El enigma de la Quimera [libro 1]

CAPÍTULO 40

El rubor se apoderó del rostro de Adem.

—No es que le tenga miedo… —intentó explicar—, es que… —Dejó salir un suspiro al ver que Jara puso el piloto automático y lo encaró—. Su energía cambió, es pesada y… Usted me entiende.

Adem esquivaba su mirada, la incomodidad no le permitía pensar con claridad. El libro en su abdomen le estaba generando picazón y empezaba a respirar pesadamente. Intentó rascarse la barriga con una mano, pero recordó que Jara podría descubrirlo.

“Ojalá este libro se encontrara en mi cuarto y no aquí” pensó.

—No lo entiendo —soltó Jara con tono irónico—. Adem, yo te estoy ofreciendo toda mi confianza para que logremos llevarnos bien, eres mi compañero y lo seguirás siendo hasta que te mueras. —Se detuvo al comprender que incluir la palabra muerte no era la más idónea para la conversación.

Notó que Adem se rascaba la barriga, ¿qué le pasaba? ¿Tan incómodo lo estaba poniendo? Era tan indignante que el hombre con el que estaba unida su alma se sintiera tan incómodo a su lado.

—¡Deja de rascarte! —espetó Jara y llevó una mano a la barriga de Adem para darle una palmada.

El joven gritó asustado e intentó alejarse de ella, pegándose a la puerta del copiloto. Jara se alejó, sintiéndose dolida por su reacción. Detuvo el auto y el silencio los consumió.

Adem llevó las manos con desesperación por su barriga, como si buscara algo. Entonces palideció y se quedó inmóvil en el asiento, con la mirada perdida en el paisaje.

Afortunadamente Jara no sabía nada, porque Adem acababa de perder el libro más importante sobre la Dimensión Oscura.

“Oh, mierda, ¿se me habrá caído?” pensó el joven.

Adem salió del shock cuando vio a Jara con los ojos llenos de lágrimas. ¿Iba a llorar?

Bastaron algunos segundos para darse cuenta de que él la acababa de herir con su actitud y palabras. Llevó una mano a su nuca, palpando la cicatriz donde anteriormente estuvo el controlador.

Debía pensar qué hacer. No parecía un buen momento para informarle a Jara que había dejado caer uno de los libros. “Pero estoy seguro de que lo tenía aquí en el auto” pensó. Lo recordaba claramente, se estaba rascando la barriga porque el cuero del libro le estaba generando picazón. ¿Cómo había podido desaparecerse?

—Perdón —se disculpó—. No quería hacerle sentir incómoda o lastimarla con mi actitud.

La joven lo volteó a ver con la mirada dolida. Era la primera vez que la veía con aquella mirada, se veía tan triste…

—Yo no te entiendo —soltó ella—, te matriculaste en el CCI para estar conmigo. Estuvimos por meses teniendo una relación en nuestros sueños y me dijiste que harías lo posible para estar a mi lado, pero ahora que está pasando, ¿me tienes miedo? ¿Por qué? Ni siquiera cuando te intenté intimidar en la biblioteca te mostraste con miedo. ¿Por qué ahora cuando yo he aceptado estar contigo?

Adem dejó salir un suspiro lastimero.

—Jara, es que yo… —dijo, dejando a un lado el formalismo—. Tu energía cambió de un momento a otro… Y tu actitud es otra…

—Pues qué mal que te arrepientas ahora que me conoces mejor —espetó ella—. Porque, ¿sabes? Ya no hay marcha atrás, tú y yo estamos unidos, ni siquiera, aunque queramos, podrás separarte de mí. Una vez la Élite se entere que estamos atados energéticamente, nos van a obligar a formalizar nuestra relación. Así que me tendrás que soportar de ahora en adelante.

Adem entreabrió su boca. Más que indignado por la forma en que ella le estaba hablando, le sorprendía que Jara se estuviera comportando como una adolescente de veinticinco años; no, de hecho, se comportaba menor, como alguien de la misma edad de él. No había rastro de la decana del CCI.

Comenzaba a sospechar que Jara nunca había tenido pareja. Y lo más seguro es que fuera así, pues había vivido toda su corta vida en una academia, seguro y no sabía ni siquiera cómo funcionaba el mundo social afuera, donde estaban los comunes.

La jovencita le dio un golpe al volante y después mordió su labio inferior.

A Adem le pareció una mezcla extraña, estaban en un auto, terminando una misión ultrasecreta del CCI, pero al mismo tiempo Jara estaba al borde de las lágrimas, sintiéndose vulnerable por el rechazo de él.

—Yo no quiero apartarme de ti —confesó el joven—. Nada más quiero dejar de sentirme así. Ojalá pudiera… —Dejó salir un suspiro—. Si supiera cómo hacerlo, lo haría.

Jara lo observó fijamente, no le estaba mintiendo, hablaba con sinceridad. El problema radicaba en la energía de ella, había estado cambiando tanto últimamente que a Adem le parecía extraña.

Recordó las palabras del doctor Roben, sobre que debía depositar su energía en Adem. Entonces las palabras de Marcow cobraron sentido: para estabilizar su energía, debía entregársela a Adem. Él era su recipiente.

—Baja del auto —le ordenó al joven mientras ella abría la puerta y salía del vehículo.

Adem, confundido y al mismo tiempo nervioso, siguió sus órdenes. Tenía un mal presentimiento con todo eso.

—¿Confías en mí? —inquirió la chica.

Él soltó una risita nerviosa.




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