El corazón de Mayra latía desbocado, como si quisiera salir de su pecho que subía y bajaba tratando de respirar. En ese instante, le parecía que no había oxígeno suficiente para llenar sus pulmones. En un impulso, le dio la espalda a Adam con la intención de desaparecer, pero los brazos de él fueron más rápidos y la atraparon antes de que ella siquiera supiera lo que había sucedido. Se sintió transportada a gran velocidad hacia lo desconocido.
Cuando al fin sintió que Adam la depositaba en el suelo, los labios del joven sellaron los suyos con un apasionado beso. Al principio, Mayra trató de rechazarlo, pero las sensaciones que despertaba ese beso en ella fueron mayores que su voluntad y terminó respondiendo al mismo.
—Adam, no... —trató de negarse de nuevo, pero otra vez fue silenciada por sus besos.
El tiempo parecía detenerse ante el sentir de ambos, que se dejaron llevar por sus emociones y desplegaron todo su amor en los dulces besos que compartían. Cuando al fin se separaron, Adam se quedó con ella atrapada por la cintura, mirándola con súplica, amor e interrogación.
—Te amo, May. No me importa lo que seas, eso no es importante. Yo te amo y esperaré por ti la vida entera, viviré en todas las formas que adoptes, pero no me rechaces, por favor —y volvió a besar a Mayra, que dejó escapar lágrimas de sus ojos sin saber cómo responder a aquello.
—No sabes lo que me pides, Adam. No es que no quiera, mi deber me lo impide. No puedo hacerte esto, no puedo —y se alejó del príncipe azul, que la abrazó por su espalda fuertemente.
—No permitiré que me alejes de ti. No importa dónde te escondas, te encontraré, May. Te encontraré, estás unida a mí por una eternidad —susurró en el oído de ella al tiempo que la hizo girar muy despacio para que lo mirara a los ojos. Frunció el ceño.
Se separó de ella y la llevó a la ventana. El alba ya se apreciaba a lo lejos y la claridad del día iniciaba. Le había parecido que los ojos verdes de la joven se tornaban en ocasiones rosa. Pero no, seguían siendo verde esmeralda. Mayra miró fuera de la ventana y vio una enorme extensión de agua azul. ¡Era el océano!
—¿Dónde me trajiste, Adam? ¿Eso es el mar? —preguntó muy preocupada.
Adam la tomó de una mano y la sacó a la enorme terraza que pendía de un acantilado sobre el mar azul. Mayra no podía creer lo bien que se sentía en aquel lugar, mejor que en su clan esmeralda. Sentía un inexplicable sentimiento de pertenencia, como si toda su vida hubiera residido allí. Era todo tan hermoso que respiró con ansias el aire húmedo y cargado de salitre. Al abrir los ojos, se encontró con los azules como el mismo océano de Adam, que se habían quedado mirándola sorprendido.
—¿Qué sucede, Adam? ¿Por qué me miras así? Y acaba de decirme a dónde me has traído. Mis amigas deben estar muy preocupadas por mi desaparición, debes llevarme de regreso —le pidió Mayra, aunque giró de nuevo a ver el inmenso mar.
—Esta es mi casa —respondió Adam sin añadir nada más. Entre más tiempo pasaba al lado de ella, más convencido estaba de que era un ser sobrenatural. Ahora mismo el cabello de ella estaba completamente azul, aunque no sabía si era por las veces en que la había envuelto en su esencia primordial mágica de dragón, o si esa humana no era un ser mortal.
Durante los diez largos años humanos en que la había estado esperando, se había hecho de esta casa en su mundo para poder vivir todas las vidas que ella viviera con ella. Estaba decidido a amar a Mayra en cualquier forma o animal que el espíritu de la princesa dragón rosa adquiriera en sus múltiples reencarnaciones hasta volver a ser lo que era, un dragón. Su corazón y esencia primordial de dragón no podían engañarlo, era ella, la reconocían cada vez que su energía mágica la cubría.
—No puedo quedarme, Adam, no puedo —insistió Mayra nuevamente—. Por favor, encuentra una humana que te haga feliz y crea tu familia. Yo..., yo no puedo decirte el motivo de mi rechazo. Sólo puedo decir que si viviera otra vida te buscaré y te encontraré para vivirla contigo.
Adam no dijo nada, solamente la estrechó muy fuerte entre sus brazos. Sin que Mayra se percatara, la durmió y la llevó con él al mundo de los dragones, al clan rosado, justo a la habitación del príncipe Andrés que dormitaba en su enorme tesoro de zafiros rosas. Al ver aparecer a su cuñado con la humana dormida en sus garras lo comprendió todo. Se puso de pie de un salto y le indicó que lo siguiera. Caminaron en silencio por los angostos túneles que poseía el palacio real del clan de rosa hasta detenerse en una enorme estancia donde estaba ubicado el santuario del clan.
El príncipe Andrés emitió un sonido grave haciendo que los ancestros despertaran y al mismo tiempo apareciera su padre, el rey del clan de los zafiros rosa.
—¿Qué sucede, hijo? ¿Por qué han traído a una humana aquí? —preguntó al ver a Mayra en los brazos del príncipe Adam—. Saben muy bien que está prohibido traerlos en contra de su voluntad.
—Padre, perdónenos, pero necesitamos de su ayuda para saber si el espíritu de la princesa Mayra está dentro de ella. Por favor, padre, la devolveremos enseguida y ella no se enterará de lo que suceda aquí. Le digo que cuando realicé el llamado de hermanos me pareció ver un punto rosa en lo profundo de sus ojos —explicó el príncipe Andrés—. Sólo queremos cerciorarnos si en esa humana reside mi hermana para protegerla y seguir a su espíritu cada vez que reencarne.
El rey del clan rosado, Maximiliano, se adelantó al escuchar a su hijo. Miró por un instante a la hermosa humana en los brazos de Adam, para luego colocar un dedo en su frente y llenarla de una potente energía rosa. Para asombro de los tres dragones, ahora el cabello de Mayra dejó de ser azul para pasar a ser de un hermoso rosa, pero nada más cambió.
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Editado: 11.12.2024