El Despertar I

|Capitulo quince|

|Desconfianza|

Aumenta con cada palabra, con cada mentira, con cada secreto.

Llegó cuando tan solo era una niña y se instaló dentro de su pecho.

 Desde entonces, ha crecido junto a ella.

Ahora, es aquello que a su alma envenena.

Mi reflejo no me decía nada.

Mirar a los ojos celestes de quien me devolvía la mirada solo me hacía sentir… dormida. Sabía que aún no habia despertado, no completamente. Pero no habia soportado estar acostada ni un minuto más. Era demasiado temprano como para vagar por los pasillos, así que habia decidido que lo mejor sería que me adelantara en la ducha. Y eso planeaba hacer. Solo que me habia detenido frente al espejo, con el cabello hecho un apretado moño que no permitía a ningún mechón escaparse. Divertida, pensé que era lo único de mi vida que podía tener controlado. Lo demás continuaba siendo un desastre.

Leandro aun en la enfermería, sus disculpas de la noche anterior, el momento de escondidos con Alessandro…

No puedo mentir y decir que a una parte de mí no le gustó aquel momento, porque —siendo sincera— se sintió demasiado bien como para hacer que tuviera miedo de admitirlo en voz alta. Todo de mí gritaba que, en el momento en que dejará a las palabras salir y tomar forma, se arruinaría. Era algo que siempre sucedía. Entonces, así como con las cosas malas, tampoco las podías expresar en voz alta.

No podías decir nada, más que simplemente mantenerte callada y mirar como el tiempo pasa.

Justo como en este momento.

Suspiré y verifiqué que no me hubiese olvidado de nada. Con el uniforme colgado en uno de los cubículos diseñados para vestirnos, los zapatos limpios y lustrados, todo parecía en orden. La manera perfecta de comenzar otro día de mierda, como diría Phin. Salí del cubículo y procedí a desvestirme, pero en aquel momento un reflejo hizo que me detuviera.

Me sobresalté al girarme y darme cuenta de la presencia de Alessandro junto a la puerta.

—¿Qué… qué haces aquí? —pregunté, tartamudeando en el camino.

Ya completamente vestido, Alessandro me miraba inexpresivo. Y era extraño no ver aquel deje divertido que siempre llevaba tatuado en el rostro. Aquel que, muchas veces al verle, me habían hecho desear golpearlo.

—Venía a… hablarte —respondió, dudoso mientras se removía.

No me pasó desapercibido el hecho de que estaba apretando la puerta con su cuerpo y me pregunté si debería alertarme o simplemente dejarlo pasar. Opté por la segunda, como la inconsciente que era últimamente.

—Para ser alguien que jamás responde las preguntas que se les hace, dejas demasiados misterios por donde pasas —dije, tranquila. —No deberías estar aquí, Alessandro.

—No debería estar en ningún lugar, en realidad —retrucó, dejando florecer una pequeña sonrisa que planeaba parecer divertida, pero que se me antojó agria.

Ladeé la cabeza, buscando realmente el porqué de su presencia. En el baño de las chicas, en Gellicut, en cada lugar al que voy… él siempre estaba allí. Entre las sombras, acechando solo que de una forma diferente. Y cada vez que lo veía, volvía a preguntarme el verdadero porqué de su estadía en esta institución. Jamás llegaba a una respuesta, y eso no era nuevo.

—¿A qué vi…?

—Si te dijera que te han estado mintiendo, ¿qué dirías? —me interrumpió.

Me quedé con la boca abierta, con las palabras que planeaba decir muertas en la punta de mi lengua. Mi mente se habia quedado en blanco gracias a su pregunta y terminé frunciendo el ceño y obligándome a cerrar la boca de una vez. Pensé, repensé y volví a repensar sus palabras. Intentando encontrar un sentido, sin éxito de nuevo. Al final, me decidí en seguirle el juego a pesar de que no tenía idea de a donde me llevaría.

—No te diría, sino que te preguntaría. ¿Por qué lo aseguras?

Alessandro relamió sus labios y bajo la mirada al suelo por un momento. Todo quedó en silencio, uno largo y tendido que llegó a impacientarme. No me sentía cómoda, la distancia, el lugar, el tema. Todo causaba estragos dentro de mi pecho y no sabía qué era lo que debería estar haciendo en realidad. Si insistirle en que se fuera, si gritar porque esto no estaba bien —en el punto de que los chicos no podían meterse en el baño de las chicas— o volver a lo primero y dejar que todo continuase el camino que quería seguir.

—¿Y si te dijera que todo depende de que confíes en mí? —preguntó, interrumpiendo mis desvaríos.

Me removí en mi sitio, incomoda por estar en el centro de su atención. Un punto oscuro entre mucho blanco, fácil de detectar y eliminar. Aunque dudaba que él hiciera algo como lo último.

—No confío en nadie —dije, siendo enteramente sincera. En un lugar como este, en una realidad como esta, la confianza era un arma demasiado letal como para darla —, pero podría intentarlo.

Como si tuviera un resorte en la cabeza, levantó la mirada y me miró con un brillo emocionado dominando sus ojos verdes. El estómago se me contrajo, emocionado.

—¿Lo harías?

—Con las razones correctas, sí —asentí.

 

Y no lo entendí.

El darle aquel vestigio de duda, de esperanza, para algo que jamás me creí capaz de dar. Pero que ahí estaba. Esas ganas, aquel deseo, la necesidad de, por una vez en la vida, entregar algo peligroso y mortal. Que justamente fuera Alessandro… era mera coincidencia.

—¿Ahora podrías irte? Quiero ducharme, por si no te has dado cuenta —dije, siendo algo deslumbrada por la sonrisa que mostraba de oreja a oreja.

Ahora, esa sonrisa habia tomado tintes picaros que hicieron que mi pecho vibrara.

—Podría ayudarte a desvestirte —comentó, como si no estuviese insinuando o diciendo… lo que dijo.




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