Sentir aquella mirada tan penetrante empezó a ponerme nerviosa, era penetrante, pero también era dominante y apacible, extraña combinación. volteé al frente no pude sostener más aquella mirada, en mente deseé que una de las farmacéuticas me atendiese de una buena vez, pero habían bastante esperando, ¿qué podía hacer? ¿Irme? Eso no era lógico, esa farmacia era la más grande según mi ruta sin desviarme además de tener excelentes precios, para ir a otra tendría que alejarme; además se vería raro irme al poco rato de haberle visto.
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Por otro lado, Mairena aun la miraba, sin embargó notó que algo le pasó a la chica —quizás recuerdos del porqué de la renuncia— pensó —o quizás otro motivo— no tenía una certeza, volvió su cara y de cuando en cuando la veía de soslayo. La joven ni se dignaba a volverle a ver, estaba con la vista al frente.
Dilataron varios minutos así, hasta que una de las farmacéuticas atendió a Galeano, la chica le pasó una receta.
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— ¿Todo lo que está aquí?
— Sí.
Otra principió a atender a Mairena, él también pasó una receta, el punto es que al final ambos fuimos atendidos a un mismo tiempo, así mismo salimos al mismo tiempo, pero como íbamos en sentido opuesto al girarnos casi tropezamos, pero ambos nos apartamos a un mismo lado y otra vez, entonces nos quedamos mirando.
— Mejor yo me hago a un lado —dijo Mairena— no me gusta bailar.
— Sí, tiene razón —contesté con timidez.
En lo que él curvó algo se le calló, pero él no se percató avanzó con paso ligero, sin embargo, yo sí me enteré, me agaché para recoger lo que se le había caído, era una tarjeta de débito. Me giré para ver a mi alrededor, pero no visualizaba al hombre, caminé en dirección donde vi que él se alejó —pero ¿qué estoy haciendo? Él tiene vehículo, ya debe ir muy lejos— me dije mentalmente, pero seguí avanzando, lo hice en dirección al parqueo, cabe mencionar que dicha farmacia estaba en uno de los mercados populares. Estaba a pocos pasos de entrar al parqueadero cuando distinguí a Mairena comprando unos aguacates.
Caminé más rápido para llegar hasta donde él estaba, pero cuando ya estaba cerca el viró quedando frente a frente mío observé que se sorprendió al verme.
— Me seguía —soltó.
— Bueno… —dije dudando un poco de mis palabras, pero pensé que diantres me pasaba, simplemente estaba devolviendo algo que se había caído, además yo no solía ser de las personas que titubearan mucho al hablar, además no pensaba iniciar con él— pues sí.
— Se puede saber ¿Por qué?
— Claro, mire, se le calló esto, simplemente le busqué para devolvérselo.
Él puso su vista en mi mano que sostenía la tarjeta, con una mano buscó su cartera, la revisó, parece notó que realmente le faltaba la dichosa tarjeta, subió su vista hasta la mía.
— Al parecer sí —extendió la mano para tomarla— muchas gracias.
— De nada.
Me dispuse a retirarme, cuando di la media vuelta percibí su voz así que me volví.
— ¿Me dijo algo?
— Ehm… nuevamente gracias.
— ¡Ah! Sí, descuide.
Con pasos elásticos me alejé del hombre, no sabía por qué, pero me ponía nerviosa verle. Quizás por el estúpido sueño que había tenido, verlo me lo recordaba, eso me puso furiosa, era tan tonto. Subí al transporte, por suerte conseguí asiento, traté de calmarme en el recorrido, recosté la cabeza contra el asiento delantero —en definitiva, parece que me estoy enloqueciendo— pensé.
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Llegué a casa, me senté en una silla recostando mi cabeza a la mesa, en eso apareció mi madre, traté de platicar con ella, en eso también apareció una de mis tías, así las tres armamos un parloteo; la plática estaba muy amena en un momento comencé a lanzar carcajadas como una desquiciada, mi tía se puso de pie para salir corriendo al baño para que el 1 no la alcanzara, vi a mamá roja de tanto reír.
Mi mente voló en reflexión, cuantas cosas me perdía por mi actitud amargada, cómo es posible que con el paso del tiempo esas actitudes negativas te van consumiendo hasta convertirte en un ser tan antipático. Agradecí a mi tía Clara por ayudarme a romper esa pared negra que me encerraba.
Con los cachetes adoloridos de tanto reír me fui a la cama, el día siguiente me reparaba mucho trabajo.
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Eran las nueve de la mañana, estaba haciendo el reporte diario de banco, para observar los últimos movimientos en el banco y la cantidad de cheques flotantes esos que aún no habían sido cobrados. El teléfono sonó, era el directo, en definitiva, mi jefe.
— Aló —solté.
— Ven aquí —dijo en tono seco.
En seguida imprimí el informe, lo engrapé lo más rápido que pude. Me introduje a la oficina, la mujer estaba con sus usuales lentes de marco rojo, el cabello prensado en una sutil moña, con sus flamantes trajes de oficinas en color violeta, sabía que esos trajes los combinaba con unos zapatos de tacón tamaño medio a juego con un bolso maletín en color blanco; siempre con su rostro serio que ocasiones asustaba, pero en su trabajo indudablemente era muy buena, conocía todos los Ganges del oficio.