Sin pensarlo más, el criado corrió, no sin antes escupir al dueño en el rostro, que contrito no podía creer lo que pasaba. Creo que, antes de la muerte, es lo menos que podía hacer. Si existe un alma trascendental, no podría descansar jamás sin ese acto.
El ruido fuerte de la puerta del bunker al cerrarse, marca una sentencia. Giro a ver al dueño.
—¡El dueño! —me río, que buena broma— ¿Fuiste tú quien eligió ese ridículo mote?
—¿Por qué sonríes? Estás muerto —dice tosiendo sangre.
—¿Recuerdas mi petición antes de dejar ir a la niña? Yo gané— digo sonriendo.
—Dentro de poco nadie podrá ganar. Todo será pérdida.
—¡No pueden perder más de lo que ya les has quitado! Los deshumanizaste.
—¡No entiendo por qué te identificas tanto con ese puto pueblo! Un momento —su cara se transforma por el dolor, pero no resiste decir algo—… Te pareces a alguien que conozco… Espera, tú y el doctor son iguales. ¡Tu padre es el doctor! ¡Vendió a su propio hijo! —tose sangre— He hecho un gran trabajo.
—Infeliz, hijo de puta— me molesta más recordar que algún parentesco guardo con esa persona, que lo que me hizo.
Yo nunca sentí, antes de hoy, tantas ganas de sangre, ni tuve tanto interés por ver un rostro colmado de sufrimientos. Me reclino sobre él y me obliga a ponerme creativo. ¡Quiero verlo muerto! Pero debe morir lento.
¿Y esto qué me hace, Alba?, grita mi interior. Lo que quiero ser en este momento. Porque en honor a la humanidad, esto no puedo seguir vivo. Quizá no sea tan diferente a él, al fin y al cabo somos esencialmente iguales, el mismo humano, unidos filogenéticamente por millones de años y sólo separados por un ínfimo instante en la historia, desde nuestro nacimiento. No somos diferentes y no merecemos nada que el otro no.
Me violó, me humilló, cambió a mis padres. Aunque no lo puedo culpar por la totalidad de nada, pues él también tiene sus verdugos, debo creer que lo que haré es plenamente justificado.
El cristal se vuelve mi amigo, y no hago nada por acelerar su muerte, comienzo a hacer pequeños cortes firmes en pies, piernas, brazos, rostro; grita como los cerdos al ser acuchillados en la garganta. Cuando me hallo harto de esa vista, lo invierto y hago lo mismo con la parte posterior de su cuerpo. Su grito es un coro para mí. Termino en esa parte por donde me hizo sentirme impropio, digno de rechazo y culpable por no poder defenderme. Grita mucho y sangra. Esto acelerará el proceso. Lo vuelvo para observar su cara. Me ve, no puedo creer los claro que es su miedo, y lo mucho que mis movimientos lo afectan.
El poder que él describió me anega, me siento poderoso sobre esta cucaracha. Ahora es mío y cuando noto que es mío, la única cosa mía que he tenido en exactamente dos años, no quiero que se vaya. Imagino el alivio de las águilas que desgarraban a Perseo al ver que se recuperaba por las noches. Cuanto más lo veo, más me convenzo que éste no se regenerará.
Está frío, cada vez más frío, sus dedos cambian de color, pero sigue vivo, no puedo dejarlo sólo agonizar. ¡Por supuesto que no!
Bajo su pantalones y noto que comienza a quedarse dormido.
—¿A dónde vas? ¿A un lugar mejor? Pero si la fiesta está aquí, amigo.
Tomo su pene y lo corto un poco, él reacciona dando una pequeña convulsión. Veo que esa parte no pierde significado, ni siquiera en el moribundo. Me gustaría leer su mente. Escuchar una especie de:
«Y entonces comprendí que él no era un objeto, simplemente un ser que, sin mayor crimen que vivir, fue enviado a mis manos a conocer el dolor. Me gustaría decirle que lo siento, que lo entiendo y que merezco lo que me pasa.»
O
«¡El malnacido que perdoné y que tendría como mi fiel mascota, se revela, como la serpiente que devora su cola. Morirá, su mejor futuro siempre estuvo al lado mío!».
No puedo siquiera concebir el tipo de ideas que puedan rondar a una mente como ésa. Aunque confieso que quisiera ser espía, quisiera escuchar que diga que lo siente, pero no sucede.
En éste, mi último momento, decido que no necesitará más eso con loque tanto hizo sufrir. Que, de nuevo, si el alma trascendental existe, que vague incompleta.