El Día Que Decidí Morir

XVI

 

Se aleja, salpicando el resto de mi corta vida con tristezas. Si miro el lado positivo, mi cerebro se enamoró de nuevo. Se puede amar a más de una persona a la vez, de eso no hay duda, especialmente cuando el romanticismo no es nuestro fuerte. A vista de los románticos nuestra despedida trágica sería una desgracia, pero no lo es. Además también evitaré el sentimiento de incertidumbre de cada día del enamorado, en que la distancia duele y la cercanía quema, en que ya no se puede ser sin considerar a la otra persona. Esa tortuosa y confusa característica evolutiva que duele tanto. Ella alejándose, el último dolor de mi alma; tengo que busca mi último dolor físico.

     La niña, cuyo nombre real no sé, se ha perdido de vista. ¿Habrá sido una alucinación para proteger a mi mente de todo lo que no puede tolerar? Sin nombre se esfumaría de mi mente de todas formas.

     —¿Te dejaron solo? —le pregunto al criado.

     —Mira quién lo dice —escupe con una sonrisa dura. Después de un momento agrega—. ¿Ella te vendió?

     —Digamos que no tuvo oportunidad de resistirse. Aún más cuando de este capricho dependía la vida de toda la comunidad.

     —No es exactamente lo que pasó— me dice sorprendido—. Dos de las jóvenes vírgenes eran de la comunidad de donde te trajeron. No era de vida o muerte que tú vinieras. Seguro que el doctorcito quería quedar bien con el dueño.

     ¡Soy un extra! Pensé que de mi ultrajo pendía la vida de cientos de personas ¡y resulta que sólo soy un suvenir!, una muestra de buenas intenciones. Es en momentos como éste, que dudo que dudo que muchas personas puedan experimentar, cuando te das cuenta de la poca valía que tienes. La impotencia de la valía radica en que tú no decides cuánto vales, se parte de quién eres como persona y luego el resto decide, de acuerdo a sus gustos e intereses, sopesando cuánto bien puedes traer a su vida y cuánto riesgo supones para sus metas. Mejor dejo de pensar en ideas torturantes.

     —¿Y qué hay de ti? —cuestiono— ¿Ya estás resignado al abuso?

     —Nunca puedes resignarte, pero siempre hay prioridades.

     —¿Como vivir una vida vacía? ¿Tener que cumplir con las fantasías sexuales del jefe? ¿Observar cómo roba la inocencia a las personas? — recuerdo a las pobres jóvenes, una de ellas no fue desatada, la veo a unos metros de nosotros y fue aplastada por el techo, las otras quizá fueron tragadas por la tierra, o quizá alguien las salvó, para revivir día a día su infierno personal. ¿Qué habrá sentido ella al saber que no es prioridad? No lo fue, nadie la salvó. También veo muerto al borracho que le arrancó el vestido a la niña.

     —Mi esposa embarazada y mi hija de cinco años son mi prioridad. Cuando unas vidas que  vienen de ti necesitan ser salvadas, inexplicablemente, el resto dejar de importar tanto. La veo —refiriéndose a la niña— e imagino a mi hija dentro de unos años, pero tengo la palabra del dueño de que, si soy fiel, nunca tocará a mi familia. De hecho, la familia de sus allegados no está obligada a venir a fiestas como la de hoy. Ellas ya están aquí, en resguardo, en el lugar más seguro de los alrededores: esta fortaleza.

     —A mí me dijo algo parecido, dijo que si me portaba bien me podía mantener con vida, como su mascota. ¿Y qué es tu familia para él, las mascotas de su mascota? —Al decir esto, me puso su antebrazo en mi cuello, me pegó contra una pared y me alzó un poco.

     —¡No te expreses así de ellas! ¿Crees que lo que opine una basura como tú de ellas me importa?

     Entre jadeos respondí.

     —Si me matas tu jefe muere y sus mascotas y las tuyas también —me suelta ipso facto.

     —Apresúrate entonces.

     —Oye, ¿tú crees en la basura de los explosivos?— digo como si nada hubiese acaecido.

     —Durante un altercado se dio muestra de que es verdad, su corazón se detuvo un momento, antes que el desfibrilador lo volviera a la vida, en ese momento la caseta de vigilancia explotó, pero como está rodeada por vallas metálicas y arbustos, el fuego no se propagó. Creemos que ese pequeño para cardiaco fue el tiempo suficiente para que el primer detonador se activara. Quizá fue otra cosa, pero para qué arriesgarse.




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