El enigma en lo prohibido

Capítulo III

Nunca había estado una noche fuera de casa, jamás me había encontrado frente a la penumbra de las calles y al frío primaveral sin al menos una manta que me protegiera. Estoy asustada, por supuesto, pero me maravilla encontrarme con que esa peligrosa exposición es lo que menos me aterra. En este momento, lo que más me agobia es pensar en el futuro, no hay rama que pueda asustarme por más macabra sea la forma que su sombra forme, en cambio, mis pensamientos y mi imaginación me perturban tanto que no alcanzo el sueño, y mi compañero de aventura tampoco lo hace como consecuencia de mi molesto parloteo.

—Podrías casarte conmigo —propone Chad, haciendo que todos mis sentidos se tomen un descanso.

Estamos lo más alejados de nuestras casas que podemos, encontramos un tejado desechado y lo arrastramos hasta el muro que divide Agricultores, no es una cosa muy grande ni mucho menos abrigadora, sin embargo, servirá para pasar la noche y escondernos de los guardias cuando hagan sus marchas nocturnas.

No mucho después de que anocheció, las calles se fueron quedando solas y las voces animadas e inocentes de los pequeños niños se fue apagando. La noche nos recibió con viento helado, no nos quedó más que nuestros cuerpos para darnos calor, y ese firme abrazo que sus brazos me otorgan me sirve también como consuelo a mi desdicha. Estar entre sus piernas recostada sobre su pecho mientras me arropa su cuerpo, se siente tan reconfortante que consigue traerme toda la paz que necesito en un momento como este.

—Serías infeliz en todos los sentidos, jamás me amarás como un hombre ama a una mujer —murmuro, como si con ese tono de voz el impacto de mis palabras fuera menos severo.

—No necesito estar enamorado de ti para amarte. —Inclina la cabeza para verme y reposa sus labios en mi sien. Su largo cabello me hace cosquillas en el rostro.

—Sabes a lo que me refiero —aclaro, él asiente y recuesta la cabeza en la pared nuevamente—. Y, de casarnos, no abandonarías este recinto y sé cuánto anhelas hacerlo.

—Pero que desee cambiarme no significa que no me importe tu felicidad, no estaría tranquilo si sé que estás sufriendo con un hombre que no te trata como lo mereces.

Mi boca se arruga, y tengo que obligarme a sacudir la cabeza para no pensar en llorar.

—Sé que serías el mejor esposo, pero no pienso sacrificar tu felicidad acosta de la mía, te amo demasiado como para hacer eso. Además, papá quiere que le traiga la más grande oferta que me hagan en el festival, y ambos sabemos que todos en este recinto estamos muriendo de hambre.

La falta de respuesta me da una idea de la mueca que ha de estarse formando en el rostro de Chad.

—¿Y si conseguimos dos esposos del mismo recinto? Podríamos vernos todos los días, yo le cumpliría a mi familia, tú harías realidad tu sueño y yo sería feliz de que al menos tú estés allá conmigo. —Me giro para quedar frente a él, no hay mucha emoción en sus ojos, ni siquiera me ve, pero llevo mis manos a sus mejillas para que se fije en mí.

—No es posible, Eleonor, sabes las reglas. «Un hombre y una mujer de recintos distintos o del propio…». Nunca me casaré, estoy atado a este maldito recinto. Mi felicidad no tiene lugar; si decido no casarme, estoy atado a mis padres de por vida; si me caso con una mujer de otro recinto, no podré hacerla feliz y seré infeliz yo también al saberme culpable; si me caso contigo…

—Serías infeliz, encontrándote a tu padre en cada esquina de esta jaula. —Mi sonrisa sale a penas, la suya ni siquiera logra empatar la mía.

—Tú también lo serías, el cargo moral de no haber servido a tu familia te pesaría toda la vida.

—Estamos en una encrucijada.

Vuelvo a mi posición inicial colocando sus brazos sobre mi cuello, me aferro a ellos, no sé cuántas veces más podré tenerlo tan cerca, la idea de estar en lugares diferentes empieza a molestarme.

—Yo sería feliz contigo, me casaría con mi mejor amiga.

—Yo te escogería si pudiera —me limito a decir.

Nos quedamos callados por unos contados segundos, pero el silencio no es tal. A lo lejos se oye una risa de voz gruesa y rasposa, y el sonido de unas botas pasando por el lodo. Incontrolablemente mi corazón comienza a latir a velocidades que nunca creí alcanzar. No me doy cuenta de que estoy haciendo ruido hasta que siento la mano de Chad cubrir mi boca, y, como si se tratara de un juego de si no te veo no me ves, cierro los ojos con toda la fuerza que puedo.

—Yo no habría sido tan imbécil, a mí entre todos ellos me tienen que matar, pero antes me llevo a un par conmigo. —Ese acento es inconfundible, podría jurar que es el mismo oficial que apuntó el arma hacia Nathaniel, el de los tatuajes.

—Eso dices tú que no estuviste de turno —le responde otro oficial, no me atrevo a especular sobre quién sea, pero es seguro que Moore no es.

—Alegría, Moore no se defendió, ¡no se defendió! ¿Para qué carajos tiene un arma si no la usa? Es como si no supiera quién carajos tiene el poder aquí —dice, probablemente el de tatuajes, con tono firme.

Giro la cabeza para ver a Chad, quisiera que me diera una mirada tranquilizante o que dijera que todo estaba bien, no obstante, en sus ojos veo que está igual de atemorizado. ¿Y cómo culparlo?




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