El error más bonito

Capítulo 7 — El almuerzo que no fue tan inocente

El olor a arroz con gandules y pernil llenaba el aire antes siquiera de entrar. Aelina lo reconoció enseguida. La casa de su tía siempre olía igual en días de reunión: a sazón, a familia… y a recuerdos que nunca terminaban de envejecer del todo.

Llevaba un postre comprado, bien arreglado, como si eso compensara el nudo que traía en el estómago. Se había maquillado poco, pero con intención. Ropa cómoda, pero favorecedora. El tipo de arreglo que no gritaba “vengo por ti”, pero sí “mira lo que te perdiste”.

—¡Llegaste, mi amor! —la recibió su tía con un abrazo cargado de perfume fuerte y cariño genuino—. Los demás están en el patio.

Aelina caminó hacia el área abierta, donde las sillas plegables y las mesas con manteles florales decoraban el espacio como siempre. Saludos, sonrisas, pequeñas conversaciones. Todo normal. Todo familiar.
Hasta que lo vio.

Él estaba recostado contra la verja, con un vaso plástico en la mano y su hija sentada a sus pies, jugando con una muñeca. Vestía una camiseta simple, pero en su sencillez había algo… jodidamente atractivo.
Tranquilo.
En control.
Y sin embargo, cuando sus ojos la encontraron, hubo una grieta en esa calma.

—Hola —le dijo con una sonrisa suave, como si no esperara verla pero sí.

—Hola —respondió ella, bajando la mirada por un instante, no por debilidad… sino porque se sentía como un incendio por dentro.

—La nena preguntó por ti esta semana —agregó él, con naturalidad—. Me pidió que le buscara la “chica del mueble”.

Aelina soltó una risa que no supo cómo controlar.
—¿Así me llama?

—Así te recordamos.

“Te recordamos.”
Plural.
Y eso… dolía más de lo que quería admitir.

—¿Te quedas hasta tarde? —preguntó él, con una intención apenas disfrazada.

Aelina dudó.
—Depende de cómo fluya la cosa.

Y ahí, en medio del ruido, del olor a comida y del bullicio familiar, él la miró como si no hubiera más nadie. Como si la fiesta fuese solo un fondo, y ellos dos… la verdadera escena.

—Entonces ojalá fluya —dijo él, sin apartar la vista.

Aelina se giró para disimular su rubor. Caminó hasta otra mesa, saludó a una prima, habló de cosas que no le importaban. Pero por dentro… ardía.

Porque esta vez, no se trataba de un recuerdo.
Esta vez, se estaban buscando.
Sin nombres, sin excusas… pero con una verdad que se colaba en cada mirada.

Y si el universo tenía algo más preparado…
Aelina ya no estaba huyendo.

Estaba esperando que ocurriera.




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