El enigma de la Quimera [libro 1]

Perenne

Jara entró en la habitación y encontró a Adem terminando de abotonar su camisa negra de mangas largas. En la misión únicamente podía vestirse con el uniforme oficial del Escuadrón de Tortura Mental.

Encima de la cama se encontraba una capa negra limpia. Jara imaginó que esa terminaría sucia de sangre como la anterior.

Avanzó hasta estar frente a su prometido y le ayudó a abotonarse la camisa.

—¿Cuándo es la ejecución? —preguntó Jara.

Adem hizo un corto silencio antes de contestar.

—Mañana a primera hora.

—¿Cuántos serán ejecutados?

—Dieciséis —respondió y el rostro de Adem se ensombreció.

Jara apretó su mandíbula y terminó de abotonarle la camisa en silencio, no era capaz de verlo a los ojos. Si bien era cierto que había concluido que pasaría, sentía que aún no estaba preparada para ver la ejecución. ¿Y si Adem debía matarlos a todos? ¿Cómo podría verlo a los ojos después de eso?

—Lo sabes —dijo Adem de repente.

Jara retuvo la respiración, estática.

—Sabes lo que haré —afirmó el joven, ahora con voz más seria y seca—. Yo ejecutaré a esas personas mañana.

Jara recordó el temblor que había tenido Adem la noche anterior y su insomnio. Esa era la razón, le habían informado que tendría el mando de la ejecución, sería quien cargara con las dieciséis muertes.

Ella dio un paso atrás y después se paseó en silencio por la habitación, intentando no dejarse consumir por la consternación. Recordó las palabras de Grecor, ahora debía ser su apoyo, no una debilidad. Adem la necesitaba, debía ayudarlo.

Volteó a verlo, entrelazó las manos e inspiró hondo, para dejar salir el aliento suavemente. Miró fijamente a Adem a los ojos.

—Esas personas cometieron abusos y hasta llegaron a asesinar vilmente —dijo Jara—. Mañana no asesinarás, vas a quitarle un peso a la humanidad.

—Sigue siendo muerte, Jara —replicó Adem—. Soy un ser animal que no debería tener la potestad para quitarle la vida a otros.

—La naturaleza de la vida es así, Adem, es la ley —explicó Jara con voz comprensiva—. El matar está en nuestro ADN, es un instinto que llevamos por dentro y se revela cuando necesitamos sobrevivir, así como cuidar de los nuestros. En este caso, tú estás protegiendo a los que amas y a los que sabes que están en peligro. ¿Acaso yo también no condené a todas esas personas cuando las delaté? Si para proteger a Lilibeth o algunos de mis estudiantes hubiera tenido que matar en ese momento, lo habría hecho, porque mi instinto me lo habría comunicado. —Jara se abrazó a sí misma, recordando la tarde cuando envió la evidencia—. Esa tarde llegaron a la oficina, Lilibeth y yo estábamos asustadas, prácticamente nos habíamos escondido en esa oficina porque sabíamos que teníamos una evidencia que ellos querían destruir. En ese momento no lo sabía, pero pude ver en los ojos del director Bosson una mirada asesina. Intuía que él no era quien decía ser, pero no pude observarlo a detenimiento. Estuve a punto de morir esa tarde y no lo sabía: yo tuve que mirar a los ojos a una persona que asesinó vilmente a niñas. Pude ser su siguiente víctima, Adem.

Él la observaba fijamente con un rostro conmocionado.

—Adem, al eliminar a esas personas le estarás haciendo un favor a todas las niñas de este distrito —dijo Jara—. Debe haber niñas que en este momento están viviendo traumatizadas porque saben que su agresor sigue con vida. Eso es lo que debes pensar cuando los ejecutes, esas personas no merecen vivir después de lo que hicieron.

Jara se acercó y lo tomó de las manos, sintiendo que las tenía frías.

—Tú eres fuerte, podrás soportarlo —aseguró la joven—. Yo estaré a tu lado, no estarás solo en esto. Después… cuando todo esto termine, volveremos a nuestro hogar y no nos volveremos a separar nunca más.

Adem se abalanzó a Jara y la abrazó.

—No estás solo, Adem, estamos juntos en esto —consoló Jara—. Me tienes a mí.

Adem no pudo comer después de la conversación, sentía que vomitaría si lo hacía. Jara no protestó, entendía que en ese momento el cuerpo del joven era bastante inestable.

Dejó que volviera al trabajo después que le prometiera que pediría la noche para que pudieran estar juntos y así se preparara para lo que sucedería a la mañana siguiente.

Jara tampoco era capaz de comer, se escudaba yendo de un lado a otro de la cabaña, conversando con los que llegaban a descansar para así ayudar de alguna forma a sopesar la cuenta regresiva que estaba en marcha para la ejecución.

A más de uno se vio caminar en el descanso por la pradera, en soledad, meditando sobre todo lo que estaba viviendo. El humano era empático por naturaleza, aunque tuviera entendido que esas personas violaron, asesinaron y torturaron niños, también sabían que eran vidas que iban a acabarse.

Todos estos sentimientos encontrados se revolvían en un solo cuerpo y la carga era pesada. Querían que se acabara esa misión y pudieran volver a sus casas, para pasar el duelo de la situación.

Pero en ese momento debían mostrarse fuertes, hacer bien su trabajo, actuar según la ley.

Cuando Adem volvió al trabajo, vio que estaban sacando a las tres personas que no fueron condenados a muerte. Eran dos mujeres jóvenes, una rubia y otra morena, algo subida de peso; y un hombre, Menedik.




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