El diario de secretos

Prólogo

Miraba incómoda los estantes de la biblioteca, apretaba nerviosamente su pulgar contra la palma de su mano para tratar de apaciguarse. Ese lugar siempre la hizo sentir segura, pero la soledad es un monstruo del que no es fácil escapar, no podía solo poner una pared para protegerse.

Los libros de su padre eran de temas variados, tenía la sospecha de que mucho de ellos los compró para cuando sus hijos crecieran pudiera regalárselos. Los había leído todos con el correr de los años, pero nunca encontró sus investigaciones, como sí que alguien los hubiera hecho desaparecer.

— ¿Habrá algo que no haya leído acá? —se pregunta la muchacha mientras sigue revisando las estanterías.

De un momento a otro toda la habitación se oscureció, le surgió una necesidad enorme de salir del único lugar en el que siempre se sintió segura, estaba todo a oscuras, así que comenzó a tantear con sus manos mientras recorría el camino de entre las librerías, que ya se sabía de memoria. Recorrió el primer tramo con tranquilidad, hasta que chocó contra unas estanterías, las cuales le cerraban el paso.

<<Se supone que no hay nada acá >>pensó tirando un poco de las estanterías, tratando de averiguar si estaba pegada a la pared o no.

No midió su fuerza, tiró lo suficientemente fuerte como para que la estantería cayera sobre ella, aplastándola con todos los libros. Lo último que sintió fue un fuerte golpe en la cabeza.

Despertó, la luz ya había vuelto, sentía que le habían aplastado cada parte de su cuerpo, pero no había señales de que una repisa realmente le hubiera caído encima, podía moverse con total libertad. ¿Había alucinado la caída?

Miró desconcertada a sus alrededores, se agarró la cabeza por el intenso dolor que iba y venía, sentía que se había roto la cabeza. Al ver el suelo se percató de que había un charco de sangre rodeando la zona donde había estado su cabeza al caer inconsciente. Miró su mano, estaba llena de sangre y toda provenía de su cabeza. Le empezaron a arder sus cachetes, posiblemente estaba sonrojada.

—Candela solo se fue una hora… —comenzó a reírse a carcajadas, no sabía si era porque estaba nerviosa o porque realmente se sentía como una niña pequeña que era incapaz de cuidarse.

Entre las risas notó que había un libro junto a ella, una de sus puntas entraba en contacto con el charco que la rodeaba. Lo agarró, estaba caliente, miró las estanterías, no parecía haber provenido de ninguna de las que estaban a la vista.

Se paró con dificultad, todo le dolía. ¿Con qué se había golpeado en realidad? Se dirigió a la habitación con algo de nerviosismo, tuvo el impulso de esconder la evidencia, no quería que Candela descubriera nada, aunque no sabía la razón.

Fue rápido a su habitación, dejó el libro sobre su cama y se cambió, luego buscó un trapo para limpiar el piso, no quería preocupar a nadie. Estaba ejecutando su plan para que no se enteraran de lo que pasó, cuando escuchó el ruido de las llaves y unos pasos.

Maldijo para sus adentros, volvió a tocarse la cabeza, su mano volvió a ensuciarse, no había parado de sangrar.

— ¡Candy, ya llegué! —escuchó los gritos alegres de Candela desde la planta baja—. Ayúdame con las compras.

Bajó molesta, cruzándose de dedos, quizás si se paraba de la forma correcta no vería la herida de su cabeza.

Llegó para encontrarse con Candela, con su aire alegre, concentrada en guardar todas las cosas que había comprado en la bajo mesada. Su cabello castaño claro le tapaba su pálido rostro, aunque comparada con el de ella era un poco más morena, sus ojos verdes se toparon con la mirada preocupada de la muchacha.

— ¿Por qué me miras tanto, peque? —le pregunta mirándola divertida.

—Nada —le responde sonriente mientras guardaba un paquete de galletitas.

Sintió repentinamente como una presencia se paraba detrás de ella, se sobresaltó y volteó de inmediato, la más alta la tomó de la mandíbula y le movió la cabeza de forma tal que pudo ver la herida que tenía.

Candy sabía bien que la castaña era muy perceptiva, había sido tonta al creer que podía engañarla. El grito que le destrozó los tímpanos, se cubrió los oídos con las manos y se encogió sobre sus hombros.

— ¿Qué te pasó? —le preguntó preocupada—. Vamos al médico ahora mismo,

—Pero… —con una mirada la obligó a callarse. << ¿Por qué te obedezco si no tengo la obligación? >>se preguntó. <<No, no pienses así>> negó con la cabeza reprimiendo esa rebeldía que le salía innata.

Una ambulancia llegó rápidamente para llevarla al hospital le hicieron una catarata de preguntas, que cómo se golpeó, cuándo, dónde, si perdió la conciencia, era muy molesto. Trató de restarle importancia, pero Candela insistía en que debían examinarla. La doctora la quiso mantener en observación toda la noche, pero no quería quedarse en el hospital, así que con la promesa de que volvería ante cualquier síntoma, la dejaron ir.

Caminó con desgano a la cama, tenía que permanecer tranquila, así que no podía ver ninguna pantalla o leer. Estaba aburrida, con la cabeza vendada, retumbándole cada sonido como si que tuviera parlantes estuvieran junto a sus oídos.

Revisó el libro, pasó hoja por hoja, suspiró decepcionada, estaba completamente vacío. No sabía por qué estaba tan curiosa con ese cuaderno, volvió a mirar las tapas, había unas letras doradas y una bella cruz plateada, en el centro había una rosa que se enredaba entre las puntas de la cruz.

“El diario de secretos” decía la portada con una caligrafía elegante y fina, le generaba mucha curiosidad.

Cerró los ojos, estaba de un mal humor tremendo, se sentía sola, una parte de ella estaba faltándole después de casi toda su vida acompañándola. Cubrió sus ojos con el reverso de su brazo. ¿Estaría sintiendo lo que ella?

Quiso revolear el diario, pero su instinto le decía “protégelo”, se sentía incluso incapaz de tirarlo. Lo dejó en su mesa de noche y cerró sus ojos, pero a pesar de estar dormitando sentía que veía.



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En el texto hay: demonios y angeles, diarios magicos, guerras magicas

Editado: 28.04.2020

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