La Piazza Navona es una de las plazas más famosas que existen en la
ciudad de Roma debido a su historia, sus fuentes y su gran valor artístico, que
hacen de este lugar uno de los puntos más visitados por los turistas; allí
encontramos un centro de vida social y artística de esta gran ciudad. Hay que
decir que esta plaza se levantó sobre lo que fue en la antigüedad el Stadium
Domiciano, construido en el año 85 d. C. La plaza tiene una forma alargada y en
ella encontramos tres fuentes, dos en los extremos y una en el centro.
En la zona norte de la plaza encontramos la Fontana di Nettuno (1574) y en
la zona sur está la Fontana del Moro (1576), las cuales tienen en su centro
grandes esculturas hechas por Giacomo della Porta. El gran Gian Lorenzo Bernini
fue el encargado de hacer entre 1648 y 1651 la fuente ubicada en el centro de la
plaza, la cual es llamada Fontana di Quattro Fiumi (fuente de los cuatros ríos) y
que lleva este nombre por la representación de los cuatro ríos más importantes en
esa época para el mundo: el Nilo (África), el Ganges (Asia), el Danubio (Europa) y
el Río de la Plata (América), además de contar con un obelisco de 17,6 metros
mandado construir en la Antigüedad por el emperador Domiciano.
Frente a la fuente de los cuatro ríos, en el tercer piso de una habitación, de
pie al lado de una de las ventanas, miraba a través de esta hacia la iglesia de
Santa Inés en Agonía, que se encuentra al lado opuesto de aquella edificación, un
hombre alto, acuerpado, de ojos azules, piel bronceada y cabello negro ondulado.
Observaba a los transeúntes tomándose fotos al lado de la fuente y a los
pequeños pintores tratando de vender sus cuadros de caricaturas de personajes
famosos o de paisajes; en aquel cuarto había un escritorio en el cual se
encontraba un computador portátil el cual tenía abierta una página en internet de
un banco suizo; además, adornaban aquel sitio una silla y una cama, que estaba
ocupada por una persona que dormía plácidamente.
El hombre alto y acuerpado se sentó frente a su computador y le dio a
«actualizar» a la página del banco, pero cuando esta se actualizó volvió a ver el
mismo saldo en su cuenta.
«Si en treinta minutos no me han consignado el dinero prometido por este
secuestro, tendré que recurrir al plan B», fueron las palabras que murmuró aquel
hombre después de ver que su saldo seguía sin aumentar como lo esperaba.
—Nataly y el papa, ¿dónde están? —fueron las primeras palabras de John
al despertar después de estar inconsciente por al menos 10 minutos en el piso.
El humo blanco que había entrado por la rejilla de la ventilación en la
bóveda del Vaticano y que había hecho que los dos agentes, los soldados y el
papa cayeran en un sueño profundo ya se había disipado; poco a poco, los
soldados estaban despertándose y sus primeras palabras eran: «¿Dónde está el
papa?».
Mientras tanto, el hombre de cabello ondulado y acuerpado que vestía un
traje negro muy elegante seguía esperando frente a su computador el dinero
prometido por haber realizado su trabajo; cada cinco minutos actualizaba la página
del banco suizo, pero no había ningún cambio en los números de su cuenta.
En ese instante, una voz proveniente de la cama que se encontraba en la
habitación le preguntó: «¿Dónde estoy? ¿Quién es usted? ¿Por qué tengo
amarradas las manos y los pies?».
En ese momento el hombre, al escuchar aquella voz, se levantó de su silla
y se dirigió hacia la cama donde se encontraba la persona que le acababa de
hacer aquellas preguntas y con un tono suave de su voz le dijo:
—Yo solo estoy cumpliendo mi trabajo, que consistía en realizar un
secuestro; a cambio de esto iba a recibir una gran cantidad de dinero, el cual no
me ha llegado a mi cuenta y, por tal motivo, si en cinco minutos mi cuenta
bancaria no aumenta de valor, me veré obligado a realizar el plan B.
—¿Pero por qué razón me han secuestrado?
—No lo sé y no me importa, solo cumplo con mi trabajo.
Los soldados y John ya se encontraban de pie y vieron que el papa aún
seguía dormido en el piso; inmediatamente lo recogieron del suelo, lo acostaron
en la mesa y comprobaron que aún tenía signos vitales. El santo padre estaba
vivo, y esto fue un gran alivio para los soldados y para John.
