"Mis amigos son los inadaptados, los escritores, los músicos, los artistas, los que tienen ojeras por soñar con los ojos abiertos. A veces pasamos la tarde sentados en las banquetas hablando de cine, de religión, de política, del mundo, de lo que sale en televisión, y luego nos rendimos... pero siempre brindamos, con la promesa de volverlo a intentar".
—Damasco Cortés.
Al otro día desperté a Damasco para que me ayudara a enterrar el cadáver del Cuervo y de la Lechuza en el patio trasero de mi casa.
Creo que nunca voy a poder superar la cara que puso cuando los levanté y los agité justo a un lado de su cabeza para que los viera. En un principio pensó que había ido a buscarlo por otra cosa, ya saben: adolescentes y sus hormonas alocadas... así que tuve que dejárselo en claro.
Luego me arrojó una almohada para que saliera lo más rápidamente posible de la que ahora era su recámara. Al principio no entendí la urgencia, es decir, lo había visto en shorts un sinfín de veces. Pero luego me cayó de golpe: adolescentes y sus hormonas alocadas.
Así que lo esperé en la sala, sosteniendo a las dos aves por las patas. Seguramente me veía como salida directamente de alguna película de terror porque cuando mi mamá bajó por las escaleras para comenzar a picar fruta para todos (como cada mañana) casi le da un infarto.
Así que le inventé que por la noche se habían estrellado contra mi ventana. Y aunque su cara me dijo que le parecía de lo mas raro, no tuvo de otra sopa que creerme.
Después salió Damasco, aún en shorts pero con una sudadera amarrada a la cintura, para cubrir ya saben qué. Y yo obviamente fingí ignorancia todo el tiempo y los ataques de risa que me dieron, los justifiqué diciéndole que me había acordado de algo que había visto en televisión pero que sí se lo contaba no le iba a dar risa porque no era lo mismo contarlo que verlo. Así que no siguió preguntando.
Luego de darle los buenos días a mi mamá y comerse una mandarina, se regresó a su recámara para ponerse unos jeans y buscar una palita de fierro (que guardaba junto con otras herramientas que usaba cuando trabajaba como albañil) y comenzó a cavar un agujero.
Y mi mamá rápidamente buscó una funda de almohadas vieja para que los envolviera y dejara de verme como una terrorífica asesina de aves.
Una vez que Damasco terminó de hacer lo suyo, los cubrimos de tierra con las manos. Yo no sabía mucho de jardinería, pero él sí bien no era un experto, sí que conocía bastante... sobretodo porque nos contó que varias veces le había tocado trabajar en obras externas, que básicamente consiste en ambientar todo lo que está alrededor de una construcción para que luzca igual de bien por fuera que por dentro. Así que sus manos se movieron como se mueven las de alguien que conoce bien su trabajo.
Y mientras tanto, mi mamá siguió picando fruta en la cocina y el resto de mi familia poco a poco se fue despertando, después de todo, era Domingo.
Una vez que cubrimos los cuerpos por completo, se puso de pie.
Se sacudió las rodillas con las palmas.
Caminó hacia una esquina mientras se colocaba la gorra de lado para evitar que las espesas ondas de cabello azabache le cayeran sobre los ojos.
Y con una navaja Suiza que solía llevar en uno de los bolsillos traseros de sus jeans "por cualquier cosa", le sacó un retoño a una de las plantas de moras que tenía mi mamá.
Luego se giró, se puso en cuclillas, se secó unas gotas de sudor que se habían formado sobre su frente con la parte anterior de la muñeca, y comenzó a remover la tierra para plantarlo ahí, sobre ese cúmulo revuelto que acabábamos de hacer en el suelo.
"No se te ocurra voltear, pero mi mamá te está viendo con unos ojos que claramente significan que ya dejaste sin trabajo al jardinero y que piensa convertirte en el nuevo esclavo de la familia Candiani"—le dije entre risas—"Pero no te preocupes, no nos tratan tan mal. Podemos pedir pizza o tacos los Domingos, y cada dos o tres semanas nos dejan ir al cine siempre que tengamos ordenada nuestra recámara y hayamos lavado a mano nuestros calcetines. Hay un pizarron en el comedor y toda la cosa, con calcomanías de estrellitas y nuestro nombre escrito con marcador para ver si nos merecemos la gloria, o la tortura de ver a todo mundo comiendo rico mientras tú comes un plato gigante de verduras hervidas. Como consejo, nunca les digas a mis papás qué verdura odias más, porque seguramente te van a dar esa. No tienen corazón"
"Heh"—resopló de forma juguetona—"Es como jugar un videojuego pero en la vida real"
"Solo que en vez de jefes máximos y monstruos hay mucho quehacer, que es casi igual de aterrador si me lo preguntas"—me encogí de hombros—"O peor, porque no puedes morirte para intentarlo mañana, ni tampoco hay cajitas de colores que te den súper velocidad"
"¿Sabes a quién más quiero dejar sin trabajo?"
"¿A quién?"
"Al que se convierta en tu novio"—me dijo, sin dejar de remover la tierra con las manos —"Cuando todo esto termine, vamos a tener un huerto; tú y yo"—formó una pequeña montaña y le hizo una cavidad justo al centro, como si fuera el cráter de un volcán diminuto—"Va ser gigantesco Helena... y tú vas a salir todos los días a regar las plantas. Y yo te voy a ver desde la ventana, mientras preparo el café, fuerte y negro... así como te gusta. Así es como lo vamos a tomar. Lo voy a hacer todos los días antes de que salga el Sol, en una olla de barro negra, tan negra como ese par de ojos que tienes. Escuché que el barro negro es común al Sur del país así que vamos a ir ahí a visitar los pueblos y a caminar entre sus mercados de artesanías solo con dos mochilas colgando de nuestros hombros; una con nuestra ropa y la otra con mi guitarra"
"Así que vamos a ser un par de hippies"—reí —"No está mal, pero... ¿Quien te mintió tan feo como para que pienses que a mí me gusta despertarme temprano? ¿Y de verdad vas a ponerme a regar las plantas antes de que salga el Sol mientras tú estás calientito y de lo más feliz de la vida, mirando por la ventana? ¿Y si mejor las riegas tú y yo veo como te mueres de frío, con mi tacita de café y mi cobija?" —lo cuestioné en tono quejumbroso—"Además, con lo mucho que amas esa guitarra de seguro que a mí me va a tocar cargar la mochila pesada y llena de ropa... Para tantos romanticismos hay demasiados martirios ¿No crees? Si fuéramos un cuento de seguro nos llamaríamos: Damasco el trotamundos y su pequeño duende que le cargaba las maletas"