[Aviso, se viene un capitulo muy largo]
...
Han pasado varias horas desde lo ocurrido en la posada.
El sol empezaba a salir de entre las montañas, iluminando poco a poco lo que era el cielo nocturno e indicando lo que marcaría como un nuevo día para este mundo. Un nuevo, fresco y hermoso amanecer.
Los guardias que custodiaron las murallas durante toda la noche se encontraban a punto de retirarse, pues era hora del cambio de turnos.
¿Que los detuvo? Nada mas que una inmensa orda de no-muertos avecinándose desde las lejanías.
"Oye. ¿Que es eso que se ve a lo lejos?".
"¿Eh...?".
"No puede ser...".
Ejércitos de esqueletos no-muertos que emitían una luz carmesí dentro de sus cuencas, armados con espadas bastante afiladas y vestidos con armaduras resistentes. Todos ellos liderados por una persona de gabardina oscura y mascara blanca que iba a la cabeza.
En cuanto los soldados notaron este gran ejercito, sus expresiones fueron de absoluto terror. Estaban atónitos, algunos ni siquiera podían creerlo. No tardaron ni un minuto en dar la alarma.
Mientras tanto, en el interior de una lujosa mansión situada fuera de las murallas del pueblo esclavista, mas específicamente en su oficina personal, un hombre de mediana edad se encontraba sentado frente a un gran escritorio de madera.
Él era el mismísimo Arnold Benjamin Barclay.
Su traje parecía bastante refinado, lo que era normal por ser un noble. A su alrededor se reunían cinco personas mas, entre ellas un hombre de vestimentas purpuras y un sombrero de copa muy elegante posado sobre su cabeza.
Ellos eran las cabezas que supervisaban y dirigían los negocios del mercado de esclavos en todo el territorio de Arnold. Parecían discutir algunos temas importantes, especialmente el hombre del sombrero de copa, quien hacía mención sobre una "segura" adquisición como mercancía nueva.
Una pareja de aventureros que habían ingresado hasta hace poco al pueblo, y que para este punto ya deberían de estar bajo su control.
No parecía haber ningún problema. Todo parecía marchar bien, hasta que un sonido estrepitoso interrumpió su charla.
Esto fue debido a algunas tazas que cayeron al suelo. Sus restos yacían dispersados por el piso junto con el té derramado.
La responsable de esto fue una joven chica de complexión delgada, de cabellera oscura y de prendas sucias que estaba a escasos metros de los cristales. Su piel aunque clara, mostraba claros signos de heridas, moretones y un par de manchas de suciedad en sus brazos y piernas.
"¡Estúpida! ¿¡Que mierda estas haciendo!? ¡No ves el desastre que causas!".
"¡Lo siento mucho, señor! ¡D-De verdad, lo siento mucho!".
Arnold se levantó de su asiento y reprendió a la chica. Ella se disculpó reiteradas veces mientras dejaba la bandeja aun lado y se apresuraba en recoger los pedazos rotos con sus propias manos.
Claro que esto se debió a causa de un pequeño error, pero ¿como culparla? Su cuerpo estaba muy adolorido y agotado debido a la intensa sesión privada que este hombre tuvo con ella la noche anterior.
Dichas sesiones se basaban en golpes por todo el cuerpo, seguido por latigazos y unas cuantas quemaduras. A Arnold le excitaba mucho torturar a sus esclavos cuando caía la noche, oír sus gritos de dolor y suplicas de piedad tras cada golpe era algo que le satisfacía bastante.
Una vez que dichas sesiones finalizaban, a la mañana siguiente, Arnold obligaba a sus sirvientes a continuar con su trabajo matutino como si nada hubiese pasado, sin importar el tipo de heridas que les haya causado o el estado en el que se encontraran. Eso sin mencionar las cantidades limitadas de comida que les eran dadas.
Esto era parte de su juego perverso.
La pobre chica estaba tan agotada, que el tan solo hecho de que pudiera moverse y caminar era una hazaña muy increíble de por si. Sin embargo, esto no pareció importarle a Arnold.
"¿¡Sabes lo caras que son esas tazas!? ¡Esas cosas valen mas que una estúpida como tu! ¿¡De verdad crees que una simple disculpa basta para compensarlo!?".
El hombre estaba furioso, no tuvo reparo en gritarle a esa chica a pesar de su tan deplorable estado.
Los demás presentes solo contemplaban esta escena con indiferencia o comentaban de manera sarcástica.
"Barclay, cálmate. ¿No ves lo débil que esta la pobre?".
"Suficiente tiene con esos moretones, no la jodas mas de lo que ya esta o se va a romper".
"¡Suficiente! Esto es lo malo de tratar con objetos defectuosos como ella. ¡Y tu ni siquiera pienses que voy a dejarte ir así nada mas!".
Sin dudarlo, Barclay se acerco a la joven y con firmeza la jaló de su cabello. La chica gimió por el dolor, pero se negó a hacer algo para impedírselo. Por mas que quisiese, no podía hacer absolutamente nada. El collar en su cuello no se lo permitiría.
Esto se debía a una de las condiciones con las que eran encantados todos los collares de esclavitud. Si en algún caso, el portador intentara quitárselo por cuenta propia, el objeto reaccionaria, emitiendo una dolorosa descarga que llegaría a dañar, o en el peor de los casos hasta matar al que lo posea. Lo mismo sucedería si el sujeto no obedecía a cualquier orden de su amo.
Su cuerpo empezó a temblar de forma inevitable, y las lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Ella estaba demasiado aterrada por lo que le haría este hombre, tanto que de tan solo pensarlo le provocaban unas inimaginables ganas de llorar.
Arnold sonrío al ver tal vista. Le complacía ver este tipo de reacciones en sus sirvientas esclavas. Sentía una gran satisfacción al ver que su "juguete" lo miraba de esa forma.
"S-Señor, p-por favor... No mas... S-Se lo ruego".
La joven rogó por piedad con las lagrimas a punto de brotar se sus ojos, pero a este tipo no pareció importarle en lo mas mínimo. Al contrario, una idea cruzo por su cabeza en ese instante.
Editado: 09.09.2022