El anciano dragón, cuyas escamas verdes oscuras reflejaban la sabiduría de los siglos, dirigió una mirada compasiva hacia la joven dragonesa Elizabeth. Con un suspiro que parecía cargar el peso de la historia, continuó su relato con voz grave y melodiosa:
—La verdad sobre aquellos eventos se ha perdido en las brumas del tiempo. Lo que sí sabemos con certeza es que desde aquel fatídico día, los Kraken Ness y nosotros, los dragones, hemos estado sumidos en un conflicto interminable. Los Kraken Ness, consumidos por un odio visceral y una sed insaciable de venganza, buscan sin descanso el poder sagrado de los Dragones Rosas. Su ambición es dominar tanto las profundidades del mar como las vastas extensiones del cielo, una aspiración que nuestro emperador ha jurado impedir a toda costa.
El anciano hizo una pausa, su mente divagando hacia un pensamiento perturbador que prefirió no compartir. "¿Y si el nuevo emperador, considerara una alianza con ellos para apoderarse de todo el poder de los dragones?", se preguntó, sintiendo un escalofrío recorrer sus alas.
Ojalá que el viejo emperador no le permitiera hacer tal cosa. Luego en su mente continuó reflexionando sobre la injusticia de su situación: condenados por un crimen que no cometieron, habían sido obligados a vivir milenios transformados en las criaturas inferiores llamados humanos. También estaba el hecho del misterioso regreso de casi todos los dragones esmeralda a su clan, a su montaña ancestral, sin explicación aparente, era un enigma que desconcertaba a los ancianos. Aunque el clan había renacido, permanecían confinados por una barrera invisible e impenetrable, como prisioneros en su propio hogar.
—¿Papá, en qué estás pensando? —La voz dulce de su hija Saray lo arrancó de sus cavilaciones.
—Nada, hija, nada —respondió, sacudiendo levemente la cabeza para despejar sus pensamientos sombríos. Retomando el hilo de su narración, continuó:
—Como les decía, nuestro imperio draconiano vive en un estado de alerta perpetua desde aquella época. Sabemos que en cualquier momento podríamos enfrentar un ataque de estas criaturas despiadadas que acechan en las profundidades del océano. Cada día que pasa, nuestros vigías escrutan los horizontes y nuestros guerreros afilan sus garras.
El ancestral consejero realizó una pausa y suspiró profundamente, su mirada cargada de sabiduría y preocupación recorrió los rostros de las jóvenes que esperaban ansiosas sus palabras. Antes de que pudiera continuar, la bella Elenita intervino con una pregunta:
—Disculpe, señor consejero, pero... ¿no sería mejor llegar a un acuerdo con ellos para que dejen de molestarnos? Hemos escuchado rumores en el exterior sobre el rapto de la pequeña princesa rosa. ¿Podrían ser ellos los responsables? —preguntó con seriedad.
El anciano dragón miró a la joven que ya enseñaba sabiduría en sus preguntas, luego meditó por un momento antes de responder:
—Aunque no puedo asegurar que no fueran ellos quienes se apoderaron de la pequeña princesa rosa, existe un obstáculo en esa teoría. Según nuestras antiguas leyendas, los Kraken Ness no pueden raptar a la princesa rosa como lo hicieron en el pasado, pues aquella estrategia resultó infructuosa —afirmó el consejero.
—¿No pueden? ¿Por qué razón? —inquirió Mayra, intrigada con gran incredulidad debido a su reciente ataque. —A mí por poco me atrapa uno.
Todas estuvieron de acuerdo en eso. El anciano también asintió comprensivamente antes de explicar:
—Ciertamente, pueden intentar capturarla por la fuerza, pero la princesa rosada posee una habilidad única: puede transferir todo su poder a su amado si sus esencias primordiales se unen. Esta es una capacidad que todos los dragones comparten cuando encuentran a su alma gemela. De hecho, tengo entendido que los reyes de sus respectivos clanes se apresuran a realizar esta unión en cuanto se manifiesta esa conexión entre ellos, sin importar cuán jóvenes sean —continuó, con una profunda preocupación.
Las jóvenes dragonesas intercambiaron miradas, una mezcla de comprensión y confusión reflejada en sus ojos. El consejero, percibiendo su desconcierto, decidió profundizar en su explicación:
—Permítanme aclarar —dijo con una sonrisa paciente—. El plan de los Kraken Ness es simple pero peligroso. Si logran que una princesa rosa se enamore de su príncipe, ella podría, por amor, utilizar su poder para ayudarles a abandonar las profundidades marinas y habitar la tierra por períodos más prolongados.
Un murmullo de asombro recorrió el grupo. Aunque jóvenes e inexpertas en las artes del amor, las dragonesas comprendieron la gravedad de tal estratagema y el peligro que representaba para su especie. El consejero prosiguió:
—Este ciclo milenario de engaño es solo una faceta más de nuestra eterna lucha. Los Kraken Ness, en su desesperación por obtener el poder de los Dragones Rosas, no escatiman en recursos ni artimañas. Con la reciente desaparición de la princesa rosa, deberán esperar otro milenio para intentarlo de nuevo, pero eso no disminuye su peligrosidad —advirtió el anciano con severidad.
Sus palabras calaron hondo en las mentes de las jóvenes, sembrando la semilla de la responsabilidad. Aunque eran las elegidas para la reencarnación de la reina madre, también eran las únicas capaces de poder salir al exterior y traer noticias del imperio. Era crucial que comprendieran los peligros que podrían enfrentar.
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Editado: 11.12.2024