El diario de Ethan (híbridos 0.1)

Día 45

Ayer casi me quedo dormido sobre el escritorio. Sentía mi cabeza girar. No escondí el diario en el sótano, no sentía fuerzas como para bajar hasta ahí y volver a subir. Lo llevé conmigo y lo metí entre la cama y el colchón, me atreví a romper un poco con la rutina yendo a dormir una siesta. Nadie dijo nada.

Definitivamente debo estar mucho más lejos del uno de lo que creía, o por alguna extraña razón me están perdonando la vida.

— ¡Mierda! —Exclamó Santiago, alarmado— ¿Escucharon eso?

—Parecían disparos… —Respondió mamá.

El ruido de unos disparos nos sorprendió en plena noche a mitad de camino hacia Heaven. Habíamos decidido ir sin detenernos, o hacerlo lo menos posible, por lo que se establecieron turnos entre todos los que sabían conducir.

Yo tenía 13 años y algunos meses, y apenas lograba diferenciar la palanca de cambios del freno de mano, ni hablar de los pedales, por lo que quedaba fuera.

Nos dividimos seis en el colectivo (Santiago, Carlos, Thalía, Adrián, mamá y yo), y tres en la camioneta (Alicia, Alejo y Lima). En ese momento el turno era de mamá, yo le hacía compañía. Santiago se estaba despertando porque en unos minutos le tocaba a él. Todos dormían en el colectivo menos nosotros tres… hasta que sonó el primer disparo.

— ¿Me tengo que preocupar? —Murmuró Carlos abriendo un ojo.

—Desearía poder decirte que fue solo un trueno, pero estoy segura de que fue un disparo. —Afuera llovía tan fuerte que parecía que el cielo se caería abajo, aunque era imposible confundir los disparos con algo de la naturaleza.

—Mierda. —Contestó él, sentándose.

— ¿Los otros estarán bien? —Preguntó Santiago—. Deberíamos frenar un rato para saber qué está pasando.

Mamá dudó un segundo, pero terminó asintiendo. Hizo luces a la camioneta, la señal de que íbamos a parar, y pisó el freno.

Silencio.

— ¿Ya está? —Comentó Santiago—. Conté solo tres disparos.

—Parece que sí —Respondió Carlos—. A lo mejor quién sea el que lo haya hecho logró escapar.

—O murió. —Agregó Thalía.

Unos ruidos extraños fuera nos hicieron callar, seguido de unos golpeteos en la puerta. Nos miramos alarmados, sin atrevernos a hacer nada.

— ¡Abran! —Dijo la voz de Alejo del otro lado— ¡Me estoy mojando hasta el culo!

Le abrimos, intercambiamos palabras, y se fue de nuevo a la camioneta.

Decidimos que nos quedaríamos ahí hasta que amaneciera, y con suerte acabara la lluvia. Los disparos que habíamos oído eran una clara señal de que había alguien afuera, y entre la oscuridad y la lluvia la visibilidad era casi nula. Preferimos montar guardia y no arriesgarnos en vano, al menos no hasta tener algo de luz.

Unas horas más tarde ya todos habíamos dormido algo. Solo estábamos despiertos los mismos de antes, Mamá, Santiago y yo. La lluvia no había cesado, hasta parecía que caía con más fuerza. El sol ya había salido, y aunque las nubes dificultaban el paso de sus rayos, la visibilidad había mejorado notablemente. Tanto era así que logramos distinguir unos autos abandonados interrumpiendo el camino que debíamos pasar, una carretera que partía en dos un mar de árboles.

— ¿Y ahora qué hacemos? —Pregunté.

—Hay que intentar mover los autos —Contestó mamá—. Esperemos que funcionen.

—Yo voy. —Dijo Santiago— ¿Los despertamos? —Señaló a los que roncaban con la cabeza.

—No, déjalos —Contestó ella—. Despertá a Carlos solamente para que te ayude con los autos.

—Yo voy a avisar a la camioneta. —Dije. Me sentía cansado de estar tanto tiempo encerrado.

—Tengan cuidado —Contestó ella—. Lleven los pilotos… —Dudó un segundo— Y también algún arma. Por las dudas.

Despertamos a Carlos, nos preparamos y salimos a la lluvia.

Fui corriendo a avisar a la camioneta y hablé con Alicia que estaba despierta. Al volver se me ocurrió ir a ver cómo iban Carlos y Santiago. Odiaba el encierro de los vehículos, por lo que siempre aprovechaba todos los momentos para salir.

— ¡Dale más atrás, con cuidado! —Santiago estaba parado a la izquierda de la ruta, cerca de los árboles, haciéndole señas a Carlos para que diera marcha atrás.

— ¿Cómo van? —Pregunté casi gritando para hacerme oír por sobre la lluvia.

—Bien —Contestó él de la misma forma—. Por suerte los autos funcionan bien. Solo falta uno y seguimos con el viaje.

— ¿Y no encontraron nada adentro? —Curioseé.

—Había algo de sangre y algunas ventanas rotas. Parece que hubo una pelea hace no mucho tiempo. Revisamos bien para comprobar que no hubiese nadie cerca, por las dudas.

— ¿Y no crees que es medio raro encontrar dos autos que funcionan perfectamente en el medio de la ruta y con sangre fresca? Quién sea que lo haya hecho, podría estar cerca, aunque no se vea a plena vista.

—Eh… —Santiago iba a contestar pero se interrumpió de golpe— ¿Escuchaste eso?

—No… —Respondí, pero mis pelos se erizaron.

— ¡Cuidado!




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