Roxy se alejó hacia el ventanal, y miró impotente cómo los dos leones que más odiaba en el mundo revisaban sus cosas como si no le pertenecieran, los malditos lo disfrutaban, se reían entre ellos y a veces le apuntaban murmurando cosas que era mejor no oír.
Nick ni siquiera estaba buscando algo específico, tan solo desordenaba las cosas.
Ella estaba luchando con el instinto territorial de la pantera que rugía en su interior, dando vueltas en su mente, preparándose para una lucha violenta con los intrusos indeseables que hurgaban en su guarida.
—Hace mucho tiempo que no nos encontramos —dijo Nick arrojando un cojín—. Te he extrañado.
Ella le ignoró, volteó su mirada al ventanal, afuera no quedaba mucha luz, las siluetas del bosque apenas se veían por el mismo reflejo de las luces exteriores.
—Eres difícil, gatita.
El enorme cuerpo del león se aproximó a ella, de forma lenta e intimidante, le hizo sentir pequeña, por primera vez tuvo miedo. Eso era un error de tamaño colosal, pues los leones y los tigres veían el miedo como debilidad y por ende, creían que tenían alguna clase de poder hacia los débiles, y ella no lo era. Nunca. Jamás.
—Aléjate —dijo entre dientes, trató de mantener la firmeza en su mirada. Dejó que la pantera se acercara, lista para cualquier intervención.
No obtuvo el efecto que esperaba, Nick sonrió, un par de ojos felinos se clavaron en ella con ferocidad.
— ¿Qué es lo que no entiendes? Tengo pareja.
El león rió.
—No hay vínculo, nena.
El ambiente se llenó de una tensión ácida. Y fue cortada al instante después por unos pasos, una presencia que sin necesidad de verla, la reconocía.
— ¿Quieres otra paliza, Nick?
Evan se adentró desde el cuarto, Roxy se giró hacia él retrocediendo mientras el leopardo se ponía entre ella y Nick, las maravillas del reconocimiento... Algo curioso era la alarmante frecuencia con lo que su pantera cedía ante Evan. Roxy le restó importancia, lo analizaría después cuando los intrusos se hayan ido de su guarida.
El leopardo, menor en tamaño y fuerza, se enderezó pretendiendo ejercer algo de dominio sobre el león. Vaya espectáculo, ambos hombres mantuvieron un agresivo juego de miradas.
—De donde yo vengo, si una mujer dice que no quiere tu presencia, se retrocede.
Nick se cruzó de brazos y permaneció indiferente.
—Estás muy lejos de casa, niño.
Alan se colocó a la derecha de su hermano.
—Nick, Alan —llamó el tercero de los hermanos—. Dejen de holgazanear y cumplan con la orden.
A regañadientes, los leones se separaron y siguieron la tarea de revisar la casa. Nick caminó cerca de Roxy, y de forma casi instantánea, Evan pasó un brazo alrededor de su espalda, la firme mano se detuvo en su cadera, era un agarre con un deje posesivo, que a ella le causó un rubor.
— ¿Por qué hacen esto? —Roxy le preguntó a Joe.
El mayor de los leones se detuvo a mitad de la sala, giró sobre sus pasos y del bolsillo sacó un microchip roto. Roxy sintió miedo, profundo y aterrador, pero no lo dejó salir. Al ver el objeto tragó el nudo en su garganta, la preocupación llegó con la marejada de preguntas que le invadieron al instante, ¿de dónde lo habían sacado? ¿Sabían para lo que se usaba? ¿Estaban sospechando de ellos? ¿Era momento de enfrentar la ejecución inminente?
—Richard lo encontró cerca de su casa —dijo Joe interrumpiendo el hilo de sus pensamientos—. No tenemos mucha idea de qué es, pero por si acaso, estamos revisando todas las guaridas para asegurarnos de que no estén ingresando contrabando.
Evan parecía menos tenso que ella, su expresión permaneció impávida mientras ajustaba el agarre sobre ella.
—Oh, parece un pequeño pedazo de basura sin sentido.
Un gruñido lejano le erizó el vello de la nuca, ojos felinos se centraron con un enorme peso sobre Evan, Joe podía ser de los tres leones; el que más cerebro y razonamiento tenía, pero también era poderoso en tamaño y fuerza, no era bueno subestimarlo.
—Solo por si acaso, debemos investigar cómo llegó esto a mitad de este bosque abandonado y para qué sirve. —Joe guardó el microchip—. Vayan afuera mientras revisamos la guarida, por favor.
Roxy quiso moverse pero Evan no le permitió.
— ¿Cómo sé que no es una trampa? —Cuestionó, y ante la duda en el rostro de Joe, agregó—. Falta media hora para que inicie el toque de queda, no me sorprendería que hiciera todo esto para buscar una razón para que nos castiguen.
Joe se arregló los puños de su suéter negro.
—El gatito alfa es inteligente —Alan se burló desde la cocina.
Evan siseó bajo.
—No encontrarás una movida deshonesta de mi parte —respondió Joe con calma—. Puede que de esos dos sí, pero yo... —Negó—. Jamás.
Evan esbozó una sonrisa afilada.
—Deberías... Les di una paliza a tus hermanos.
— ¿Quieres un segundo round? —Soltó Nick.
Joe bufó.
— ¡Regresen a sus tareas! —Ordenó, luego volvió a ellos—. Obedezcan, esto solo es una revisión de rutina, terminaremos antes del toque de queda. —Hizo una pausa y se cruzó de brazos—. A menos que oculten algo.
Evan permaneció serio, pero al final le tomó de la mano para bajar a tierra. Una vez abajo, en la oscuridad absoluta, le condujo lejos del árbol, a la distancia justa para tener una vista de la cabaña en lo alto. El frío recorrió su piel y ella se abrazó a sí misma, Evan se quitó la camisa de franela que llevaba puesta.
—No —dijo manteniendo la mirada lejos de la piel expuesta—. Tú también tienes frío, puedo tolerar esto.
Evan no le hizo caso, acomodó la camisa sobre sus hombros, rodeándole, estaba realmente cálida y llena por su aroma natural, fresco como la brisa del invierno. Sirvió para terminar con sus temblores solo por unos momentos.
—En invierno, los leopardos de las nieves nos sentimos como en casa.
Roxy sonrió. Miró los movimientos de las siluetas en contraste con la luz, ir y venir, de una habitación a la otra. Recordó el inquietante hallazgo, agradeció la ignorancia tecnológica de la mayoría de los guardias, una persona con mayor conocimiento no habría tardado atar cabos.
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Editado: 12.06.2019