Suspiré y miré al techo. Estaba en mi momento reflexivo del día. A veces, los acontecimientos del día eran tantos que era imposible no pensar en ellos un poco más, y hacerme una bolita al darme cuenta que actué como tonta.
Rosa y yo ha estábamos solucionado mi problema de posesividad y celos, según a lo que llegamos, eran infundados. Ella estaba poniendo de su parte en ser más melosa y cariñosa, eso ayudaba a despejar cualquier duda que tuviera.
Ese día, me había sentido algo más segura que el día de ayer, cuándo sentí esa inesperada oleada de celos por una mujer que no conocía. Entre el desarrollo de mi seguridad y los mimos de Rosa, se instaló una nueva manía que era de agarrar la cintura de Rosa cuándo ella me besaba el cuello. Sus cabellos negros me hacían cosquillas y era imposible no reír un poco cuando recibía el cariño.
La piel de Rosa sobre la tela del uniforme escolar se sentía caliente, viva y hacía que el pulso se me acelerada. Sus ojos siempre me miraron intensa y esa sonrisa que siempre me daba hacía que estuviera al borde de un infarto.
Siempre lo veía en ella, y trata de ignorar porque no sabía cómo proceder, no sabía cómo complacer la muda suplica que me daba, esa donde el deseo de ser tocada era inevitable. Rosa desde ayer, me daba miradas cargadas de deseo y yo huía de esa suplica porque no sabía cómo hacerlo con una mujer, no sabía dónde tocar, ni muchos menos cómo comenzar el momento.
Me sentía tonta.
Me hice una bolita.