Día dos en las casas.
Esto es tan jodidamente raro…
Mi madre me despertó alrededor del mediodía en el tercer día de encierro en casa. Comimos en silencio, sin atrevernos a hacer ruidos ni hablar. Nos encontrábamos ojerosos y pálidos, parecíamos dos fantasmas.
—Hoy nos vamos —Dijo mamá cuando acabamos de comer—. Más tarde. Vos tenés que estar listo. Cuando yo diga, nos vamos. Y no olvides que tenés que ser muy silencioso.
Yo asentí como única respuesta, demasiado asustado y exhausto por la situación hasta para hablar.
El silencio perduró mientras las horas pasaban y el cielo cambiaba de un celeste puro a mancharse con unas pocas nubes grises de tormenta. Hasta que al fin, a eso de las cinco de la tarde, mamá se levantó de su lugar junto a la ventana y declaró que nos íbamos.
—Vamos a ir al estacionamiento que hay abajo del edificio, nos subimos al auto y nos vamos, ¿okey?
—Okey.
—Te amo. —Me besó la frente tomándome desprevenido, no acostumbraba a demostrar mucho cariño, y se fue a preparar las cosas para irnos, chequeando que no nos olvidáramos de nada importante.
El comienzo de nuestro largo viaje.