Lunes 26 de diciembre.
No lo puedo creer, han pasado exactamente tres meses desde el inicio de mi travesía y heme aquí, sobre el océano Atlántico en un avión que me regresa a Colombia, intentando rescatar la mayoría de los recuerdos posibles porque incluso en este momento, el primer mes me resulta un poco borroso.
Aquel lunes antes de partir al aeropuerto junto a mis padres, fui a casa de mi tía Tatiana a recoger una pequeña Tote Bag que me tejió para cargar el teléfono, posteriormente, un poco de prisa, me despedí de Iris (quien nos colaboraba con las labores de la casa) y de mi hermana.
Tratando de contener las lágrimas, tomé las dos maletas y por el ascensor me dirigí al parqueadero para subirlas en el baúl del carro. Fue un trayecto silencioso hasta el aeropuerto, aún no podía creer que mi sueño se estaba haciendo realidad.
Al aterrizar en Bogotá, no pudimos hacer check in porque faltaban seis horas para nuestro vuelo a Madrid, entonces, almorzamos en McDonald's y en la mesa que ocupamos, nos quedamos el resto de la tarde.
Martes, 27 de diciembre.
Sin exagerar, dormí las nueve horas y media que tardaba el vuelo a Madrid, gracias a las pastillas que nos facilitó un tío y los tapones para oído que me prestó mi mamá. Al parecer hubo mucha turbulencia, no me di por enterada.
No evoco mi corta estadía en Madrid, solo recuerdo estar ya en el avión rumbo a Roma, mirando fuera de la ventanilla con lágrimas incrédulas de felicidad derramándose por mis mejillas mientras escuchaba Home de Dotan, Fine Line de Harry Styles y un par de canciones en italiano.
Al llegar a Fiumicino, recogimos las maletas, salimos para cruzar la calle y saludar a mi hermano quien nos esperaba junto a su mejor amigo que estaba de visita para llevarnos al que se convertiría en mi hogar.
El tan esperado reencuentro fue reconfortante, dejando a un lado lo cansada y sucia que estaba, fui feliz. Ambos jóvenes llamados Alejandro tenían un carro, mi hermano se encargó del rentado para llevar a mis papás y su mejor amigo se fue conmigo y el equipaje.
Socializar no es lo mío, por más que lo intente. Alejo intentó conversar y a duras penas supe responder, aun así, me sentí cómoda con él. Hace muchos años lo conocía, pero jamás habíamos tenido la oportunidad de compartir realmente.
En casa nos esperaba Silvi y Giorgio, mi cuñada y el pastor alemán de mi hermano que no veía hacía muchísimo, estaba súper gordito y aunque no aparentaba sus 9 años, claramente se veía mayor.
¿Qué más pasó esa noche? No lo sé, creo que charlaron un rato (me excluyo porque en ese tipo de ambientes solo escucho o disocio) hasta que mis papás estuvieron demasiado cansados y nos fuimos todos a la cama, no sin antes bañarnos. Por esa noche tuve que dormir en el sofá, no fue un problema.
Miércoles, 28 de diciembre.
El problema radicó en el dichoso jet lag, Italia estaba seis horas en el futuro respecto a Colombia lo que hizo que a las 5:00am no pudiera volver a conciliar el sueño. Eran las 11:00pm en Colombia así que chateé un rato con Daniel, contándole que había sido de mis primeras horas allí.
Aburrida del celular, tomé una ducha, me vestí y salí al patio junto a Giorgio a ver el amanecer. Ojalá pudiese describirles el sentimiento, mas no hay palabras para ello.
La casa de mi hermano y Silvi era preciosa y considerablemente espaciosa. Ubicada a las afueras de Roma, a veinte minutos de Fiumicino, el mar y el centro, permitía disfrutar del silencio, no en su totalidad, pues aún se podía apreciar el canto de las aves y uno que otro perro ladrando en las casas vecinas.
Le tiré un palo a Giorgito nené para que jugara, el frío me obligó a entrar y para ese entonces, ya mis anfitriones habían despertado. Silvi nos sirvió té de limón y jengibre para calentarnos y platicar.
Cuando Alejo se despertó, con mis papás aun durmiendo, nos dispusimos para ir al Parco della Pace a ejercitar y llevar a nené a pasear.
Silvi se certificó como Health and Holistic Coach durante la pandemia así que ella guio la rutina. Sin duda era muy buena en lo que hacía, por primera vez disfruté de hacer ejercicio y me sentí absolutamente relajada después del mismo.
El parque me sorprendió, sobre todo porque no había estado antes en Europa durante el invierno. Los árboles desnudos o medianamente otoñales tenían cierto encanto. No evité sonreír al notar que además de naturaleza había inscripciones grabadas en piedras dejando leer frases relacionadas a La Paz después de los atroces sucesos de la Segunda Guerra Mundial.
De vuelta en casa, mi mamá nos había preparado desayuno a mi papá y a mí, arepa con huevo. No comí con mucho agrado porque ya estaba satisfecha después de dos jugosas mandarinas mientras caminábamos por el parque.
Acto seguido, nos pusimos de acuerdo en ir a tomar el almuerzo a Trastevere y pasar el resto de la tarde en sus alrededores. Casi lloro cuando nos cruzamos con monumentos emblemáticos tales como la cúpula de la Basilia San Pietro y Castel Sant’Angelo. Sí, bueno, ya había estado en Roma dos veces antes pero como les mencioné, mi memoria no es de confiar.
Ordené una pizza una vez pudimos sentarnos en Tonarello, tuvimos que hacer fila para ingresar. Después de eso caminamos por Piazza di Santa Maria in Trastevere y nos adentramos por los callejones hacia un claro donde encontramos una gelateria increíble a la que obviamente me prometí volver, Alla Scala.
De noche, en casa, dormí tres horas antes de que dieran las doce y fuera tiempo de celebrar nuestra navidad atrasada, un acto simbólico ya que, por primera vez en la vida, mi hermano no pudo estar con nosotros en la ocasión real. Intercambiamos pequeños regalos, palabras de aliento y cenamos.
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Editado: 20.05.2023