—En este momento, contándome yo, hay ocho personas, es decir, falta una
que entró con nosotros —comentó un soldado.
—Nataly es la que falta —gritó desesperadamente John al darse cuenta de
que su compañera había sido la persona raptada.
—El santo padre sigue con vida, pero está muy delicado, hay que llevarlo
inmediatamente al hospital —dijo uno de los soldados.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió gracias a una
detonación controlada hecha por un soldado desde la parte exterior. Entraron los
dos agentes españoles acompañados de varios agentes del FBI y guardias suizos
y lo primero que hicieron fue preguntar dónde se encontraba el papa.
—Aquí está, hay que llevarlo inmediatamente al hospital, está con vida,
pero aún sigue dormido —gritó uno de los soldados que acompañaba al papa.
—Sin perder tiempo, lleven al santo padre al hospital, eso sí, con todas las
medidas preventivas para evitar que le ocurra algo en el camino —fue la orden
que dio uno de los agentes españoles.
—Necesito encontrar a mi compañera, fue secuestrada —le dijo John a uno
de los españoles.
—¿Y quién se la llevó?
—No sé. Mientras el papa estaba viendo las noticias hubo una interrupción
en la programación y una persona que se encontraba sentada en la oficina del
papa nos dijo que nos dejaba un regalo. En ese instante un humo blanco entró por
la rendija e hizo que todos cayéramos al piso. Yo alcancé ver a tres sujetos
enmascarados que entraron a la habitación y se llevaron a una persona, pero en
ese momento me dormí.
—Y no solo se llevaron a su compañera, agente John, también realizaron
un robo millonario; lingotes de oro, obras de arte y los libros que estaban aquí para
su protección por el gran valor comercial que tienen estos artículos fueron
hurtados —comentó el otro agente español mientras revisaba la bóveda.
—Qué pena que no nos hemos presentado, agente John, mi nombre es
Carlos y mi compañero se llama Ramiro —dijo uno de los agentes españoles
mientras señalaba a su compañero.
—Mucho gusto, ustedes ya saben quién soy yo, por lo tanto, no es
necesaria mi presentación; en este momento lo más importante es saber quién
realizó el robo y el secuestro de mi compañera. Una pregunta, ¿por qué se
demoraron tanto para venir a este lugar?
—Lo que sucede, agente John, es que en el instante en que se encienden
las alarmas del Vaticano todas las puertas de seguridad se cierran
automáticamente, los ascensores dejan de funcionar y las habitaciones principales
se sellan; cuando el helicóptero explotó en la terraza estas alarmas se activaron,
lo que nos da unos diez a quince minutos para estar preparados antes del cierre
de las puertas. Cuando ustedes bajaron a esta bóveda y los dejamos con el papa,
el tiempo que ofrece la alarma de seguridad estaba casi cumplido, alcanzamos a
subir al segundo piso y entrar a una de las habitaciones con el jefe de la Guardia
Suiza para interrogarlo. Luego las puertas se cerraron automáticamente y como
sabíamos que el papa se encontraba a salvo en esta bóveda, no nos
preocupamos —respondió Ramiro.
—Además —dijo Carlos— no teníamos conocimiento de lo que estaba
ocurriendo aquí hasta el momento en que revisamos la carpeta que usted nos
entregó y en la cual decía que el santo padre era la llave para llegar a esta bóveda
y luego poder realizar el robo de las piezas valiosas que en ella se encontraban; lo
que nunca sospechamos es que iban a secuestrar a su compañera, todo apuntaba
a que la persona raptada iba a ser el santo padre.
—Por lo tanto, llamamos a las personas encargadas de la seguridad y les
pedimos el favor de que apagaran las alarmas y nos dejaran salir de aquí; al
apagarla, las puertas dejan de funcionar automáticamente y se pueden abrir
manualmente —comentó Ramiro.
—Ya entiendo, por eso las personas que entraron a la habitación pudieron
abrir la puerta sin necesidad de la clave, que solo tiene el papa. Al estar apagada
la alarma las puertas se desactivan, atacaron a los dos guardias de afuera y así
pudieron entrar fácilmente a la bóveda, robar y secuestrar a mi amiga mientras
nosotros estábamos desmayados. —Estas fueron las conclusiones que estaba
sacando John.