El eco de su sombra

Capítulo I

     —¡Madre mía, que manera de llover!

     —Pero valió la pena; fue un espectáculo extraordinario.

     —Es cierto, aunque voy a confesarte que no le tenía demasiada confianza —se sinceró Hayley mientras descendía del auto para abrir el portón.

     —Siempre dudas de mis elecciones —sonrió mientras apresuraba la marcha para ponerse a resguardo—, pero es bueno saber que todavía puedo sorprenderte.

     Nada mejor que una buena obra teatral, seguida de una cena romántica a la luz de las velas y una tormenta infame para reavivar la pasión en una pareja que llevaba años consumiéndose en la rutina. Ambos lo necesitaban. Resultaba imperioso que pudieran despojarse de las responsabilidades diarias y dedicar una noche a revitalizar una relación que no hacía otra cosa que dar marcha atrás desde hacía doce meses. Quisiera, para no distorsionar el cuadro de situación, aclarar que tanto Connor como Hayley amaban a su hija con todo su corazón y era, como suele decirse, a riesgo de caer en lugares comunes o meras cursilerías, la luz de sus ojos. Sin embargo, si los niños vienen con un pan bajo el brazo; con el correr de los años, la pequeña de ojos tan negros como el infinito inalcanzable, había captado una devoción casi enfermiza por parte de sus progenitores que los distanciaba cada día más, como si en lugar de disfrutarla se la disputaran cual botín de guerra.

     Y no, no era una pareja feliz; de allí que buscaran calmar las rispideces reviviendo épocas que creían olvidadas y que sentían, incluso, ajenas a sus vidas.

     —No hagas ruido —susurró mientras se quitaba los tacones para subir las escaleras—, seguro su aya la está durmiendo.

     —Dale un beso de mi parte —dijo Connor con un grito censurado mientras destapaba su botella favorita para remojarse los labios.

     Luego de pronunciar aquellas palabras, el hombre advirtió una correntada inusual, como si el temporal que se desarrollaba afuera se hubiera trasladado de algún modo dentro de la casa. Dejó su vaso sobre una pequeña mesa vidriada, ubicada en el centro de cuatro sillones de cuero bordo, y se dirigió rumbo a la ventana al percatarse de que las cortinas volaban sin solución de continuidad; sin resistencia. Se acercó con cautela, desconfiado por lo que parecía un descuido de la niñera, pero se paró en seco cuando sus zapatos parecieron estrujar un puñado de cristales desperdigados por toda la alfombra. Sus latidos se aceleraron, su respiración se disparó; aquello no parecía algo casual, máxime cuando un grito desaforado de su esposa lo empujó a salir disparado rumbo al primer piso con un mal presentimiento.

     —¿Qué sucede Hayley? —gritó mientras se apuraba a la habitación de su hija, chocándose contra la pared.

     —¡No está! —respondió pálida, a punto de desvanecerse.

     —¿Qué quieres decir con que no está? —preguntó contemplando la cama impoluta con los osos de peluche en perfecta posición.

     —¡Nuestra bebé no está! —vociferó antes de bajar corriendo a la sala para buscar alguna nota, algún indicio que revelara su paradero.

     Para colmo, la tormenta que resonaba en el exterior, iluminando los recovecos con cada relámpago, convertía la situación desesperante en una pesadilla, una que escalaba conforme crecía el martirio de una madre desfigurada, que solo se limitaba a ver su vida pasar delante de sus narices como en un torbellino de imágenes que terminaron por cerrar sus ojos y desplomarla sobre el suelo alfombrado de la biblioteca.

     —Hayley, Hayley, despierta —repetía Connor mientras le daba pequeños golpes en las mejillas en forma de bofetadas para despabilarla.

     —¿Qué sucede? —preguntó boleada, fuera de sí.

     —Te desvaneciste, toma, bebe esto —sugirió acercándole un vaso de ron.

     —¿Dónde está nuestra hija?

     —La encontraremos, de seguro se trata de un mal entendido. La señora Gordon ha cuidado de Keira los últimos dos años…

     —Enserio me tranquiliza que te tomes la desaparición de nuestra hija a la ligera; ¿desde cuándo te volviste tan confiado? —interrumpió vehemente.

     —Solo pretendo que nos calmemos; que pensemos con serenidad, no llegaremos a buen puerto si tan solo nos limitamos a recriminarnos o echarnos culpas entre nosotros.

     —Yo saldré al campo, tú ve al establo, tal vez tengamos suerte.

     —¡Esa es la actitud! —asintió Connor mientras se apresuraba a la cocina para buscar las linternas.

     Todavía con el traje, el mismo que usaba regularmente en su oficina y con el que había salido a disfrutar la que sería, a la luz de los nuevos acontecimientos, la peor jornada de su vida; el hombre recorrió el establo de punta a punta ante la mirada confundida de los inquietos corceles víctimas de las filtraciones de aquel viejo techo que no hacía más que gotear la otrora cálida estadía.

     La suerte de Hayley no era distinta. Sola en la intemperie, caminando errante, dejando la garganta en cada grito desesperado, su vestido midi negro escotado en forma de corazón, comenzaba a sufrir las consecuencias del clima y la falda entallada que solía derrochar sensualidad era poco menos que una piltrafa embarrada que hacía juego con el rímel corrido, más por el llanto desconsolado que por la cortina de agua que parecía no tener fin.



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En el texto hay: misterio, romance, criminales

Editado: 03.01.2021

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