Amar nunca debe ser considerado un error.
Esa salvaje oleada de emociones adictivas, la adrenalina que acelera el pulso, miradas que entrecortan la respiración, sonrisas que aparecen en sueños. ¿Quién podría despreciar eso? ¿Quién podría odiar esa increíble sensación que va más allá del plano de los sentidos?
O arrepentirse. ¿Quién sería capaz de arrepentirse de amar? ¡Que sufrimiento debe ser el vivir incapaz de perdonarse por haber amado! Sentir una presión en el pecho, ahí donde antes había felicidad, y lágrimas en los ojos en lugar de rubor en las mejillas. ¡Que cruel, que injusto! Es indignante que el amor sea maltratado debido a sus formas, asesinado cuando se viste de otro color.
Es indignante. Doloroso. Y ocurrió.
Es difícil estar enamorado, complicado cuando desde el principio se juró prohibido tan siquiera tocarlo. Fui consciente desde la primera vez que rocé sus labios, de que todo lo que sentía por él era un pecado. Que el deseo de poseer a ese joven entre mis brazos, sería castigado. Y decidí aceptar esa condena, era un hombre dispuesto a entregarse tras haber cometido la más bella de sus locuras.
Pero alguien nos había descubierto, alguien violó la intimidad de mi cariño. En una de tantas noches, me descuidé. Quizá porque estuve perdido mirando su sonrisa, porque me olvidé del mundo con un beso, o porque solo era capaz de escuchar las notas que desprendían sus manos bajo el ritmo que imponían las mías. Era incapaz de nombrar una noche y declararla culpable junto a todas sus estrellas, porque con Jeremy todas eran perfectas.
Pero toda esa belleza no fue suficiente para nadie. El castigo fue demasiado grande, incluso para mí. Nadie advirtió que aquello ocurriría, tan impredecible como la naturaleza, simplemente las malas noticias llegaron.
—Vicent, ¿me estás escuchando?
Recibió un vago asentimiento de mi parte cuando volví a percatarme de su presencia. Lo escuchaba, mas no lo comprendía. O quizá sí, y ese era el problema de una mente que me aterraba sin descanso.
—Te hice una pregunta —dijo con cierta dolencia.
El rostro de mi estimado y ahora cercano amigo William, fruncía el ceño en un gesto que delataba su preocupación ante una ya conocida respuesta. Pero esperaba ahí, impaciente por la aceptación que debía salir de mis labios.
Sé que Rogers desde hace mucho tiempo lo sabía, ¿esperaba que fuera capaz de negarlo? Ese hombre en algún punto de su vida se había cansado de mirar, y ahora observaba con minucioso detalle su realidad. Sé que debió ser imposible pasar mi felicidad por alto. Él había permanecido en el silencio, permitiendo que le compartiera discretamente mi secreto cuando asomaban sonrisas cada vez que pronunciaba su nombre, fue consciente de mi forma de mirar, de mi tono de voz al recordarlo, del terriblemente obvio placer que me provocaba hablar de él.
Y jamás me reprochó algo. William simplemente sonreía de vuelta, quizá tan feliz como yo. Como si me hubiese permitido disfrutar de ese sueño, hasta que la realidad nos despertó.
Fue dolorosamente inevitable responder a ello.
—Sí, William. Tengo una relación con Jeremy Evans —confesé.
El sentimiento fue terrible, me convertí en un delincuente confesando un crimen. Ni un asesinato habría sido tan cruel, la universidad me había obligado a sentirme así.
Me habló sobre la familia de mi querido príncipe, esa que ahora deseaba verme hecho pedazos y lejos de su vida, junto a otras dos que estuvieron a su disposición para apoyarlos. Nunca estuve interesado en la jerarquía de las familias en la sociedad de Averville a pesar de que las conocía, todos tenían sus propios motivos egoístas para verme tras las rejas. Pero Rogers no estuvo dispuesto a permitirlo, abogó a mi favor mucho antes de que yo me enterase de lo que ocurría, lo que lo llevó a recibir aún más amenazas si no hacía algo conmigo.
—Lo lamento, Vicent. Tendremos que esperar a tener una junta con el rector de la universidad, ahí decidirán qué hacer contigo.
Sonreí tratando de tranquilizarlo, le aseguré que había hecho lo correcto, y le agradecí por todo lo que había abogado por mí hasta ahora, pero no podía permitir que se siguiera arriesgando. Rogers era un buen amigo, pero mi condena no valía todo lo que él podía perder, y yo lo estimaba lo suficiente para librar esta batalla solo.
—¿Jeremy ya lo sabe?
—Recibió una llamada de sus padres esta mañana. Te ha estado buscando desde entonces —aseguró con tristeza, antes de continuar con algo que llamó mi atención—. Por favor sé cuidadoso.
—¿"Cuidadoso"?
El silencio momentáneo del director me indicó que él continuaba con un debate interno respecto a algo que no comprendía, pero estaba seguro de que necesitaba decírmelo.
—Por favor William, puedes decirme cualquier cosa.
—Vicent... quien los delató, tuvo los medios para pasar sobre mi autoridad en esta universidad —explicó en voz baja—. Puedo contar con una mano las personas que pueden hacer eso, y Jeremy es una de ellas.
He de confesar que mi inseguridad navegante en esos sentimientos desbordados, me llevó a creer que había sido él. Sí, en algún punto en el que mi burbuja de felicidad explotó, llegué a creer que Jeremy finalmente se había hartado de jugar a su merced con mi existencia.