El Día Que Decidí Morir

XIV

 

Las luces eléctricas se atenúan un poco y el cielo que se ve en el horizonte se aclara un poco. El dueño se acerca por la izquierda y escucho  una voz desesperada por la derecha intentando atravesar la multitud. ¡Es ella! Todos se apartan al ver al dueño acercarse, saben que tiene más derechos sobre mí que ellos y deciden expectantes ver qué hará a continuación. Todos excepto ella, que está a un lado mío.

     —Te sacaré de aquí —dice por lo bajo—. Te lo prometo.

     Un golpe la aparta velozmente a la derecha de nuevo. El dueño se dirige a mí como si no hubiese pasado nada.

     —Te has portado bien —dice el dueño—. Sé que han disfrutado mucho, pero ya lo extraño, prometo traerlo de vuelta. ¡Desátenlo! —ordena. Cuando mis manos son liberadas no las siento y mis piernas pierden fuerza, caigo de bruces, veo a la niña en el suelo, con la nariz sangrante. «Te perdono», le digo con la mirada; «Lo siento tanto», responden la suya; «Hasta nunca», casi dicen mis ojos, pero soy levantado.

     Apenas puedo andar, pero me las arreglo para hacerlo sin apoyo.

     —¿Necesitas ayuda, cariño? —dice cáusticamente el dueño.

     —Estoy bien —…hijo de perra, desearía decir, pero con eso tengo por el momento. Me yergo lo más posible y camino con dificultad, pero evitoponer cara de sufrimiento.

     —¿Te han contado las historias de este lugar? —me inquiere, “¿ahora pretende que seamos amigos?”, me cuestiono.

     —¿Sobre los explosivos y esas cosas?— respondo con otra pregunta.

     —Sí te han contado. Me alegro— sonríe sin mirarme.

     —No quisiera morir así —declaro.

     —No tendrá que ser así, si no haces ninguna tontería. Desafortunadamente no puedo arriesgarme, eres el único aquí, aparte de mí, que no tiene nada que perder —hace una indicación con la cabeza para que dos hombres me tomen por los brazos.

     El sol comienza a asomarse, se ve tan hermoso que mi mente intenta capturarlo como fotografía. Decidí que será el último para todos aquí. Busco disimuladamente un arma. El humano es tan frágil que casi todo podría matarlo: una piedra en la nuca, un lápiz en la oreja, el ojo, minutos de dos manos sobre el cuello, un buen corte… las posibilidades son infinitas.

     Camino fingiendo prestar atención a lo que dice. La verdad es que no me interesa. Nada cambiará su destino.

     De pronto, las aves exóticas que están en enormes jaulas comienzan a alborotarse, siento un mareo muy fuerte, creo que me desmayaré. ¡No ahora! Escucho a todos alarmarse, no puede ser por mi mareo. ¡Tiembla!

     —¡Rápido, al refugio! —grita el dueño, pero no parece referirse a todos, sin embargo, las personas que antes me rodeaban comienzan a correr en nuestra dirección, sabiendo que, hacia donde el dueño corriera, seguro estaba esa valiosa protección que lo salvó antes y que lo tiene en el lugar que está.

     Pero los dos hombres que me sujetan, me sueltan y les advoerten que se detengan. Ellos no hacen caso y los criados abren fuego. Todos gritan y corren hacia atrás. Yo sólo pienso en la niña. Pero algo atrapa mi atención, uno de los grandes tragaluces se desprende del techo, justo arriba del dueño, podría simplemente dejarlo morir, pero pienso en que puedo darle una oportunidad de huir a ella y sin pensarlo más, me lanzo sobre él y el cristal grueso dispara esquirlas al contacto con el suelo, sólo una me hiere la pierna derecha, mientras que dos hieren al dueño, una en su grueso abdomen y la otra, cercana a la ingle, pronto tiene charcos de sangre en la camisa y el pantalón. La tierra se abre frente a nosotros y los dos tiradores caen en la falla y ésta, a su vez, nos separa del resto de las personas.

     —Debemos llegar al bunker —me avisa, como si yo quisiera ir con él a algún lado, “la oportunidad”, me digo y lo ayudo a moverse. La grieta en el suelo nos separa más y más del resto de las personas. El techo y los tragaluces siguen cayendo y matando.

     Atravesamos la puerta principal y nos detenemos ahí un momento. El sismo se detuvo, pero la casa se ve debilitada, es el segundo sismo de tal magnitud que ha soportado. Nos apresuramos y corremos hacia atrás de la escalera, donde pareciera no haber nada. Presiona uno de los ladrillos, se levanta el mismo y aparece un pantalla donde digita. Entramos, se comienzan encendiendo unas luces por el suelo que dirigen al centro del bunker, se escucha que se enciende un generador y todo cobra vida.




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