Empezaba a anochecer.
Los árboles habían cambiado a colores otoñales, el viento soplaba y levantaba las hojas del suelo. En el cielo ya se veían las primeras estrellas y una esfera roja se asomaba por el horizonte. La Luna de Sangre se alzaba.
Los pobladores de Glumweck empezaban a reunirse alrededor de figuras gigantes de paja, representantes de la fertilidad de la tierra. En silencio, la gente dejaba parte de sus cosechas al pie de ellas, para luego unirse al canto tradicional. Cuando todos hubieran presentado sus ofrendas, les prendían fuego en señal de agradecimiento. Siguieron cantando mientras las figuras de paja se consumían por completo.
De pronto, la música invadió las calles de la aldea. El ambiente se animó, la gente comenzó a bailar y a reír, algunos se sentaban a la mesa común a disfrutar del gran banquete, otros se reunían para demostrar sus habilidades en los distintos juegos de época. La Fiesta de la Última Cosecha había empezado.
Jehen jugaba a la búsqueda de calabazas con los otros niños. No había tenido suerte, siempre que encontraba una otro niño ya la había saqueado. Entonces decidió alejarse un poco más dentro del bosque. Buscó por detrás de los árboles, entre las ramas, dentro de troncos caídos. Cuando empezaba a creer que esta vez no tendría ningún botín vio una calabaza que se asomaba bajo una montaña de hojas secas. Corrió a por ella antes que alguien le ganara, pero de entre las hojas saltó una figura para asustarlo.
—¡BOO! —gritó la niña.
—¡Abby! —Jehen cayó al suelo por la sorpresa—. ¡Casi me das un infarto!
—No es para tanto —se burló ella—. ¿Ya has encontrado alguna calabaza?
—Si esta no la has tocado, será mi primera.
—¿La primera? Mala suerte esta noche, amigo. Yo, en cambio, encontré muchas calabazas —dijo Abby, con actitud altanera—. ¡Estoy muy llena!
—Entonces no te importará que me quede con esta —respondió Jehen, con una sonrisa.
—Aparta, tonto. —Abby abrió la calabaza, y dentro encontraron pasteles, frutas y muñecas de trapo. El estómago de Jehen comenzó a rugir.
—Puedes quedarte con las muñecas, este botín es mío —dijo, sacando un pastel de manzana y devorándolo en dos bocados.
Cuando solo quedaba un pastel en la calabaza, los niños se miraron fijamente. Mantuvieron su mirada unos segundos hasta que Abby rompió una ramita a propósito. Jehen dudó un instante y Abby aprovechó para coger el pastel y salir huyendo. Jehen corrió tras ella.
—¿Cuántos pasteles puedes comer? —le gritó.
—¡Atrápame si puedes, tonto!
—¡Ya verás!
Jehen saltó para atrapar a Abby y ambos cayeron rodando y riendo entre las hojas. Ya no había señal alguna del pastel. Se quedaron así, riendo en el suelo por varios minutos. De pronto el sonido de gente murmurando los hizo callarse. Miraron alrededor y vieron que un grupo de personas caminaban a paso animado hacia un claro del bosque. Aún podían escuchar la música de la aldea, así que no estaban lejos. Con una mirada, ambos supieron lo que el otro estaba pensando; se sacudieron las hojas de la ropa y corrieron tras el grupo.
Vieron que en el claro estaban puestos varios troncos alineados. Cuando la gente comenzó a sentarse en ellos, el lugar recordaba un teatro. De hecho, había un pequeño carromato al fondo del claro, cubierto por un lado con una cortina azul. Los niños, emocionados, se sentaron al frente.
Las personas siguieron murmurando en espera a que la función comience; mientras los niños empezaban a aburrirse. Solo habían pasado unos minutos pero para ellos era una eternidad. Entonces notaron que la iluminación del lugar comenzaba a atenuarse. Y solo entonces se dieron cuenta, ¿qué estaba iluminando el claro? No había antorchas cerca ni fuego alguno. Sus pensamientos se disiparon cuando, junto al carromato, apareció una mujer vestida con una túnica verde oscuro. Llevaba el rostro cubierto con una capucha.
—Sean bienvenidos. —Cuando la mujer habló, todos callaron al instante—. Presten atención, pues no lo repetiré dos veces, a la historia que esta noche les contaré.
Dicho esto, las cortinas se abrieron y ella desapareció tras su carromato. La audiencia pudo ver que tras las cortinas se había preparado un escenario que simulaba un bosque en otoño. Del lado izquierdo salió una figura, un títere con cuerdas. Se movía con bastante gracia y naturalidad, como si estuviera dotada de vida propia, pero claramente se veían los cables; el talento de la mujer era indiscutible. El títere era el de una mujer, vestida con una túnica hecha de hojas y ramas: una druida. Llevaba su cabello oscuro suelto, cayendo sobre sus hombros, disimulando un poco sus orejas puntiagudas; detalle que muy pocos notaron. La mujer estaba de espaldas hacia el público.