El vasto imperio de los dragones se estremecía bajo el peso de una búsqueda desesperada. Los cielos, teñidos de escamas multicolores, se llenaron con el batir de alas poderosas mientras cada clan, desde las cumbres heladas hasta los valles de fuego eterno, era escudriñado sin descanso. Las princesas, herederas de los antiguos linajes draconianos, parecían haberse desvanecido como el rocío ante el sol del amanecer.
En el corazón del reino, el majestuoso rey Maximiliano, cuyas escamas rosadas reflejaban la luz como pétalos de cristal, alzaba su voz en un lamento que resonaba por las montañas. Su llamado, entrelazado con el de su reina, vibraba con la magia ancestral del vínculo entre padres e hijos. Sin embargo, el silencio que les respondía era más frío que el aliento de un dragón de hielo.
Mientras tanto, en los dominios acuáticos del clan del agua, el joven príncipe Adán Ludovil, con escamas que ondulaban como las olas del mar profundo, unía su voz al canto de su padre. Su llamado, destinado a resonar en el corazón de su pareja predestinada, se perdía en el vacío, dejando solo ecos de angustia en las cavernas de coral.
—Papá, ¿crees que May...? —La voz del príncipe Ludovil se quebró como hielo fino, incapaz de completar el pensamiento que atormentaba su corazón de dragón.
—No, Luvi, no dejes que esos pensamientos nublen tu mente —respondió su padre, sus ojos brillando con la sabiduría de milenios. —Nuestro mundo está entrelazado con otros reinos más allá de nuestra comprensión. Quizás las princesas hayan sido llevadas a otra dimensión, o incluso al enigmático mundo de los humanos. No pierdas la esperanza, hijo mío. La magia que fluye por nuestras venas nos guiará hacia ellas.
El rey del clan del agua extendió una de sus alas, cubriendo a su hijo en un abrazo protector. En ese gesto se transmitía no sólo el amor de un padre, sino la determinación inquebrantable de una raza que había sobrevivido a eras de magia y conflicto. Los dragones, guardianes de secretos antiguos y portadores de poder inimaginable, no descansarían hasta que sus princesas fueran devueltas a los cielos que les pertenecían por derecho de nacimiento.
El emperador, cuyas escamas refulgían, alzó su voz en un rugido que atravesó las barreras del tiempo y el espacio. Su llamado, impregnado con la magia ancestral de los dragones, debería haber resonado en los corazones de las princesas perdidas, sin importar dónde se encontraran. Sin embargo, el silencio que siguió era tan profundo como inquietante.
Desconcertado, el poderoso líder reflexionaba sobre la naturaleza de este misterio. El imperio draconiano, oculto de los ojos curiosos de otros reinos por velos de magia antigua, siempre había respondido al llamado imperial. Incluso los más jóvenes dragones, apenas salidos del cascarón, sentían la irresistible atracción de aquel rugido que trascendía fronteras y dimensiones, alcanzando incluso el enigmático mundo de los humanos.
Con determinación, el emperador surcó los cielos hacia la legendaria montaña del clan esmeralda, sus alas cortando el aire como cuchillas de diamante. Aquel lugar, testigo de la transformación de todo un clan en seres humanos por el deseo de la reina esmeralda, permanecía inmutable, guardando secretos milenarios en sus laderas verdeantes.
Al regresar junto a su séquito de dragones, un destello de luz rosa, tan brillante como el primer rayo del amanecer, captó su atención. La luminiscencia se fundió con el cuerpo del joven príncipe azul, Adán Ludovil, cuyos ojos se abrieron con una mezcla de asombro y terror.
—¿Qué fue eso? —inquirió el emperador, aunque en su corazón ya conocía la respuesta. Sus ojos, pozos de sabiduría milenaria, se clavaron en el pequeño príncipe—. ¿Era la perla del poder de la princesa rosa?
—Sí, su majestad —respondió el joven dragón, su voz quebrándose como cristal—. Mi May, mi May... —Las palabras se ahogaron en un mar de lágrimas, cada gota brillando como una estrella caída.
El rey del clan azul, cuyas escamas ondulaban como las profundidades del océano, dio voz al temor que atenazaba los corazones de todos los presentes:
—La princesa debe haber muerto y, en su último aliento, ha transferido todo su poder al príncipe —dijo en lo que envolvía a su pequeño príncipe con un ala.
Un silencio sepulcral cayó sobre la asamblea de dragones. La pérdida de una princesa no solo significaba el luto para un clan, sino un desequilibrio en la delicada armonía mágica que sostenía su mundo. Mientras el joven Adán Ludovil luchaba por comprender el peso del poder que ahora residía en su interior, los líderes de los clanes intercambiaron miradas cargadas de preocupación.
La desaparición de las princesas y este inesperado traspaso de poder auguraban tiempos turbulentos para el imperio draconiano, desafiando las antiguas profecías y poniendo a prueba los lazos que unían a esta majestuosa raza de criaturas míticas.
Mientras el imperio draconiano se sumía en la incertidumbre, un evento extraordinario se desarrollaba en los aposentos secretos del emperador, un lugar tan antiguo como el tiempo mismo y tan misterioso como las profundidades del cosmos.
En los aposentos secretos del emperador, oculta de los ojos del mundo, yacía la verdadera reina esmeralda. En el corazón de esta cámara sagrada, existía un santuario que era réplica exacta del venerado templo del clan esmeralda, de pronto sobre él se alzaba un majestuoso dragón fénix.
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Editado: 11.12.2024