El enigma de la Quimera [libro 1]

Vidas cruzadas

Esperaba poder superar su pasado. Esperaba poder encontrar algún día la paz y sonreír como por mucho tiempo deseó con todas sus fuerzas. Y es que saber que moriría no era para nada lindo, todo lo contrario, le quitaba el sentido a hacer las cosas.

Para Jara, las preguntas que le formuló Menedik la hicieron quedarse hasta altas horas de la noche frente a un escritorio rústico de madera, con varias hojas de papel reciclado sobre la misma. Ella nunca había pensado en el futuro siendo feliz, hasta ese día, donde se cuestionaba qué era la felicidad en todo el sentido de la palabra. Claramente entendía que la felicidad era algo de percepción, donde para cada persona tenía un significado diferente.

La felicidad. ¿Qué la hacía feliz? Entre más lo meditaba, parecía que la respuesta estaba cada vez más lejos.

Decidió ir a prepararse un poco de té de canela caliente. Y lo llevaba en las manos por toda la cabaña. Observó que la noche estaba hermosa, había una luna llena radiante que iluminaba con luz plateada la grama por fuera de la cabaña. Así que decidió colocarse un abrigo de lana gris y dar un paseo.

Aquella noche era fresca, no hacía brisa, pero se sentía la humedad en el ambiente. Se escuchaban los grillos entre los matorrales y algunos sapos, porque cerca de la cabaña había un estanque. Se veían muchas luciérnagas revoloteando por el valle y posándose entre los arbustos.

Caminó un poco mientras llevaba su pocillo de té caliente entre sus manos, le gustaba la sensación cálida. Alzó la mirada y observó el inmenso cielo estrellado, con la luna gorda y grande, la cual se mostraba en todo su esplendor. De pequeña siempre se preguntó lo que era poder volar en un inmenso cielo, tan grande que volvía su existencia insignificante.

Sintió paz y tranquilidad, lo cual le agradó en gran manera, hasta hacerla sonreír.

Entonces entendió que el haber decidido tomar un descanso de su tan cansada, miserable y agitada vida fue la mejor decisión que tomó aquel año; seguramente la mejor en muchos años. La calma y quietud hacía que pudiera pensar con claridad sobre las cosas buenas para su vida, comenzando con el largo interrogatorio de qué era lo que la hacía feliz.

Observando el paisaje nocturno que era iluminado por la luz plateada de la luna, tuvo una mejor percepción de su vida y quién era ella.

No, definitivamente no se reducía a ser un experimento que creó el Centro Capital Interdimensional: era mucho más. Era hija, aprendiz, amiga, Soñadora Oficial, decana del CCI, misionera de alto rescate; era un ser vivo que deseaba conocer la felicidad; una humana que sentía como cualquier otro y también cometía errores; era un pedazo de existencia que aportaría conocimiento a la vida misma. No, definitivamente no se reducía a la simple existencia de un experimento científico.

Y estaba allí, respirando y agradeciendo tener vida. Era como haber vuelto a nacer, comenzar su existencia desde cero. Lo sentía como una nueva oportunidad para ahora sí hacer las cosas bien, comenzando con entender qué era lo que quería y la hacía feliz.

Recordó a sus amigos Grecor y Madeline, sus sonrisas, las veces que se sentaron a escucharla, así como las muchas veces que le dieron consejos y también cuidaron. Recordó a Madeline esforzándose por no dejar perder su amistad a lo largo de esos años y el rostro de preocupación de Grecor al saber que sucedía algo y no podía hacer nada para ayudarla. Sin duda alguna eran sus únicos verdaderos amigos y no deseaba perderlos, porque apreciaba de todo corazón el tiempo que pasaba a su lado; quería volver a tener esas tardes donde almorzaban y hablaban de todo un poco, donde no podía retener las sonrisas y terminaba riendo a carcajadas… porque… cada vez que estaba con ellos se sentía una persona… común y eso simplemente era increíble y muy gratificante.

Después pensó en el CCI, cuando caminaba por los pasillos, supervisando que todo estuviera bajo control. Sí, todos los estudiantes la observaban con miedo, pero también podía notar la admiración. Había luchado para estar en la posición en la cual se encontraba actualmente y todos en la academia lo sabían, no se trataba de una simple decana: era la soñadora Jara Adelina Darmy, la reconocedora de DéJá Vu. Y le gustaba su posición privilegiada, que muchos tuvieran que agachar su cabeza cuando estaban frente a ella. Sabía que no había nacido para ser una persona promedio y el planeta entero lo comprendía perfectamente. No quería vivir siendo una persona común, seguramente terminaría suicidándose por la horrible tristeza que invadiría su cuerpo. Amaba ser Jara Adelina Darmy. Amaba que sus padres tuvieran un linaje superior de Soñadores Oficiales que ella tuviera que representar. Y, sobre todo, amaba que sus futuros hijos (si llegaba a tener) se sentirían orgullosos cada vez que fueran a hablar de su madre.

Esto la llevó a meditar sobre sus padres, ¿qué sentía por ellos? Pensó en su madre, con su largo cabello rubio; su piel sumamente blanca, sonrosada; su rostro chapeado y nariz perfilada; el porte engalanado, el cual le heredó (caminaban y posaban igual); el silencio prudente que la caracterizaba y su fuerte temperamento para comunicar las cosas cuando era necesario, aunque siempre terminaba cediendo cuando se trataba de su única hija, a la cual le cumplía cada uno de sus caprichos. Después estaba su padre, con su piel trigueña y cabello liso que llevaba siempre corto; él siempre debía decir lo que pensaba y en su casa la única voz que se escuchaba era la suya; perfeccionista por naturaleza y explosivo cuando las cosas no salían según sus planes. Eran una pareja con un equilibrio perfecto, por eso era casi inexistentes los problemas entre ellos, a menos que se tratara de Jara, la hija que cuidaban como si fuera un experimento que podría salirles mal.




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