Quakertown, Pensilvania, Estados Unidos
Marzo, 01, 2005
—¿Se lo dirás?
Hernan Ravenson había sido el mejor de su clase durante mucho tiempo, había sido el favorito por la mayor parte de sus docentes, sin embargo, eso nunca interfirió en sus relaciones con sus compañeros de clase, a decir verdad, siempre fue de esos compañeros que tenían amigos hasta incluso de otras facultades, era de esos chicos que se ganaban el cariño de las personas que le rodeaban, razón por la que Fabian Herrera Jackson, o mejor conocido como F.H. Jackson, su colega y buen amigo, estaba enterado de toda la situación por la que estaba pasando Hernan desde hacía un par de años. Un par sería poco para describir los nueve años que Hernan llevaba viviendo en esa gran maraña de mentiras que se había creado.
Además, había sido su cómplice durante un tiempo, y aunque no quisiera, había estado mintiéndole a Elizabeth; la chica que había sido su mejor amiga en todo el tiempo que ella y Hernan eran novios, y desde antes de que eso pasara.
Le dolía hacer eso, porque conocía a Elizabeth desde que eran pequeños, y a Hernan comenzó a tratarlo hasta la secundaria; claro estaba de que bando estaba. Pero al final, Hernan ha sacado cosas que han hecho sentir mal a F. H. y por esta razón habría accedido a ser algo así como su tapadera.
—Esta noche. No creo soportar un día más.
F. H. sabía que Elizabeth tampoco podría soportarlo apenas lo supiera. En su mente no dejaba de rondar una frase: "tú no sufrirás más de lo que ella. Imbécil." Al final, nunca la dijo. No lo creyó necesario.
—Solo espero que no termine mal, ya sabes, por Haylee, ella te necesita.
Y es que Hernan adoraba a Haylee, y sabía que ella también lo necesitaría, razón por la que había estado pensando en una buena solución; F. H. notó esa expresión en su compañero; era la misma cada vez que se le ocurría una brillante idea.
—No. No puedes pensar en eso, Hernan.
—Ni siquiera te he dicho nada. Debes de dejar las pastillas. Te hacen mal. —Y F. H. también conocía de sus técnicas para hacer que dejarán de prestarle atención. Las había clasificado en cinco niveles, y Hernan estaba justo ahora en el nivel dos; en el que usa los problemas médico-personales para evadir responsabilidades. Y no quería arriesgarse a llegar al nivel cinco. Por el bien de todos.
—Bien, solo ten cuidado, ya sabes que no debes de lastimar a ninguna; la familia Oxford de por sí ya te odia. No quiero ni imaginar cuando Elizabeth les diga que quieres pedirle el divorcio. —Para Hernan ese matrimonio ya no era más que la unión por un compromiso, más que una lianza de amor. Había dejado de serlo desde hace mucho, pero como siempre quiso engañarse a sí mismo diciéndose que todo mejoraría y que él y Elizabeth serían más unidos, que lo intentaría por Haylee, porque eso era lo que ella merecía.
—Lo haré. Más porque no quiero que Haylee crezca bajo toda esa tensión familiar. — F. H. asintió, tomó su vaso de café que había dejado enfriar y se dirigió a la salida, antes de salir de la cafetería se giró y miró a Hernan;
—Creo que ambas niñas se merecen un padre perfecto. Espero que logres serlo después de decirle todo a ambas mujeres.
Algo que no sabía F. H. es que Anastasia tenía conocimiento de todo lo que había ocurrido; sabía qué terrenos estaba pisando y sabía a lo que se podría enfrentar mientras se encontrará ahí sin ningún tipo de protección; ella había elegido estar con Hernan, y ahora le tocaba elegir apoyarlo o darle la espalda.
Al final de cuentas, si Hernan y Elizabeth se separaban, Anastasia sería feliz junto a Hernan, pero si no... La respuesta a esa opción no estaba clara. Ella no podía separar a Baylee de su padre, no sería capaz de hacerlo. Pero si eso aseguraba la felicidad de ella y de su hija, lo haría. Lo sacrificaría por darle una mejor calidad de vida a la pequeña Baylee.
Esa noche cuando regresó a casa, fue recibido por una Elizabeth deslumbrante, llevaba un bonito vestido rosa, con un escote en forma de corazón, con la espalda también al descubierto. A Hernan siempre le impresionaba como ese tipo de vestidos le quedaba de maravilla a su esposa. Y como es que nunca se caían por el hecho de no llevar algún tirante; siempre había pensado que esos vestidos habían sido hechos especialmente para su mujer.
—Hola, doctor Ravenson. ¿Cómo ha sido el regreso a casa? —Hernan sonrió durante el tiempo en que Elizabeth no había dicho una sola palabra. La admiró en silencio hasta que ella se acercó a besarle los labios.
—Hola, señora Ravenson, el regreso fue... tranquilo. —Normalmente la carretera que conectaba directamente con la principal que llevaba a la familia Oxford de su pequeño condado al centro de la ciudad, siempre estaba obstruida, razón por la que había un escándalo día a día.
Pero en particular, esa noche fue tranquila. Tanto que Hernan tuvo tiempo suficiente y el silencio necesario para poder pensar en lo que estaba por hacer.
Fue como si todo hubiera sido cuestión del destino o algo así; el destino, la vida, o quizás una casualidad de circunstancias, le estaba diciendo que debía de apresurarse a decirle las cosas a Elizabeth y a Haylee. Solo así podría sentirse liberado y dejaría de causar ese daño en la familia.