Aelina no recordaba el nombre de la urbanización. Solo que aquella villa era grande, con paredes de colores claros, una piscina sin luces y muchas habitaciones con puertas entreabiertas. Tenía quince años. Quizás dieciséis.
Pero esa noche se sintió adulta… o al menos, lo suficientemente confundida como para olvidar que aún no lo era.
La fiesta de cumpleaños de su prima fue más escandalosa de lo previsto. Música, risas, bromas privadas y juegos que se salieron del control de los adultos. Había cerveza en vasos de jugo y ron escondido en botellas de agua. No era la primera vez que se colaba en ese tipo de ambiente, pero sí la primera vez que se sintió tan fuera de lugar… y tan cómoda al mismo tiempo.
Él estaba allí.
No recordaba quién lo había invitado exactamente. Solo que era "familia de crianza", como todos decían cuando no sabían explicar bien el parentesco.
Esa noche hablaron poco. Se cruzaron un par de veces. Rieron en grupo. Él tenía esa forma de mirar que no necesitaba palabras: intensa, presente, sin presionarte, pero haciéndote sentir vista. Y a ella, en ese momento, nadie la miraba así.
Más tarde, cuando todo se fue calmando y los adultos se encerraron en los cuartos, Aelina se recostó en el sofá más grande de la sala, con el corazón aún agitado y la mente un poco borrosa. Una de sus primas le dijo que se quedara ahí solo un rato, que luego la despertaría para ir al cuarto.
Pero nadie la despertó.
Y cuando abrió los ojos horas después, todo era penumbra. Sentía calor. Una manta le cubría las piernas y su mejilla estaba apoyada contra algo... o alguien.
Giró lentamente, aún con el cuerpo pesado por el alcohol y el sueño.
Y ahí estaba él. Dormido. A escasos centímetros.
Sus rostros casi se rozaban. Su respiración era suave, casi sincronizada. Ninguno se movía. Aelina sintió cómo su estómago se apretaba. No sabía si era vergüenza, nervios o algo más primitivo… como si el universo acabara de empujarla a una escena que no debía estar viviendo.
No pasó nada. Literalmente.
Ni un roce indebido. Ni un comentario fuera de lugar. Solo la imagen grabada de su rostro dormido, de sus pestañas largas, del leve movimiento de su pecho al respirar.
Pero eso fue suficiente para que Aelina nunca lo olvidara.
Y desde esa noche, evitó cualquier contacto. Se alejó. Se desvió en cada fiesta familiar. Se inventó excusas. Se borró del mapa. Porque lo peor no fue haber dormido junto a él sin querer.
Fue lo que su corazón sintió antes de dormirse. Y lo que siguió sintiendo después.