Ok, ya basta.
Lucinda extendió una gran sonrisa en su rostro. Caminó hacia la puerta y me envolvió en un ligero abrazo. Di un pequeño respingo pues aún era un poco molesto.
-Me da tanto gusto tenerte de vuelta- dijo dulcemente.
Entré con paso sigiloso, como si tuviera miedo, pero no era eso, me sentía intimidada pues nadie me quitaba la vista de encima. Y no había ruido alguno. Estoy segura de que si una mosca hubiera pasado por ahi, la habría escuchado muy bien.
-Ve a tu lugar.
-Claro.
Lucinda siguió escribiendo en el pizarron y fui a mi asiento en la parte de atrás. Algunas sonrisas y pequeños saludos llegaron por fin. Otros sólo me miraban, como si fuera un maldito alien.
Ok, sería dificil sentarse. El yeso ya no estaba pero aún así, mi brazo derecho actuaba por los dos y aunque casi todo el salón estaba al pendiente de lo que yo hacía, nadie me ayudaba.
Gracias.
Unas gentiles manos apartaron la silla y se estiraron para tomar mis libros. Levanté la vista y unos lindos ojos grises me miraron. Los conocía de algún lado, ¿quién era?...Ya lo sabía.
-Déjame ayudarte.
-Gracias, mmm....
-Peter, no te preocupes.
Vaya, vaya. ¿Acaso no pensaba que se veía muy mayor como para estar en último año?
Después de sentarme y poner atención a lo que Lucinda escribía, quedé en shock. Creí que ya estaban en una clase seria.
Lucinda escribía muy deprisa los planes que se llevarían para el baile de bienvenida. Genial. Y por supuesto, Helena Craiden lo organizaba. Eso significaba una sola cosa: tendría que asistir voluntariamente obligada. Típico.
Tal vez ese era el lado divertido de la escuela. Yo había alcanzado un nivel de popularidad alto, sin quererlo y era momento de que eso se recordara.
Un mes de diversión sería suficiente para mantenerme en calma. Y Lena estaría ahí para ayudarme.
Después de perder el tiempo la clase completa, el timbre sonó. Todos salieron del salón rapidamente, menos yo.
Tomé mis cosas con calma y me percaté de que Peter me observaba. Le sonreí y él hizo lo mismo, luego se fue.
Ya a solas Lucinda cerró la puerta. Rayos.
-Es bueno que te reintegres cielo- se cruzó de brazos y me miró fijamente.
Mi mente estaba en acuerdo conmigo de que no sería fácil fingir con ella, pero no podía confensarle que las últimas noches lloraba hasta quedarme dormida. Que lamentaba cada noche no haber muerto también y que fingia para que nadie me estuviera jodiendo y para que nadie se diera cuenta que me desmoronaba pedazo a pedazo.
-Si, eso creo.
Fui hacia la puerta y antes de abrirla y salir, Lucinda puso su mano en mi hombro.
-Alexia, estoy aquí para lo que necesites, no lo dudes.
No iba a llorar. Todos me habían dicho lo mismo desde que estuve "estable", asi que le respondí con la misma mentira. Si en casa funcionó con ella era pan comido.
-Se lo agradezco y no debe preocuparse por nada- le aseguré.
Dicho esto salí del salón para poder ir a cualquiera que fuera mi clase, pero una melena castaña se abalanzó contra mi, tirando mis cosas y aplastandome. De nuevo.
Lena me examinó de pies a cabeza y me abrazó de nuevo. Tal vez no creía que de verdad vendría a la escuela.
-Vamos, el día de hoy lo tienes dispensado, yo te daré tu horario después.
Recogió mi mochila aún cuando insistí en que no lo hiciera, y no me hizo caso. Estuvimos platicando de muchas cosas en el corto camino. El baile, el próximo partido y el baile de nuevo.
Anthony nos encontró tambien y agradecí que no me aplastara con ese musculoso cuerpo.
-Nosotros te cuidamos varias noches, al igual que mamá y bueno, tus padres.
Lena parecía incomoda al hablar de ello. Todos sabían en que maneras habían muerto y aún seguían preguntándose por qué yo no.
Daniel decía que fue gracias a que no llevaba el cinturón de seguridad puesto. Que ironía.
-Que bueno que ya estes aqui- escuchaba eso de nuevo- El baile se acerca y es un desastre. Necesito tu ayuda.
Entramos al gimansio y las chicas ya estaban preparándose para la práctica. Al verme pasó lo mismo que en la clase, parecían sorprendidas, pero también contentas de verme. Corrieron hacía mi y Lena las detuvo.
Estaba un poco lastimada y no quería gente encimosa. Me abrazaron una por una, deseandome lo mejor y dándome la bienvenida. Y alguien faltaba.
Busqué por todo el gimnasio hasta que detecte una cabellera azul cerca de los baños. Una de las chicas, Miriam, me señaló y Selma volteó la cabeza como trompo.
Verla me rompía el corazón. Había perdido a su hermano. Era muy difícil para ella. Primero su madre y ahora Nathan. Ella y John la estaban pasando muy mal.
La tristeza me invadió de repente. Se veía muy mal. Unas grandes ojeras se extendían bajo sus ojos. Su piel que ya era blanca, se veía como papel y apostaría que Selma tenía problemas de peso otra vez. Pero ahí estaba, sonriendo como siempre.