El Diablo Armado

2. El edificio Danville

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Capítulo II

Se abrieron las puertas metálicas y entró un grupo formado por 5 hombres, y 3 mujeres.
Se colocaron en fila ordenadamente, y uno de ellos se aproximó unos pasos a centro, quedando frente a frente con el fornido hombre que los observaba con seriedad.

—La misión ha salido con éxito —dijo Steven, inclinando respetuosamente la cabeza frente a su padre.

—¿Cuántos habéis perdido? —espetó el padre, caminando irritado alrededor del grupo —. ¿Qué beneficios puede tener atacar sin objetivo, y aún por encima perder a gente?

Los integrantes del grupo se removieron inquietos, pero Steven se mantuvo perfectamente tranquilo.

—Te equivocas, sí había un objetivo —rebatió Steven, y les hizo una seña a sus compañeros, indicándoles que podían irse. Uno por uno, fueron saliendo de la sala, dejando a padre e hijo a solas.

—¡Dime pues, cuál era! —gruñó el padre de Steven —. Si no fuera porque eres mi hijo, y el mejor combatiente de todos ya te habría matado.

—Mátame si es lo que deseas —contestó Steven, con un siseo afilado —. El objetivo era conocer sus puntos fuertes, para una próxima incursión.

El hombre se pasó las manos por el pelo canoso, y suspiró.

—Steven, Steven... No quiero que me vuelvas a desobedecer nunca más.

Steven asintió con la cabeza, y se dispuso a marcharse.

—Esas heridas que tienes... Encontrasteis su "punto fuerte" ¿no? —la voz del padre resonó en la sala, y Steven se detuvo para girarse sobre los talones.

—Una chica de pelo negro con dos sables. Combatía bien —se limitó a decir Steven.

—¿Combatía?

—Morirá —prometió Steven entrecerrando los ojos, y salió de la sala.

[...]

—Steven —gruñó Shade, espatarrado en el sillón de la gran biblioteca —. ¿No tienes ningún cigarro por ahí?

—Sabes que no fumo —respondió Steven distraído, recostándose sobre otro sillón.

Estaba dándole vueltas a la chica esa de los sables, que había conseguido igualarle en combate.

—Hey, ¿y esas heridas? —Shade frunció el ceño, mirando a Steven.

—No son nada —murmuró Steven, fastidiado.

¿Por qué tenía que fijarse todo el mundo en eso?
Resaltaban, sí pero no tanto. Además, la gente se fijaba en otras cosas cuando miraba a Steven.

Mandíbula fuerte, cuadrada y recta; labios finos casi siempre apretados, reprimiendo un gruñido irritado; pelo corto negro; unos ojos azules calculadores y peligrosamente seductores, y un cuerpo muy bien trabajado. Muchas chicas se sentían atraídas por él, y sólo algunas tenían suerte de llamarle algo la atención, pues era alguien frío que no mostrar a casi afecto, excepto por Shade.

—Espera... ¿Tú tienes heridas? —repitió Shade, con una sonrisa burlona.

Steven le fulminó con la mirada, o lo habría hecho si las miradas mataran.

—¿No te has caído y te has clavado algo? —dijo Shade, ahogándose de la risa.

—Cállate —gruñó Steven.

—¿Quién fue? —preguntó Shade con curiosidad.

Le extrañaba que alguien pudiera acercarse lo suficiente a Steven, y llegar a tocarle sin que él lo consintiera.

Steven le dedicó una última mirada de fastidio, y suspiró.

—Una chica... No sé su nombre ni me importa —respondió pausadamente.

Shade arqueó las cejas tanto, que casi se le salieron de la frente.

—¿Una chica? Dios mío ¿cómo...?

—Cállate —repitió Steven cortándole, sabiendo perfectamente que si Shade hubiera estado comiendo se habría atragantado hasta morir.

Se pasó la mano por el pelo, y cerró los ojos pensando.

—Tendremos que buscarla —dijo Steven después de varios segundos.

—¿Perdón? —Shade, que se encontraba sentado de espaldas a Steven, se levantó y se giró sobre sus talones hacia él, creyendo que había oído mal.

—Buscarla. Matarla. —repitió Steven sin bromear —. Hay que deshacerse de ella cuanto antes.

—Lo has dicho en plural, ¿por qué lo has dicho en plural? —se quejó Shade volviendo a tirarse sobre el pobre sillón, sabiendo lo que venía a continuación.

—Shade —dijo Steven en un murmullo peligroso —. Levanta tu asqueroso culo de ese sillón, y corre a por tus armas.

Shade bufó airado, y se levantó pesadamente, mirándolo mal.

—Que sepas, que mi culo es espectacular —presumió Shade, antes de salir de la biblioteca —. ¡A las chicas les gusta tanto por delante como por detrás!

Steven suspiró.
¿Qué le había hecho a Dios para que le otorgara el "maravilloso" regalo también apodado Shade Williams Fox?




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