Fue Mayra quien, en un arrebato de pasión y desesperación, lo besó. Sus labios se encontraron en una danza frenética, sin percatarse de cómo su esencia primordial, rosada, brillante y etérea, se entrelazaba con la del príncipe del clan del agua, Adam. Él le devolvió el beso con un amor tan profundo como el océano, sintiendo en lo más profundo de su ser que dentro de esa forma humana estaba su verdadera compañera, su alma gemela. Juró en silencio que no dejaría que se le escapara, que lucharía contra el destino mismo si fuera necesario.
Justo cuando Adam pretendía desaparecer con ella, llevándola a un lugar seguro lejos de las amenazas que los acechaban, Mayra se desvaneció entre sus brazos como si fuera humo. La confusión y el dolor se reflejaron en el rostro del príncipe mientras escuchaba la voz de Mayra resonar en su mente, clara como el tañido de una campana de cristal:
"Olvídame, Adam, y sé feliz."
—¡May... May, no me hagas esto! ¡May! —gritó el príncipe con gran angustia y desesperación. Pero sólo el eco de su propia voz le respondió, rebotando en las paredes del bosque que ahora parecía más oscuro y solitario que nunca.
Adam se quedó allí, inmóvil, con los brazos extendidos hacia el vacío donde segundos antes había estado el amor de su vida. El viento susurraba entre las hojas, como si la naturaleza misma lamentara la separación de los amantes. Pero en su corazón, Adam no aceptaba este final. Era un príncipe, un guerrero, y sobre todo, un hombre enamorado. Encontraría a Mayra, sin importar cuánto tiempo le tomara o cuántos obstáculos tuviera que superar.
Su amor era más fuerte que cualquier profecía, más poderoso que cualquier magia antigua. Con esa determinación ardiendo en su pecho como una llama inextinguible, Adam cerró los ojos, permitiendo que sus otros sentidos se agudizaran. De repente, lo sintió: un vínculo etéreo, invisible pero innegablemente real, que lo unía a su amada princesa rosa.
Era como si un hilo de luz dorada se extendiera desde su corazón, atravesando la distancia y el tiempo, conectándolo con Mayra. Podía sentir su presencia, su esencia, tan claramente como si ella estuviera a su lado. El aroma a rosas silvestres y el calor de su aliento parecían flotar en el aire, llamándolo.
Sin esperar un instante más, Adam dejó que su verdadera naturaleza emergiera. Su cuerpo humano comenzó a brillar con una luz azul intensa, como si estuviera hecho de diamantes líquidos. En cuestión de segundos, su forma se expandió y transformó, revelando al poderoso dragón azul que realmente era.
Sus escamas, del color del océano profundo, reflejaban la luz como si fueran joyas vivientes. Sus ojos, ahora del tamaño de platos, brillaban con una inteligencia ancestral y un amor inquebrantable. Adam desplegó sus majestuosas alas, tan vastas que parecían poder abrazar el cielo mismo. Con un poderoso batir que hizo estremecer el aire a su alrededor, se elevó hacia las estrellas.
Surcando el firmamento a una velocidad vertiginosa, Adam seguía el rastro etéreo de su amada. El viento silbaba entre sus escamas mientras atravesaba nubes y corrientes de aire, dejando tras de sí una estela de magia azul que se desvanecía en la noche.
Mientras volaba, su mente dragón, reflexionaba sobre lo sucedido. No comprendía cómo la que creía una simple humana había podido desaparecer entre sus brazos, pero recordaba que era algo que había hecho antes a la orilla del lago. Una chispa de esperanza se encendió en su corazón draconiano.
"Tal vez", pensó Adam, "mi amada esposa no ha reencarnado en una simple humana esta vez. Quizás sea un ser mágico, poderoso y misterioso como siempre ha sido su esencia".
Determinado, Adam intensificó su búsqueda. Sus sentidos, agudizados por su forma draconiana, escudriñaban cada rincón del mundo bajo él. Podía percibir las corrientes mágicas que fluían por la tierra, buscando aquella que resonara con la esencia única de su amada.
"No importa en qué se haya convertido esta vez", rugió Adam, haciendo temblar el aire a su alrededor. "Estamos unidos por un lazo más fuerte que el tiempo y el espacio. Te encontraré, sea cual sea tu forma, sea cual sea el desafío que deba enfrentar".
Sin esperar un instante más, Adam desplegó sus alas mágicas. Con un poderoso batir que hizo estremecer el aire a su alrededor, se elevó hacia el cielo estrellado, dejando atrás el suelo firme y adentrándose en un mundo de nubes etéreas y vientos susurrantes.
El majestuoso dragón azul continuó su vuelo. Sus escamas, del color del diamante más puro, reflejaban la luz de la luna, creando la ilusión de que un pedazo del océano nocturno había cobrado vida y se elevaba por los cielos. Su determinación era tan sólida como sus escamas, su amor tan profundo como los océanos que representaba.
De repente, Adam sintió un impacto contra su cuerpo escamoso. Instintivamente, extendió una de sus poderosas garras, atrapando el objeto misterioso en pleno vuelo. Para su sorpresa, al abrir su garra, descubrió que lo que había atrapado eran zafiros rosados, brillantes y perfectos, del tamaño de lágrimas.
El corazón de Adam se aceleró, reconociendo inmediatamente el significado de aquellas gemas. No eran simples piedras preciosas; eran las lágrimas cristalizadas de su amada esposa. Cada zafiro rosado contenía la esencia misma de Mayra, su dolor, su anhelo, su amor eterno.
"¡May... May, espera por mí!" rugió Adam, resonando a través de las nubes y haciendo temblar el firmamento. Su grito era una mezcla de desesperación y esperanza, un llamado que atravesaba las barreras del tiempo y el espacio.
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Editado: 11.12.2024