Mi trabajo era simple ya que al no recordar nada ni saber nada de mí más que mi magia de alquimista, me rebajé a pelar en las arenas que usaban para su diversión, gracias a mi magia pude sobrevivir, pero debo admitir que de no ser por el virus de Rivens para mutar a los humanos yo podría estar muerto ahora mismo. En mi vida he visto correr mucha sangre, mía y de mis enemigos, jamás tuve amigos, nadie los necesita sabiendo que algún buen día de estos vas a tener que matarlo en la arena, me mantuve por 5 largos años haciendo la misma basura, peleando para obtener un poco de comida, es increíble a lo que la humanidad llegó; gracias a la alquimia pude salvarme y sanar muchas heridas de mi cuerpo, a todos les sigue pareciendo increíble que no tengo ninguna cicatriz. Quisiera poder decir que no hay ninguna, pero en mi alma existe un vacío, algo que me hace falta que extraño con una profunda nostalgia pero que no sé qué es, no quiero una vida donde tenga que seguir manchándome las manos de sangre día a día para poder comer, arriesgar mi vida contra esas malditas máquinas bestiales, o contra unos pobres monstruos encadenados a un cruel destino. Creí que había algo mejor, recuerdo que hace años el mundo no era un maldito caos, los alquimistas existieron en el siglo XV, supongo yo era el último en el mundo, honestamente no aceptaba esa idea, la alquimia que desarrollé podía cambiar incluso la materia del aire permitiéndome crear fuego de mis manos incluso agua, ese poder era el que usaba para pelear contra esas bestias infernales, quisiera que el mundo fuese como antes un lugar tranquilo donde los alquimistas pudieran dar sus conocimientos para una mejor vida. No sabía aún cosas de mi pasado, pero de cierta manera el luchar contra las Rivens Beasts me hacía estar tranquilo.