Jueves.
Como parte de la rutina matinal, Charli buscó con la mirada lo que detonaría la chispa de esperanza.
La carrocería resplandecía con el potente sol de las ocho de la mañana. Una pequeña sonrisa fue la válvula de escape para disimular la emoción al tiempo que pensaba en un “tal vez”.
Aún así, no dedicaría cada minuto para mirar hacia la puerta negra. No. Casi apostaría por que él saldría en la tarde.
Leche, azúcar, banano y vainilla giraban en la licuadora antes de añadir el hielo. Instintivamente, sus ojos se posaron el en el portal. Nada.
Respiró tranquila repitiéndose que sólo alucinaba, que la mente le estaba jugando una mala pasada.
Despidió al cliente como a cualquier otro y, “sin intención”, dio un vistazo rápido. Un error enorme.
Aquél caballero, tan misterioso como un desconocido pero familiar como el vecino del frente que era, atravesaba el umbral.
La posición de su cuerpo y movimientos en dirección a su ubicación decía la verdad, o al menos esa es la verdad que Charli entendía. Lo hacía intencionalmente.
Sonrió apenada por ser descubierta aunque, era tarde. Era demasiado obvio. Siguió en lo suyo mientras “el doctor” preparaba el auto para partir.
Como si hubieran puesto una fotografía frente a Charli, encaminó con cuidado el recuerdo de la imagen guardada de hace unos instantes.
El supuesto doctor llevaba un par de libros en las manos. Apenas y si notó que uno era verde.
“¿Libros?, ¿lee?, ¿da clases?”. Más y más dudas surgían a toda velocidad sin importar que fueran en contra de la lógica del tiempo.
El suave ronroneo del motor llegó hasta sus oídos. Un cosquilleo involuntario subió por su columna vertebral que terminó en su nuca.
“Inhala – exhala” repetía como terapia mental. No se dejaría intimidar ante el nerviosismo que repentinamente le causaba el sujeto.
Tratando de moverse con naturalidad, limpiaba la pequeña zona de despacho cuando, gracias a la visión periférica, fue testigo de como los cristales del automóvil bajaron.
A diez kilómetros por hora, si no es que menos, la marcha y conteo regresivo comenzó. Un giro perfecto en U rodeando el retorno sólo ponía en relieve la “curiosidad” que probablemente había tras el parabrisas tintado. Podía sentir sus ojos aunque el polarizado fuera una barrera física.
Envarándose, Charli siguió ahí plantada sin titubeo observando aquella exhibición automotriz además de una demostración de la indudable habilidad de ese vecino para conducir sin mirar al frente.
Sosteniendo la mirada, Charli le despidió con la mano antes de quedar lejos del alcance de su vista.
Podía jurar que la reacción del “Doc” fue real y no imaginaria.
“No se lo esperaba” pensaba Charli mientras sonreía.
Esa mirada oscura casi estuvo apunto de salirse de sus órbitas al verle decir adiós.
Y sin que la vergüenza asomara aún, Charli se inclinó sobre el pequeño mostrador hasta que el auto se alejó lo suficiente.
—¡¿Lo saludaste?!
—Sí.
—No. No. NO Vi.
—No sé cómo no chocó.
—Obviamente es buen conductor — alegó alzando una ceja.
—Yo dije: si choca, corro a auxiliarlo. Dejo el chalet sólo y llego corriendo.
Imaginarse la situación era divertido. Y las risas iban en aumento mientras planteaban mil posibilidades donde el pobre vecino sufria algún accidente y ellas serían sus heroínas.
#1826 en Otros
#441 en Relatos cortos
humor amor odio, humor romance platonico, relato corto romantico
Editado: 28.08.2019