El Diario De Lucifer

Leroy Russell

Por fin, tras varias horas de viaje, entramos en el bosque que llevaba a la casa. Serían aproximadamente las ocho de la tarde, y aún nos quedaban por delante por lo menos tres cuartos de hora más.

Mi estado había empeorado notablemente a lo largo del trayecto. Los signos de padecer fiebre eran ahora evidentes. Tenía la cabeza apoyada contra el marco de la ventanilla y los ojos fijos en el paisaje.

—Puedes abrir la ventanilla si quieres —me propuso María.

—No es mala idea —dije mientras giraba la manivela.

Pronto e olor a mar que la brisa traía consigo invadió el coche.

—Ya estamos cerca —dijo María.

—Gracias a Dios.

No tardamos en empezar a divisar la casa, imponente en lo alto del acantilado. Subimos la cuesta que llevaba hasta la verja, abierta ya por Beni y Gabriel, cuyo coche se divisaba en el interior del patio. Mientras avanzábamos hacia el interior de este, nos percatamos de la presencia de un apuesto joven con el que Gabriel y Beni charlaban animadamente.

—¿Qué hará aquí? —preguntó María con la vista fija en el joven.

La miré.

—¿Quién es?

—Se llama Leroy Russell, es el vecino más cercano, vive a medio kilómetro de aquí.

—Pues menos mal que es cercano.

María detuvo el coche junto al de Gabriel y Beni, atrayendo la mirada de Leroy.

—Su familia es de origen francés y, como es natural, domina la lengua a la perfección. Además, habla alemán, inglés, italiano, griego y traduce latín.

—Vaya, un superdotado —dije con poco entusiasmo mientras María se bajaba del coche para saludar al joven.

Yo la imité. Cuando llegué hasta donde estaban los otros reunidos, la mirada de Leroy se centró en mí. Analizando su aspecto más detenidamente, pude apreciar que sí, seguía siendo apuesto de cerca también, por desgracia no había sido una ilusión. Contrastando su aspecto con el mío, parecía un cadáver a su lado.

Leroy era alto, superaba el metro ochenta y, a pesar de ello, su cuerpo parecía el de un atleta. Su cabello castaño claro caía desordenado sobre sus hombros, contrastando con la tonalidad levemente bronceada de su piel. Vestía unos vaqueros color azul claro, casi blanco, y una camiseta de tirantes blanca, que dejaba al descubierto unos hombros torneados y ligeramente musculosos. Sus ojos color miel brillaban alegremente a la luz del sol.

Yo, por mi parte, no llegaba a superar el metro ochenta, pero el hecho de ser muy delgado me hacía parecer algo desgarbado. A eso había que sumarle mi insulso cabello color marrón, cuya única gracia eran las hondas, inexistentes en aquel momento, y que no producía ningún contraste con mis ojos de su mismo color. Debido a mi trabajo y al hecho de estar cada dos por tres vomitando, mi piel se veía más blanca que la de un vampiro, aunque he de admitir que en caso contrario tan solo hubiera conseguido que se me viera más marrón todavía, de modo que tampoco salía muy beneficiado. Miré mis brazos, tan huesudos como siempre. Lo único que aquel joven y yo teníamos en común, era que ninguno superábamos los treinta años.

—Hola —dije cuando me detuve junto a ellos.

Leroy sonrió ampliamente.

—Bonjour, mon ami, ça va? —dijo extendiendo la mano hacia mí.

Yo se la estreché.

—Lo siento, no hablo francés.

La sonrisa de Leroy se amplió.

—¿Todo bien?

—Bueno —respondí.

—Tú debes de ser el periodista, Lucifer, ¿no?

—Sí.

—Curioso tu nombre.

—Eh... gracias.

Entramos en la casa.

—¿Qué te trae por aquí, Leroy? ¿De visita? —preguntó María.

—No, sabía que no estabais, he venido porque he visto vuestro coche llegar.

—Eso es una visita —repliqué en un murmuro mientras me sentaba en uno de los sillones del salón.

Cerré los ojos un momento mientras escuchaba las voces de los otros, provenientes de la cocina. De repente escuché unos pasos que se aproximaban y, seguidamente, alguien se asomó por el marco de la puerta.

—Lucifer —abrí los ojos y miré al dueño de la voz, Leroy me estaba mirando fijamente.

—¿Qué ocurre?

—Nada, vamos a salir al patio a tomar algo, ¿vienes? —preguntó con una sonrisa.

—Eh... no, no me encuentro bien. Yo me quedo.

—Está bien, otro día será.

—Sí, otro día.

Oí cómo Leroy se marchaba de la sala, escuché que hablaba con María en el pasillo y, enseguida, entró ella.

Avanzó hasta donde yo estaba sentado y se agachó junto al sillón, poniendo su mano sobre la mía.

—¿Seguro que no vienes?

—No, me duelo mucho el estómago; de hecho, creo que voy a acostarme.

Ella no dijo nada, simplemente acarició mi brazo.

—Está bien. Iré a verte ahora—. Le sonreí mientras me levantaba—. ¿Necesitas que te acompañe?

La miré con una amplia sonrisa.

—Tranquila, son tan solo un par de escalones.

—Veinticuatro.

Roté los ojos.

—Veinticuatro, es igual. Pero te lo agradezco.

Ella sonrió.

—Iré ahora.

Asentí.

María salió al patio mientras yo subía a mi habitación. Me quité la ropa que había llevado durante el viaje y la cambié por otra más cómoda para acostarme. Me asomé por la ventana un breve instante antes de meterme en la cama, los cuatro parecían hablar alegremente. Pensé en lo mucho que echaba de menos tomar una cerveza fría y lo que me gustaría estar allí abajo.

Volví junto a la cama y me dejé caer bocarriba sobre ella. Cerré los ojos pero no me atrevía a ceder ante el cansancio, no me apetecía volver a soñar que se me paraba el corazón. Decidí ocupar mis pensamientos con el joven Leroy.



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En el texto hay: espritus, exorcismos

Editado: 09.09.2019

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