—¿A dónde vas tan temprano? —preguntó Mathew, con solo un ojo medio abierto, pero la mirada desviada, aún tumbado entre las sábanas.
—Es un proyecto, papá. Estoy tratando de conseguir dinero para lograrlo, y para hacerlo, debo conseguir trabajo —contestó Michael, con la mochila de escuela cargada en la espalda, y sin rastro alguno de no haber dormido bien la noche anterior.
El padre de Michael le levantó el brazo, en señal de despido, y volvió a lo suyo: dormir hasta medio día, o hasta que el cuerpo le pida lo contrario.
Por otro lado, Michael salió de su hogar a las 6:30 de la mañana. Lanzó su mochila al asiento trasero, y condujo hasta la casa de aquella extraña niña que vio el día anterior. Como lo predijo, le tomó media hora llegar al porche. Las clases empiezan a las ocho en punto, pero no están tan lejos de la escuela, así que es probable que ambas sigan dentro.
La primera mañana, escuchó gritos y discusiones, por lo que condujo sin mirar a los costados. Al segundo día, esperó a ver cuántas personas salían de la casa al mismo tiempo. Contó a tres mujeres. La señora, que probablemente sería la madre, entra al coche y conduce en dirección contraria a la que toman las niñas, que por cierto, lo hacen en aquella bicicleta púrpura que vio la primera vez.
El suceso se repite por dos días más, y los humos aún no se han calmado. Le tomó siete días laborales, encontrar el equilibrio en el ambiente, y darse cuenta que ya se estaban adaptando a la rutina. Cuando llegó el jueves, escribió todo lo que debía hacer en un retaso de papel. Cómo debía verlo su padre, exactamente igual que todos los días, bien dormido y limpio, listo para encontrar un trabajo, pero por otra parte, cómo debían verlo las Sweet, sí, las Sweet, porque durante los dos días libres de escuela, aprovechó para escudriñar más de cerca aquella casa, y notar que no hay una figura masculina dentro. Eran solo ellas tres.
Esa mañana siguió con la rutina. Se levantó muy temprano y alistó el espectáculo. Se dirigió por menos de media hora de viaje, solo esa vez, hacia la casa de la chica que le robaba el sueño, pero amenguó la velocidad al percatarse de la proximidad.
Se mantuvo alrededor de cuarenta minutos fuera, frente a la casa del vecino de su musa, observando las luces encenderse y apagarse de cuando en cuando. Fue primero a la gasolinera que está cerca, y compró un gran vaso descartable de café negro. Regó un poco en el suelo de ambos pasajeros delanteros, y esperó.
Tenía la ventana oculta, por lo que podía escuchar a lo lejos, los "apúrate" seguidos de un par de "llegaremos tarde por tu culpa". Cuando por fin logró ver movimiento en la perilla de la puerta principal, avanzó con el auto invadiendo la acera peatonal, y estrellando el faro delantero con la caja de basura de la familia Sweet.
Ambas niñas, que acababan de salir de su hogar, junto a una señora, que probablemente era su madre, se quedaron estupefactas viendo el accidente. No hubo reacción alguna, hasta que Michael abrió la puerta de su coche. Llevaba, ahora sí, unas tremendas ojeras y el cabello frondosamente despeinado.
—Discúlpenme... No era mi intención. Me distraje solo un segundo... Perdónenme, es que voy apurado a la escuela... —se trataba con sus propias palabras, fingiendo un notorio nerviosismo al enfrentar el suceso.
—Hijo, hijo... Cálmate —Le dijo la señora, acercándosele y colocando una mano en su hombro—. ¿Te encuentras bien? ¿Estuviste bebiendo?
—¡No, no! Yo no bebo. —Se anticipó al prejuicio—. Unos amigos me pidieron ayuda en un curso, y acepté quedarme y pasar la noche en la casa de uno. Terminamos tarde ayer, y no pude dormir bien.
—Debiste pedirle a alguno de ellos que te llevara a la escuela —Le riñó la señora—. No deberías conducir en tu estado.
—Ellos estudian en la privada, y pues, mi padre no comparte la religión, es por ello que voy a la estatal.
—¡Igual que nosotras! —Se entusiasmó la más pequeña—. ¡¿Oíste Chely?! ¡Te puede hacer compañía para que ya no te sientas tan sola! —El rostro de la muchacha se tornó colorado, aguantó una risa, y cerró los ojos lo más fuerte que pudo, agachando la cabeza.
—¡Cállate, Julie! —Le susurró a la pequeña, empezando a deambular en dirección a la cochera.
—Si-si... Si van para allá, las puedo llevar —ofreció Michael, interesado enormemente en la sugerencia de la pequeña.
—No creo que debas manejar... —empezó la señora.
—No se preocupe, en serio, me encuentro perfecto. Esto fue un pequeño desliz. La llanta cogió un bache, y mi café saltó de repente. Tra-tra-traté de... —suspiró— de que no cayera y me ensuciara todo, y no me fijé que cambié de dirección. En serio, lo siento, señora... —leyó la inscripción en la caja del correo— señora Sweet. Prometo pagar por los daños, o al menos recoger todo.
—¡Mamá! —Le gritó Chely desde el garage—. Nos hacemos tarde... No creo que llegue a tiempo, ni si quiera si Julie llegue a tiempo.
—Pueden poner la bi... —Michael se detuvo de golpe, pensando bien lo que iba a decir—. Sus cosas... Pueden poner sus cosas en el maletero. Si salimos ahora, podemos llegar a la escuela primaria en menos de diez, y nos sobraría tiempo para entrar a la primera clase.
—¡¿Sí, mami?! ¡¿Podemos ir con él?! —Le rogó Julie, jalándole del pantalón a la señora Sweet.
—Bueno... No lo sé. Es un extraño, amor, no es seguro.
—Mi nombre es... —El muchacho sacó su billetera del bolsillo interno de su casaca de cuero, la abrió y se lo mostró a la desconfiada señora—. Michael Patton. Tengo diecisiete. —El rostro de la señora Sweet observó detenidamente la identificación de Michael, y el apuro intensificó su confianza, ya que ella también se hacía tarde para ir a trabajar. Rachel, notó el cambio de parecer en el rostro de su madre, e inmediatamente intervino.
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Editado: 19.06.2020