El día en que mi reloj retrocedió

60. Resplandor

"Quiero que regresemos a ese pueblo con olor a café.

Que volvamos a andar en bicicleta.

Que no nos preocupe nada..

O sí...

Que lo único que nos preocupe sea que tus abuelos se van a enojar porque te estoy llevando a casa muy tarde.

Porque esas no son horas.

Porque soy tres años más grande que tú.

Porque tengo una mala reputación con las niñas.

Porque todo mundo dice que traigo el ojo morado por andar en líos de faldas.

Porque estoy maleado.

Porque ver tantas cosas, con tan poca edad, te convierte en una mala influencia.

¿Pero sabes, Helena?

Tu abuelo confió.

Y la verdad no sé por qué, o qué fue lo que vió en mí, pero todos los días me levanto agradecido de que lo haya hecho.

Porque a pesar de todos esos regaños que nos llevamos juntos.

Así comenzó nuestra historia.

La del chico problema que se metía en peleas tontas para que nadie descubriera la verdadera razón detrás de los moretones, las cortadas, y las cicatrices.

Y la de la chica que le hizo creer que podía llegar al centro del mundo, a la cima, la que le dijo que se podían tocar las estrellas con las manos.

Que nada estaba demasiado lejos...

Y no lo estaba.

La que lo ayudó a ponerse de pie cuando todo era una mierda, cuando creía que no tenía fuerzas, que sus rodillas sólo servían para amortiguar la caída.

A la que ese chico seguiría a cualquier parte.

Por la que derrumbaría todas las puertas y todos los muros, aunque se le destruyan las manos.

La única voz que siempre va a poder escuchar entre una multitud.

Porque para el, ya no hay una cima, o un centro del mundo, o unas estrellas que quiera tocar.

Eres tú.

Siempre has sido tú.

Eres el único lugar al que siempre voy a querer regresar.

Y cuando estoy contigo, y te veo, y te siento, y te hago reír... no puedo evitar pensar que; qué jodidamente perfecta es la vida a veces.

Porque entre querer pasar el rato y querer pasar la vida, yo no crucé la línea, la línea me cruzó."

—Damasco Cortés.

Me gustaría que fuéramos más parecidos...

Que nos gustaran las mismas cosas.

Que compartiéramos a los mismos amigos.

Sentir que voy a tu paso.

Que tú no vas tan rápido.

Y que yo no soy tan lenta.

Que nuestro camino es el mismo.

Que un día voy a despertar a tú lado.

Y que luego ya no voy a dejar de hacerlo.

Que tus ojos van a ser el primer Sol que vea cuando despierte.

Y que siempre voy a verme reflejada ahí.

Hoy quiero más que nunca ser esa chica, ¿Sabes?

La que grita como una loca en cada uno de tus conciertos...

La que puede pasar la tarde jugando a ser una musa y a que tú sabes de fotografía, solo para que lleguemos a casa, y nos demos cuenta qué no fuimos capaces de hacer una sola toma buena... pero no importa, porque tenemos mañana, y pasado, y después...

La que no tiene que amarrar sus muñecas a la cabecera de su cama antes de irse a dormir, porque está aterrada.

Porque sabe que cerrar los ojos, significa que va a despertar algo que no entiende.

La que puede hacer promesas...

Muchas.

Y cumplirlas todas...

La que cree que ese mundo del que tanto hablas, existe.

Que no está tan lejos...

Que lo puede tocar.

05 de Abril del 2016.

Alguien que quiere ser copiloto de todas tus exploraciones estelares.

Helena C.

Terminé de escribir mi nombre en la parte posterior de la única fotografía que me había tomado con Damasco.

Bueno, la única no.

A decir verdad, teníamos decenas de ellas... todas borrosas.

Esta era la única que había salido bien.

O casi...

Para un experto en fotografía, definitivamente era un fracaso, porque detrás de nosotros se colaban algunos halos de luz y puntitos multiformes que distorsionaban todos los colores.

Seguramente el lente había estado empañado o salpicado de agua cuando nos la habíamos tomado... o algo así.

Pero a mí me gustaba.

Era un accidente bonito.

Además parecía como si hubiéramos visitado otra dimensión: una en donde las puntas de nuestros cabellos se volvían azules, y el cielo era púrpura con naranja.

Sonreí mientras la guardaba entre las ultimas paginas de la libreta en la que había estado haciendo la tarea.

"¿Obviamente me vas a dejar copiar toda esa tortura infernal a la que a los adultos se les ocurrió nombrar matemáticas, verdad?" —preguntó Argelia desde él baño.

Se había pasado la tarde modelando toda esa ropa que sus abuelos jamás le darían permiso de usar, en mi recámara: sitio que ya tenía más pinta de pasarela que de otra cosa, porque incluso había tenido el cuidado de convertir mi edredón en su propia alfombra roja (pero naranja) y de acomodar alrededor de la misma, a cada uno de mis peluches, como si fueran espectadores.

Y obviamente a los distinguidos afelpados que habían ocupado aquellos lugares privilegiados (o asientos VIP, como ella les llamaba), les había puesto aretes, mascadas, lentes de Sol y cuanta cosa había encontrado para que se vieran más "fancy".

Pero no había estado contenta sólo con eso.

Oh, no.

Cada vestido había necesitado cada vez más y más público que el anterior, porque así se sentía inspirada a realizar toda clase de pose frente al espejo.

Así que también, se había metido a mi closet a seleccionar algunas pantuflas que terminaron siendo parte de este magnífico evento de la moda.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.