Salia de aquella puerta vieja y horrible — creo que este lugar tiene más de cien años — al salir pude ver que el día era algo sombrío, las nubes ocupaban mucho lugar en el cielo, el sol salia un poco no seria un buen día aunque era mi oportunidad de salir.
Por mucho tiempo soñé con esto, el vivir fuera como antes cuando era feliz.
— ¿Lista? — llego Carlota con mis maletas — Por fin eres lo suficiente capaz para mantenerte
—Creo que estas feliz por deshacerte de mi — le di una sonrisa falsa
Carlota era la típica bruja del cuento, si que lo era. Su cabello castaño con algunas canas, esa ropa que parecía de hace treinta años, ni con lo que robaba del orfanato le alcanzaba para vestirse bien.
—Mínimo me hubieras dejado despedirme de los chicos
—Solo los alborotas — me dio mis maletas — es mejor así querida — me dio un falso besó en la mejilla — suerte
— Gracias — le volví a sonreír como antes
Salí con cuidado de no pisar un charco ya que había llovido en la madrugada. Pude escuchar el portazo de la puerta el cual me hizo sobresaltar.
No sabia que seria de mi ahora, mas de diez años sin ir a un lugar por mi cuenta, la muerte de mi abuelo había echo que quedara encerrada en ese lugar tan horrible.
Llegue a la banqueta y me fije que ningún auto saliera, pero apareció un loco conduciendo horrible, me mojo ya que había un charco enorme, termine empapada y lo peor es que no pude ver quien era — para poderlo odiar de por vida —
— ¡Estúpido! — le grite
Por fin pude cruzarme la calle y camine a la parada del autobús. No sabia a donde iría, no tenia un rumbo fijo. Solo quería empezar sin mirar atrás.
Había muy poca gente en el autobús, tome asiento casi al frente y cerca de una ventana. El día seguía tan igual que cuando salí, mas avanzaba el autobús y mas gente subía con ropa de invierno — creo que esta vez llego antes de lo previsto — mire a la ventana y recordé las calles, esas mismas calles que años atrás recorría para llegar a casa, claro mi casa. Saque del bolsillo de mi abrigo la llave, esperaba desde el fondo de mi corazón que siguiera vacía aunque era poco probable.
Al ver que estaba cerca de casa me puse de pie y toque ese típico botón rojo para anticipar mi parada, el autobús se detuvo y pude bajar aunque con un poco de dificultad por la maleta. Estaba enfrente de mi casa, esa casa que tanto extrañaba así que camine por el jardín que estaba recién cortado lo cual era algo extraño. Decidí caminar y tocar la puerta, no creo que abrir de la nada sea algo bueno. La fachada seguía igual, toque el timbre y baje mis cosas esperando a que alguien abriera.
Empecé a mirar por todos lados viendo si reconocía a alguien, pero no. Hasta que logre oír que la perilla la movían, se abrió la puerta dejando ver a una mujer rubia con ojos castaños y una sonrisa angelical, vestía una pijama de colores pastel.
—¿Si? — rompió el silencio aquella mujer
—Esta era mi casa — le mostré la llave
— ¿Eva?
Me quede sorprendida por lo que acababa de escuchar. Esta mujer sabia mi nombre y no sabia como, ¿quien era?
—Si, ¿quien eres tu?
— Ángeles, tú tía