pecar y caer en un malévolo espiral.

En el momento en que mi amigo abandona la habitación, la atención del desconocido la he ganado de nuevo yo. Y me estremezco. Algo se remueve en mi pecho de una forma que no puedo entender y se extiende por el resto de mi cuerpo. El recuerdo de lo pasado, vivo y oculto en el fondo de la maraña de mis propios misterios, se proyecta de nuevo como una película de la cual solamente soy una espectadora más. Para mi suerte, el hechizo termina cuando él se despide antes de irse y solo quedamos la hermana Rita y yo.

El silencio recubre la estancia y mi mente, por primera vez en mucho tiempo, se encuentra en una extraña calma. Una que, sin duda, solo era el augurio de una próxima tormenta. Lentamente, parpadeo y me dejo caer de nuevo en la realidad, posando bruscamente los pies en la tierra y siendo consciente de verdad. Automáticamente, trato de esconder todo lo sucedido bajo la alfombra. Sin embargo, no puedo evitar soltar palabras que podrían ser otro clavo en mi ataúd.

—¿Podría haber sido una alucinación?

Y que, gracias a la quietud y silencio de la habitación, la hermana Rita logra escuchar a la perfección. La monja, con su típico ceño fruncido y actitud preocupada, se acerca y me examina con demasiado tiento para mi gusto.

—¿Qué cosa? —pregunta, ansiando que liberé palabras que jamás me atreví a decir en voz alta.

Por alguna razón, lo hago.

—Lo que vi.

—¿Y qué viste? —sigue indagando, tratando con todas las fuerzas en llegar hasta el núcleo de todo problema.

Pero esta vez guardo silencio, porque no puedo continuar. No debo. No obstante, es demasiado tarde como para eliminar las huellas del grave error que acabo de cometer.

—Si has tomado tu medicación como es debido, las alucinaciones no deben ser ningún problema —dice en un tono crítico que solo afirma mi pensamiento anterior.

Trago con fuerza, deseando huir.

—Exacto.

—Si tanto miedo le tienes a la oscuridad, duerme con la luz encendida —dijo con obviedad aquel niño.

Y yo, con el orgullo latente en mis venas, me negué.

—No le temo a la oscuridad —aclaré en un principio, luego mi mirada se enfocó en el atardecer —. Le temo a quienes se ocultan en ella.

Sentí su mano posarse en mi hombro y apretar en un signo de silencioso consuelo. Nadie, excepto él, entendería jamás lo que la presencia de mis nuevas enemigas atraía. Noches de insomnio, pesadillas que terminaban en gritos que despertaban a toda la cuadra, el miedo constante a volver ser encontrada. Pude sentir con cierto alivio en cómo las heridas que la noche y el día me dejaban aminoraban ante su compañía y, al menos por cierto tiempo, ellas se alejaban.

—Eres más poderosa.

La siguiente mañana a lo sucedido en la iglesia, la hermana Rita me dio la libertad bajo la promesa que, ante cualquier rastro de malestar, no dudaría en acudir a ella. Fue fácil prometer algo que estaba segura no cumpliría, puesto que no habia sido la primera vez que lidiaba con ellas por mi cuenta. Podría odiarlas, pero odiaba más la manera en que los dirigentes de Gellicut decían ayudarme.

Como habia desayunado acompañada por la hermana Catalina antes de salir, no habia necesidad de enfrentarme aun a las miradas que recibiría si pusiera un pie en la cafetería. Además, quería unos segundos de paz antes de enfrentarme también al huracán de preguntas y preocupaciones que mis amigos supondrían. Por eso me encontraba recorriendo los pasillos en busca de una puerta ya abierta que me dejara salir a la libertad del frío invierno. Y, sin ningún éxito, conformarme con vagar.

Lo malo de ello residía en que, a veces, también te encontrarías con quienes preferirías evitar.

En este caso, una niña de quince años con la confianza y la maldad tan elevadas que a veces me daban ganas de ahogarla.

—Pero si es la esquizofrénica más famosa de todas —canturreo en un tono excesivamente meloso y una sonrisa filosa que te aseguraba un sin escape.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.