Día 28

Pensé que estábamos perdidos, hasta que se escucharon tres disparos.

Mamá, Carlos, Eduardo, Lima y Thalía venían corriendo a nuestro rescate.

Recibí un aire de seguridad que me hizo sacar fuerzas de no sé dónde y lograr empujar a la criatura lejos de mí de un solo golpe, aprovechando también su distracción. Saqué mi arma (viendo que ya no tenía sentido guardar silencio) y le disparé como pude, dándole de milagro en la cabeza. No sentí ninguna pena, a pesar de su apariencia tan humana y de que haya sido el segundo híbrido que asesiné, sino que lo sentí como algo justo.

Ella había intentado matarme hacía unos segundos, ¿cómo podría sentir culpa alguna por asesinarla yo?

Sin embargo esa noche tuve pesadillas con eso.

Las tres criaturas que venían detrás de nosotros ya no existían. Adrián había ganado su lucha y Alejo ayudaba al herido a levantarse.

Di media vuelta y corrí junto a ellos. Los híbridos restantes nos seguían, disparé a la que estaba más cercana a nosotros y le atiné en la zona del estómago. Cayó sujetándose con dolor la herida sangrante.

Entonces sucedió algo interesante e inesperado.

Los otros dos híbridos se detuvieron a ayudar a la herida: se la llevaron al lugar de donde habían venido, protegiéndose entre ellos. Nos dejaron en paz para salvar a una de los suyos.

Creo que me quedé quieto al ver esa escena, porque escuché a mamá gritarme que me apurara.

Ahora que lo pienso más detenidamente, nos comportamos como idiotas. Todos nosotros. Miramos hacia otro lado ante personas que necesitaban nuestra ayuda en una situación de vida o muerte, para poder seguir viviendo nosotros. Y la única razón por la que Adrián, Alejo y yo los ayudamos fue egoísta. No nos detuvimos a pensar en que eran humanos y necesitaban ayuda.

Dejamos en primer lugar nuestra supervivencia como individuos, mientras que las criaturas “salvajes” arriesgaron todo para salvar a una.