SYNA
El cuerpo me duele, todo da vueltas a mi alrededor y sé que el causante de mi malestar es el feroz golpe que recibí hace unos minutos al ser estrellada contra una columna. El lado derecho de mi cabeza sangra dificultando un poco mi vista. La garganta me arde, parece clamar por unos sorbos de agua. Reclama un poco de tranquilidad, una que no soy capaz de darle.
El polvo predomina en el lugar, las paredes se caen a pedazos, los cadáveres predominan en el suelo.
Gritó cuando lanzo una patada al pecho de un hombre que se acercaba ferozmente a golpearme. Las ondas de mis estruendosos gritos lo impulsan hacia atrás, golpeando su espalda contra una pared. Se queda en el suelo, inmovil.
—¡No hay salida! —grita una psíquica que me recuerda a aquella mujer que murió para advertirnos de lo que se acercaba —¡Bloquearon las salidas!
Los médicos suicidas comienzan a rodearnos, el tiempo se nos acaba y debemos actuar rápidamente si no queremos quedar a la merced de ellos.
Un hombre de edad avanzada se hace paso entre todos aquellos seres anhelantes de libertad y se posiciona a mi lado. Es un poco regordete y posee una mirada cálida.
—¿Me permite, señorita? —asiento con la cabeza, sin saber qué es lo que pretende hacer.
Toma una respiración profunda, cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos, estos son de un tono oscuro. La negrura de sus pupilas no se diferencian, la mayor parte de su globo ocular está representado por la oscuridad, acompañadas de delgadas venas del mismo color debajo de sus ojos.
—Van a morir, no tienen escapatoria —escucho a uno de los médicos suicidas decir, con una tétrica y pausada voz que me pone los pelos de punta.
La agonía comienza a percibirse, cada vez nos encontramos más acorralados y cuando pienso que deberemos luchar, morir o sobrevivir, el hombre coloca la palma de su mano contra una pared que se desmorona apenas siente su toque.
El viento comienza a ingresar por aquel agujero en la pared y el polvo se hace más notorio, la mayoría comienzan a salir del lugar mientras que unos pocos nos quedamos atrás deteniendo y acabando con los médicos que intentan retenerlos.
Al otro lado de la pared nos espera Malcom, el padre de Ezra, que con un simple movimiento de sus manos, abre un portal luminoso que está rodeado de raíces y lianas.
—¡Corran, rápido! —grito mientras me adentro en una pelea con uno de los medios que sostenía de los cuernos a la psíquica. Sus ojos con heterocromia me observan desesperados, rojo y gris pidiendo en silenciosos gritos ayuda.
Su piel grisácea es decorada con una cicatriz que surca desde el lado derecho de su labio superior hasta el izquierdo del inferior. Sus cabellos color ceniza se encuentran enmarañados por las sacudidas que el hombre hace al jalar de sus cuernos en lo alto de su cabeza.
Después de forcejear un poco logro que el hombre la suelte y juntas corremos apresuradas al portal. Malcom nos espera allí y le ofrece una mano a la joven, ayudándole a traspasar aquel elemento mágico.
Antes de ingresar en el volteo una última vez, el edificio que anteriormente simulaba ser una mansión ubicada en medio del bosque, alejada unos kilómetros de la ciudad,está rodeada de una capa de polvo, faltan pedazos de pared y está impregnada del olor de la sangre, el sudor, sufrimiento y muerte.
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Editado: 06.12.2021