El Día

I

Es grandioso observar el amanecer, ver como la oscuridad se doblega poco a poco ante la luz, como ese enorme disco dorado sale con su lento andar y su refulgente resplandor; escuchar como el mundo se despierta paso a paso y el trajín del día a día comienza. Y tener la certeza que, con ese joven día hasta su decaída hay una nueva misión que cumplir, objetivos por lograr, decisiones que tomar, oportunidades que aprovechar y una nueva aventura por vivir.

No es adecuado catalogar cada día como una simple rutina de nuestro periodo de existencia, porque tomarlo así es segarnos, porque cada día trae algo nuevo consigo, propósitos, planes, entre otras cosas que se realizan en ese lapso de tiempo. Somos nosotros mismos que nos empeñamos en entender de esta forma el regalo de un día más; quizás porque nunca nos tomamos la molestia de analizar lo que acontece en esas horas de existencia; y en nuestras mentes solo se nos llegue: “pasamos ese tiempo porque simplemente estamos vivos y tenemos la obligación de desempeñar ciertas actividades”.

Ciertamente es lo peor, catalogar todo aquello cuanto hacemos como rutina, ya que es como un germen que nos sorbe la vida, este mal nos apaga, amarga y nos arruina el gozo de vivir; porque vemos ese grandioso milagro con desagrado, aburrimiento y en ocasiones con hastío. Es como si a todas las cosas le observáramos solo la mancha, es decir, todas las imperfecciones que nuestra óptica capta, por nuestro polvoriento raciocinio, manteniéndose así porque no deseamos ventilarlo para dejar que nuevas ideas de optimismo penetren, para que nuestros sentidos perciban de mejor forma todo cuanto nos rodea y suceda.

Es difícil cambiar de este mal punto de vista ya que una vez que se mete a nuestro cerebro se acopla o se sedimenta más que el cemento con la pared. Pero así mismo como esa pared, ese negativo pensamiento puede ser derrumbado para poder dar paso a algo nuevo que sea positivo.

No ver mis días como rutina me permitió lograr gran parte de mis sueños y tener la certeza que podré alcanzarlos todos. En estas instancias me encuentro en una preciosa cabaña, que me permite gozar de un grandioso paisaje. Un valle poblado de una creciente ciudad boscosa, al norte de esta una vegetación que espesa a unos dos kilómetros de la ciudad bulliciosa, contando esa vegetación con un sinnúmero de especies de animalitos, muy a lo lejos un orgulloso cerro mejor erguido que las pirámides egipcias que semejantes trazos no podrían ser hechos por manos humanas, dejando ver un segmento del azul purísimo del mar.

Me siento tan plena, tan tranquila que siento que nada me perturba. Saber que estoy aquí, teniendo la certeza de que podré seguir avanzando y llegar hasta donde quiero. He recorrido un largo camino, el que me ha servido a crecer, aprender, a ver de una forma distinta la vida y el valor que tiene un día. A comprender que cada segundo del día sirve para transformar la manera de existir, para llegar a las metas que tienes, a cumplir el objetivo del día que se ha planteado. Cambiar la forma de las cosas, de una manera negativa a una positiva, manteniéndola así; esto depende de cómo ocupas cada minuto, cada segundo de tu vida. No teniéndolo como una simple y aburrida rutina, careciente de un sentido, de importancia; porque es un error. Ese día que te ha sido otorgado, es parte fundamental para toda tu duración sobre la tierra y es deber nuestro aprovecharlo, no menospreciarlo.

He de añadir que no siempre razoné de esta manera, carecía de optimismo, de saber apreciar la vida y el valor que tiene un día. Pensaba igual que casi la mayoría de las personas. Que mis días eran aburridos e iguales sin nada asombroso, rutinarios. ¿Cómo y cuándo cambié de esta forma de pensar? Fue un muy extenso y duro camino, lleno de pruebas y tristezas, frustraciones que volvían gris cada día, llevando sin rumbo a mi vida.



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En el texto hay: felicidad, libro, amor y llanto

Editado: 15.10.2021

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