Ya había enviado el mensaje, la alerta estaba en curso, a partir de ahora no había marcha atrás.
Evan guardó el teléfono satelital y se sentó en la cama, estaba esperando la respuesta pero luego de revisarlo por quinta vez, se obligó a calmarse, a confiar, no obtendría una respuesta inmediata, las cosas requerían tiempo.
Pero Evan estaba ansioso y su leopardo era algo difícil de contener.
Lo único que le calmaba era ella.
Roxy estaba dormida desde hacía una hora, su cabello rojo vibraba contra la blanca almohada cayendo en desorden alrededor, al verla su corazón se llenó de emociones, orgullo, afecto y ese sentido de protección que le hacía desear convertirse en las mantas para alejar el frío de su cuerpo. En la oscuridad del cuarto Evan todavía podía sentir la sangre que manchó el suelo, y era inevitable que las imágenes volvieran con intensidad..., cerró los ojos y apretó los labios en una línea tensa que no sirvió para aplacar su enojo.
«No deberíamos pensar en eso» se dijo, ya estaba hecho, no podía volver el tiempo atrás y aunque pudiera estaba seguro que tomaría la misma decisión una y otra vez. Ya todos sabían que Roxy era intocable, eso le trajo algo de alivio, al menos sentía que ella realmente estaba a salvo.
El rumor se esparció con la velocidad del viento entre los guardias, la increíble y casi irreal historia de cómo un leopardo de las nieves abatió a un león del doble de su tamaño, con tanta brutalidad y rabia que más que un asesinato pareció un mensaje: Roxanne Mclaire era intocable.
Debió sentir culpa al acostarse, pero mientras cubría a la pantera con un brazo, todo lo que sintió fue el miedo arrastrándose, un temor tan profundo que sirvió no como paralizante sino como el motor para seguir con vida, para cuidar de ella y que ella cuidara de él, para sacar a este clan de las garras de Richard y llevarlo a un lugar mejor, para sobrevivir y tener tiempo, toda una vida y así formar nuevos lazos, una familia.
—No voy a perderte —susurró, pegó la nariz al cabello rojo e inhaló su aroma—. Y no me perderás.
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Días después el teléfono satelital vibró con el mensaje de respuesta, Evan sonrió al leerlo lleno de euforia que debía disimular perfectamente, por su bien el plan debía salir exacto a como lo dibujó la noche en que se encontró con Aria. Evan estaba preparado, venía detallando esto desde que lo sacaron del foso.
Si algo podía destacar al bueno de ese lugar horrible, fue que en al estar en ese sitio obtuvo una cosa muy útil, claridad para su mente nublada por la ira. La oscuridad y el silencio le dieron las herramientas para perfeccionar y atar todos los puntos sueltos, no había lugar para fallas, ni para retroceder, Evan no iba a bajar la mirada.
Flexionando los dedos de ambas manos Evan se puso de pie, y fue directo a la habitación, sacó la escalera plegable y subió al techo, una vez arriba observó el paisaje las hermosas tierras cubiertas de bosque, el viento acarició su piel y Evan abrazó el frío con placer sintiendo el pelaje del leopardo moverse bajo su piel.
Levantando la mirada al cielo, el sol oculto debajo de un gran cúmulo de nubes blancas, emitió un rugido tras otro, cinco veces hasta que la garganta le ardió.
Era el llamado, el momento.
Regresó al interior de la cabaña, guardó la escalera, pero cuando volvió a la sala se encontró con la pantera preparándose para salir.
—Voy a ir contigo —dijo Roxy deslizando la abertura de la cabaña.
Evan negó, pero ella le dio una mirada que le aseguró que de ninguna forma le obedecería, le encantaba su determinación pero al mismo tiempo le volvía loco.
—No voy a quedarme aquí como una gata casera mientras todos los demás pelean —afirmó—. Quiero ir.
Evan suspiró, cediendo. Abajo tomó a Roxy del brazo para acercarla a él, le besó, como si fuera la última vez y parte de él barajó la posibilidad de que así fuera pero no pensó en eso, Roxy demandó más abriendo sus labios y lo terminó de golpe. Sus ojos eran amarillos por completo y la sonrisa que le dio guardaba una promesa silenciosa que ninguno de los dos se atrevió a materializar en palabras.
Ya era hora.
La ruta los llevó directo a la guarida del alfa, en el camino se encontraron con muchos pares de ojos observándolos desde escondites, entre las sombras. El territorio estaba bajo una invasión pasiva y verlos le hizo sentirse agradecido por tener a Aria Ashburn como hermana. A más de cien metros se encontró con todos los leopardos del clan esperando por él, Evan dio el aviso temprano de resguardar a los cachorros, sumisos y ancianos en casa de Sarah, bajo la protección de diez pumas que llegaron por el lado norte.
Evan soltó a Roxy, formando el bloqueo sobre el vínculo para que ninguno de los dos sintiera el dolor del otro. Todos los leopardos formaron un medio círculo alrededor y avanzaron junto a él. Al llegar a la cabaña tres grandes hombres se interpusieron, deteniendo la marcha.
Dos tigres y un león, Joe Larkin.
— ¡Richard! —Evan gritó—. ¡Tú clan reclama tu presencia!
Los guardias, a excepción de Joe, miraron alrededor, como esperando que llegaran los refuerzos, sorprendidos al ver a veinte leopardos adultos apoyando a Evan. Por supuesto, los demás no llegarían pronto, se aseguró de dejarlos fuera de combate antes de convocar a esta célebre reunión masiva.
El ambiente pronto se inundó por la electrizante sensación de adrenalina y poder, todos estaban a la expectativa de un solo movimiento para hacer estallar todo. Evan tenía muy poca paciencia y estaba llegando a sus límites peligrosos, tenía al leopardo queriendo tomar el control para correr y sacar a su rival a rastras, la presión podría provocarlo demasiado.
— ¡Richard! —Volvió a llamar.
Los tigres —a los que reconoció como los dos sirvientes que lo arrastraron y lo arrojaron al foso días atrás—, dieron un gruñido, como una advertencia que nunca le llegó, Evan no retrocedería ante ellos, ni ante nadie. Necesitaba que el cobarde diera la cara de una buena vez.
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Editado: 12.06.2019