El dragón y la leona

I: Hide. Solo Hide

Mi nombre es Hide. Solo Hide. No tengo un apellido ni mucho menos un emblema familiar.
Me gustaría poder decirte de donde vengo, pero ni siquiera yo lo sé.
Mi nombre me lo puse yo misma. Los aldeanos del norte de Moorland me solían llamar Hįđę. No me atreví a preguntar por qué me decían así y no por el nombre que debía tener.
Entonces un anciano, aterrado claro está, me respondió. Hįđę significaba maldición, fuerza o peligro. Después de comerme al anciano, me auto nombre como Hide.

Una vez leí que las infancias más felices se olvidan. Me gustaría no saber de la mía.

Desde que tengo cinco, he tenido que moverme de pueblo en pueblo con la finalidad de sobrevivir. Recuerdo que cuando cumplí doce, quise colarme en un colegio católico pasando la montaña. Las monjas me aceptaron pensando que era una nueva niña desde Moorland. Pero cuando las orejas salieron a La Luz, me llamaron engendro de Satanás. No falta decir que no entendí a qué se referían en ese entonces.
Me sacaron a patadas de el valle y tuve que mover mi colchón y cobija a la parte más fría de Ember. Una tierra fría y llena de soledad. Había tanta soledad que la consideraba atascada.

Viví en Ember dos años más y después me mudé a Zafiro. Un reino muy cerca de Amestia, el reino de las criaturas más extrañas y mágicas que puedes imaginar.
Incluso a mi me asombraba escuchar de ella.

No me malinterpreten.

No odio mi vida y tampoco es que vaya por ahí llorando como princesa comprometida. Me parece que, gracias a crecer sola, pude desarrollar mi lado animal. Pude ser un buen león.
Pero voy a ser sincera. Yo no quería ser lo que soy. Muchos niños piensan que por ser diferente tendrás una vida llena de aventuras, diversión y emociones. Uno piensa que somos especiales, no es así.

Cuando me di cuenta de que no era ni iba a ser normal nunca fue cuando me encontré con una niña en el bosque de Ember. Estaba perdida, lloraba y tenía un vestido rojizo tan rasgado que se parecían a mis prendas.

— ¿Estas perdida? — claramente pregunté lo más obvio. La Niña asintió. Recuerdo que le temblaba el labio inferior y sus ojos brillaban de un tono gris.
Su olor a magia demasiado intensa la delató como una bruja.

— ¿Por qué no vuelves a casa con un hechizo?

Me miró extrañada. Frunció el ceño y sorbió la nariz. Recuerdo querer reír por un moco que se asomó y ella lo escondió en su manga.

— ¿Por qué sabes que soy bruja?

— Apestas a magia. ¿Donde están tus padres?

— ¿Donde están los tuyos?

— Ya somos dos con la misma pregunta. ¿De donde vienes? Te llevaré a casa.

La Niña me indicó donde vivía, más no sabía cómo volver. La olfatee —fue tan incomodo que me puse como tomate ciertamente— y después el camino por donde había llegado.
Su pueblo estaba al sur, a las afueras de Amestia y Esmeralda.
Le dije que si decía donde me había visto le cortaría la garganta. Ella solo sonrió divertida y asintió.
Iba a decirle que le ofrecería algo para cambiarse, pero vamos, yo estaba peor que ella y esas eran mis prendas normales.

Le dejé en la entrada de su casa y una mujer la recibió con amor. La abrazo tan fuerte que hasta a mi se me escapó el aire.
La mujer me agradeció con una sonrisa y palmeó mi cabeza.

Fue la primera vez que sentí amor. Pero no tuve tiempo para aprovecharlo por qué una mujer me lanzó una piedra. Logré esquivarla y sentí las orejas salir junto a la cola.
Se le unieron otras más y comenzaron a lanzar más piedras. La madre de La Niña intentó ayudarme, pero amenazaron con lanzarle piedras a ella y a su hija.

Así que me fui.

Corrí lo más lejos que pude. Me dolía la pierna y la mano. Pero no quise parar hasta llegar al bosque donde podría esconderme.
Me pregunté por qué no podía ser feliz como esa niña o los demás. 
Pero no me tome la molestia de responder.
Oculté mis características animal y seguí caminando para llegar a Ember.

Soy Hide. Solo Hide.

 




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