De repente, Adám vio con claridad cómo un humano se abría paso entre la multitud, dirigiéndose hacia Mayra con una determinación que le pareció sospechosa. Sus sentidos de dragón, afinados por siglos de evolución, le alertaron de un peligro inminente.
Adám, guiado por un instinto que no comprendía del todo, sintió que aquel hombre representaba una amenaza para Mayra. Sin pensarlo dos veces, casi corrió hasta colocarse junto a ella, envolviéndola con sus brazos y dedicándose a bailar con la joven que le sonrió, formando una barrera protectora con su cuerpo.
En ese momento, Adám tomó una decisión. No le importaba si de alguna manera su hermosa princesa rosa había sido convertida, o si había reencarnado después de su muerte en forma humana. Él la protegería y la amaría en todas sus formas. No estaba seguro de lo que estaba pasando, pero no dejaría que ningún humano se acercara a ella con intenciones dudosas.
Mientras bailaban, Adám reflexionó sobre la brevedad de la vida humana en comparación con la existencia milenaria de los dragones. Después de todo, la vida de estos seres era apenas un parpadeo en el vasto tiempo del mundo dracónico. Con cada giro, sentía que el vínculo entre ellos se fortalecía, como si las antiguas magias de su raza estuvieran despertando, tejiendo un destino que trascendía las barreras entre especies y reinos.
Adám pudo percatarse de que el extraño no apartaba la mirada de Mayra. Sus ojos cambiaban de color, tornándose en ocasiones de un azul oscuro como las profundidades del océano, recordándole a las escamas de los seres marinos que habitaban en las cavernas submarinas.
—Ya debemos marcharnos —se detuvo Mayra al ver cómo las demás se acercaban. Sus amigas, todas ellas dragonesas disfrazadas de humanas, se movían con una gracia sobrenatural que pasaba desapercibida para los ojos no entrenados.
Adám apretó su mano como si no quisiera dejarla marchar, sintiendo el calor de su piel que ocultaba la verdadera naturaleza escamosa de Mayra. Ella le sonrió, revelando por un instante un brillo iridiscente en sus dientes.
—Vengo a la fiesta de los domingos que realizan casi a la orilla del lago —agregó Mayra—. Si te apetece, podemos volver a encontrarnos. El lago es un lugar para reunirnos nosotros, cuando venimos.
—De acuerdo, nos veremos allí cada domingo —respondió Adám—. Pero por hoy, deja que te acompañe a tu casa o a tu hotel. Me parece que aquel extraño te persigue —y señaló al hombre con la cabeza, que trató de esconderse.
Mayra, sin embargo, había logrado verlo. No era la primera vez que ese extraño la seguía, y sus instintos de dragón le advertían que se mantuviera lejos de él. Sentía que aquel hombre podría ser uno de los llamados magos o brujos del mundo humano y que por alguna razón se había encaprichado en ella.
En su mente, Mayra se comunicó telepáticamente con las demás dragonesas. Acordaron dirigirse, como era su costumbre en casos como aquellos, a la casa de los chicos de quienes eran amigas, con la excusa de saludar a su hermana Esthela, a la cual no dejaban salir de casa por temor a que fuera vista por aquellos que perseguían a las doncellas hermosas y ella era de una belleza deslumbrante.
—No es mi casa, es sólo la de unos amigos que nos hospedan —le aclaró a Adám, que no dijo nada. Sólo quería dejarla a salvo, sintiendo en su interior el despertar de un instinto protector que iba más allá de lo humano. —Tienen una tienda de venta de telas y es con ellos que hacemos negocios.
Mientras caminaban, Mayra podía sentir el calor de su fuego interior luchando por manifestarse, una señal de que su forma humana estaba llegando a su límite. Sabía que pronto tendría que regresar a su verdadera forma, pero por ahora, la seguridad que le brindaba Adám era más importante que revelar su secreto.
Al llegar al lugar, Mayra se giró para ver a Andrés, quien se había despedido de los demás y se detuvo de nuevo ante ella. Sin mediar palabras, colocó su frente contra la de ella, quien retrocedió asustada, sintiendo un cosquilleo en su piel que amenazaba con revelar sus escamas ocultas.
—¿Qué haces? ¿Por quién me tomas? —dijo algo molesta por su atrevimiento, temiendo que hubiera descubierto su verdadera naturaleza.
—Perdón —se apresuró a disculparse Andrés, pero sonrió al ver cómo la marca que le había hecho se fundía con la piel de Mayra, brillando tenuemente con un resplandor iridiscente—. Es algo que hacemos en mi pueblo entre amigos queridos, y tú ya lo eres para nosotros.
Adám, entendiendo lo que quería hacer Andrés, tomó a Mayra de las manos y unió también su frente con la de ella, marcándola de igual modo. Era algo que los dragones realizaban para proteger a aquellos humanos que consideraban dignos de confianza. Si ella estaba en peligro, los dos podrían sentirla o localizar dónde estuviera en todo momento, una magia que trascendía las barreras entre especies.
Mayra se dejó llevar, sintiendo cómo la energía del príncipe azul se entrelazaba con su propia esencia dracónica. Una calidez familiar recorrió su cuerpo, como si las llamas de su interior danzaran en armonía con la magia de Adám. No se apartó, fascinada por la conexión que se estaba formando.
—¿Qué hacen? —se escuchó la voz de Maurin, quien tiró de Mayra con suavidad, rompiendo el momento mágico—. Aquí no se le hace eso a una señorita soltera.
Maurin, miró con preocupación a Mayra. Sabía que ese tipo de relación podría entorpecer sus verdaderas intenciones con la chica. Mayra, aún aturdida por la experiencia, sintió cómo sus escamas internas se asentaban, ocultándose una vez más bajo su piel humana. Miró a Adám y Andrés con curiosidad y cautela, preguntándose si ellos también guardaban secretos tan profundos como los suyos.
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Editado: 12.12.2024