—Entonces señor Lebrant... ¿por qué desea trabajar en nuestra universidad? —inquirió el director y dueño del lugar al que estaba apostando mi alma para ingresar.
—Porque estoy maravillado con su sistema y su nueva expansión hacia las artes, confío en mi capacitación profesional para poder transmitir mi conocimiento al nivel que Haverville Rogers desea —respondí con calma, se me daba bien aparentar que no tenía un enorme nudo en la garganta.
—Efectivamente, su capacitación es mucho más de lo que podríamos pedir... al igual que su prestigio —asintió el hombre mientras leía parte de mi currículum—. Ha pasado por las mejores orquestas del país y ha dado varias exposiciones artísticas en el extranjero que tuvieron un éxito importante.
—Gracias...
—Sin embargo... —comenzó, muy a mi pesar, lo que tanto esperaba—. Me temo que debo hacer la pregunta. Si tuvo la oportunidad de llegar a la cima de la fama en cualquiera de los ámbitos antes mencionados... ¿por qué desea limitarse a trabajar en nuestra universidad? —bajó las hojas y me miró fijamente, como si tratase de leerme la mente—. Comprenderá que es una acción muy sospechosa que no puedo pasar por alto.
—Si fuese posible me gustaría que solo tomase en cuenta lo que dice mi currículum, la decisión es puramente personal.
—Me temo que, sin una respuesta adecuada, no puedo tomar en cuenta su solicitud —indicó el hombre con firmeza.
Y esta era la parte en la que me levantaba del asiento y me iba del lugar, de cualquiera que fuese, siempre me negaba a responder esa pregunta. ¿Por qué tenía que importarles? Lo entendía, pero no lo justificaba, si me dieran la oportunidad, podría demostrar que eso era lo menos importante.
Pero esta vez fue diferente, porque la mirada de ese hombre no era dura y no parecía estarme juzgando. No me miraba pensando que tal vez era un estafador, simplemente se veía curioso. Y yo era tan débil ante las personas curiosas...
—¿Y si le digo que en realidad estoy huyendo? —dije sin darme cuenta, simplemente salió de mis labios—. Me quiero esconder, de todo el mundo, hasta de mí mismo. Así que vine aquí para volver empezar bajo el título de un simple profesor de artes.
—¿De qué se esconde? —inquirió en voz más baja, escuchándome atentamente.
—De los recuerdos de alguien que ya no está más conmigo —respondí con sencillez y esbocé una sonrisa.
Había que sonreíre a los males, siempre.
—Bienvenido a Haverville Rogers, profesor Lebrant —dijo el hombre para mi sorpresa.
Esa fue la primera vez que estreché la mano de William Rogers. Alguien que llegaría a ser mi segundo padre y me abriría las puertas de un nuevo comienzo para escribir una nueva historia. La más feliz y corta de mi existencia, adornada con unos rebeldes rizos rubios que me hicieron perder más que la cordura.
~*~
No había nadie más sorprendido que yo cuando finalmente firmé un contrato con el internado universitario más prestigioso de todo Averville, se sentía aún más extraño que todo el mundo me llamase "profesor", sabía que tardaría mucho en acostumbrarme y no me equivoqué.
El primer año todo era nuevo para mí, desde los profesores hasta los alumnos y, no voy a negarlo, cometí muchos errores al principio, nunca había sido profesor... a decir verdad jamás había pensado en serlo. Pero trabajar en un internado para hombres fue lo mejor que me pudo haber pasado, de esa forma estaba exento de caer nuevamente en mis vicios y buscar el calor de la compañía de las mujeres.
Las mujeres son tan bellas como peligrosas, no hay que meterse con ellas.
Pero nunca tuve la suerte de ser flechado por alguna, así como jamás me sentí atraído particularmente por nadie, no tenía gustos especiales. Lo único que me arrastraba a sus placeres eran las bellas sonrisas y sus ojos brillantes. Expertas innatas en el arte de la seducción.
También compartí mis noches con algún joven, imposible negarlo, era la época en la que deseaba experimentar absolutamente todo. Disfruté plenamente de mi juventud, y con esto no quería denigrar mis años de vida, pero cuando pasas de los treinta y experimentas todo demasiado pronto, la vida toma un color distinto, ahora disfruto reflexionando sobre ello.
Estaba por comenzar mi segundo año impartiendo clases en la universidad y tenía altas expectativas en mis nuevos alumnos, aunque el director Rogers siempre trataba de convencerme de lo contrario.
Él detestaba que confiara en los chicos que ingresaban, pues todos provenían de grandes familias y ninguno se tocaba el corazón para destruir a cualquiera que lo obstaculizara. Creo que era una afirmación muy exagerada decir que un chico que apenas empieza a vivir puede ser tan cruel, no siempre afecta de manera negativa haber nacido en una cuna de plata.
Aunque él se defendía de una forma muy peculiar:
—No Vicent, no debes confiar tanto en los chicos. Cuando comienzan a darse cuenta de que están en problemas, no dudan en recurrir al primer método de defensa que encuentran. Por desgracia siempre termina siendo su apellido.
—Director Rogers, sigo sin estar de acuerdo —respondía entre risas—. Todo depende de cómo sean tratados, a mí no me han dado problema alguno.
—Porque es tu primer año impartiendo clases, pero ya verás a lo que me refiero en un futuro —señaló de forma sabia—. No digo que los chicos sean problemáticos, digo que tienen a su alcance las armas para serlo.
Al menos en ese tiempo, seguía sin creer una palabra de lo que decía.
Los veía pasar en los pasillos, corriendo en los campos deportivos, era la flor de la juventud en una jaula de oro. Haverville era el lugar donde pasaban sus mejores días, un internado donde no podían salir los primeros seis meses de cada año, siempre me pareció un encarcelamiento cruel para ser una universidad.
¿Cómo podían enseñarles sobre la vida si los separaban de ella? Tal vez esa mentalidad no estaba tan cerca de mi comprensión como en la de esos importantes empresarios e inversionistas cuyo ideal era ver a sus hijos tras estas puertas, planeando minuciosamente el futuro de las generaciones que han engendrado.