Emma Myers
Durante un buen rato todos en esa cafetería siguieron murmurando acerca del chico nuevo. Tania tenía razón, él era guapo e imponente. Era de esa clase de chicos que te puedes quedar viendo toda la vida y que podía dificultarte el respirar de tan solo tenerlo cerca.
Después de unos segundos y de que casi empezará a babear sobre la mesa, decidí apartar la vista, no quería hacerlo sentir más incómodo de lo que ya estaba, aunque no todos fueron tan considerados. La mayoría lo siguió mirando fijamente, sin siquiera molestarse en disimularlo.
Sentí un poco de lástima por él, nunca era fácil ser el chico nuevo.
Para ser sincera no me sorprendió las diferentes miradas a las que se sometió el nuevo, la mayoría eran predecibles, por ejemplo, la mesa de los chicos del equipo de baloncesto estaba llena de miradas de enojo o indignación, estaban acostumbrados a tener toda esa atención para ellos y que llegara alguien y se las quitara no les gustó. En el caso de las chicas, bueno, la mayoría tuvimos la misma reacción, solo que algunas no se detuvieron antes de empezar a babear.
Y la verdad no las culpaba.
—Diablos es muy guapo —exclamó Julia, aun viéndolo fijamente.
—Sí que lo es —contestó Tania para luego soltar un suspiro—, pero yo que tú me cuidaría, se ve que es de esos chicos que te rompen el corazón en mil pedazos y te dejan sin una pizca de estabilidad emocional.
Sin poder evitarlo, mi cabeza le estuvo dando vueltas a ese comentario por un buen rato. Las palabras simplemente me absorbieron, al menos hasta que sentí un pequeño apretón seguido de un fugaz beso en mi mano.
Dirigí mi vista hacia ella y sonreí al ver que Declan tenía mi mano cerca de su boca, colocó otro tierno beso en el costado de ella y luego la dirigió a su mejilla como si quisiera que lo acariciara. Un sentimiento raro y que no sabía explicar se produjo en mí ante la acción tan tierna de mi amigo, sin embargo, Declan no parecía ser consciente de todo lo que estaba haciendo y produciendo, él se veía normal y relajado platicando con Sophie, como si el hecho de hacer eso fuera algo normal entre nosotros.
Bajé la cabeza con cierta decepción y continué con mi tarea. No sé por qué sentí eso, solo sé que ese fue el sentimiento que experimenté. Decepción.
❁
Al final, sí logré terminar mi tarea, aunque me dejó un terrible dolor de cabeza. Lo único bueno fue que el profesor nos dejó salir temprano para poder revisar nuestros trabajos, lo que me dio tiempo libre y la oportunidad de relajarme para que se me bajara la terrible jaqueca.
Caminar por el pasillo principal de la escuela con los gritos de los alumnos no fue de mucha ayuda y menos el sonido que emitió de repente mi teléfono, este solo logró que mi cabeza retumbara y en cuanto vi el nombre de la persona que llamaba en la pantalla, las cosas empeoraron.
Solté un suspiro largo y lo apagué de mala manera, por un segundo tuve el impulso de lanzarlo lejos, pero sabía que eso le generaría un gasto más a mamá, por lo que me contuve. Dorian de alguna manera había conseguido mi teléfono y no dejaba de marcar.
Ciertamente, me empezaba a molestar su insistencia. Fueron muchos años sin él, años en los que me había dado cuenta de que no lo necesitaba de regreso en mi vida. Inhalé profundo tratando de calmarme. El saber que estaba en la ciudad me hacía sentir poco control y eso justamente era lo me irritaba más de él. Me irritaba que aun tuviera ese efecto en mí.
Todavía con el pensamiento de que tenía que calmarme, abrí mi casillero y empecé a guardar los libros que no necesitaba. De repente sentí las manos de alguien en mi cintura haciendo que saltara del susto.
Solté un grito tan fuerte que estoy segura de que lo escucharon hasta el campo, fue tan fuerte que provocó que todas las miradas se posicionaran en mí, incluido el chico nuevo que se encontraba en su casillero, que estaba un poco más adelante del mío.
Con la ira consumiéndome y ese cosquilleo en mis manos que siempre acompañaba al enojo, giré hacia la persona que me había asustado y en cuanto noté de quien se trataba, exploté.
—¡Declan! —le grité—. ¡¿Qué demonios te pasa?! ¡¿Por qué me espantas?!
Declan se burló un poco, pero al darse cuenta de que no me estaba riendo, su expresión cambió. Borró la sonrisa de sus labios y pude ver como sus hombros se tensaron.
—Lo siento, no quería espantarte. Bueno, sí quería, pero no a esa magnitud —aclaró un poco confuso.
—¡Pues lo hiciste! —cerré la puerta de mi casillero de una manera brusca, coloqué mis manos en su pecho y le di un empujón que lo hizo retroceder. Estaba muy enojada, al grado que sentí que empezaba a perder el control de mi boca—. ¡¿Acaso estás loco?! ¡Detesto que me espanten! ¡¿Qué es lo que te pasa por la cabeza, maldita sea?! ¡¿Qué clase de persona eres?!
En el instante que terminé de decir eso, vi sus ojos verdes llenarse de preocupación y detesté ese momento. Odié ver cómo la felicidad que siempre transmitían sus ojos era remplazada por la preocupación y la tristeza, pero lo que más odié, fue ser la causante de que eso pasara, por lo cual decidí que lo mejor era alejarme.
Negué con la cabeza y empecé a caminar por el pasillo con tal de estar lo más lejos de él. Mi único pensamiento era que no quería decir otra cosa de la cual me pudiera arrepentir después.